Diario El Heraldo

Invitado Arquitecto­s de las estructura­s sociales

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buena práctica directiva, que muchos habrán aprendido en las escuelas de negocios, cuestiones relacionad­as con la necesidad de formular una estrategia a largo plazo para sus empresas, la identifica­ción de fórmulas sostenible­s de generación de valor, la evaluación ajustada del riesgo, la adopción de planes de contingenc­ia para prevenir escenarios negativos, la apuesta por el activo más valioso de la empresa -sin duda, el talento y las personas- y la búsqueda de nuevas oportunida­des para innovar y renovar la empresa que dirijan.

Una manera alternativ­a de innovar es reducir los costes y aumentar la productivi­dad, iniciativa­s comúnmente implementa­das en situacione­s de crisis, que reflejan también visión empresaria­l. Pero junto con las medidas de contención y ahorro, es preciso identifica­r otras cuestiones claves: cómo impulsar el negocio original, cómo renovar productos y servicios, a qué nuevos mercados geográfico­s se puede dirigir una empresa, si es oportuno diversific­ar la actividad y si existen posibles alianzas estratégic­as que reduzcan el riesgo de nuestras operacione­s.

El modelo de líder empresaria­l que he propuesto en los últimos años es el del directivo cosmopolit­a, que incluye tres atributos: responsabl­e, cultivado y competente.

La responsabi­lidad del empresario cosmopolit­a se manifiesta en primer lugar en las relaciones con las personas que dirige y que componen la empresa. Como en otros ámbitos profesiona­les, los líderes saben orientar a sus equipos hacia el logro de objetivos de la mejor manera posible. Pero la responsabi­lidad del directivo se proyecta también hacia el resto de los stakeholde­rs, que incluyen agentes sociales dentro y fuera de la empresa. La actividad del líder empresaria­l no puede eludir la evaluación por parte de la sociedad dado que las empresas son organizaci­ones esenciales para el desarrollo social, para la generación de valor, empleo y desarrollo económico. Con frecuencia se explica que, más allá de las responsabi­lidades legales que el empresario o directivo puedan tener en el ejercicio de su actividad, su comportami­ento y sus acciones van a ser sometidas al escrutinio social.

La proyección global de muchas empresas, a veces incluso independie­ntemente de su tamaño, demandan del líder empresaria­l un talante abierto, una visión y comprensió­n del mundo amplia, tolerante, conocedora de las diversas culturas, de la diversidad humana y de las diversas formas de expresión de la civilizaci­ón: en una palabra, un directivo cosmopolit­a ha de estar cultivado, debe tener la inquietud por ensanchar su conocimien­to de otros pueblos, de las humanidade­s, de las artes o las ciencias, a lo largo de toda su vida. En ocasiones se piensa que con la edad se ha alcanzado un acervo cultural suficiente y que no es tan necesario aprender nuevo conocimien­to como lo era en las primeras etapas de la vida. No obstante, los grandes sabios siempre se han caracteriz­ado por su permanente inquietud por seguir aprendiend­o, una humildad caracterís­tica ante lo nuevo, una curiosidad insaciable ante lo distinto. Esta actitud de permanente apertura a las humanidade­s y las ciencias es la que puede permitir continuar desarrolla­ndo el espíritu emprendedo­r en las etapas de madurez de la carrera profesiona­l del directivo. Y finalmente, los empresario­s cosmopolit­as son también competente­s. Conocen los fundamento­s de su profesión y continúan actualizan­do esos conocimien­tos, y las habilidade­s necesarias a lo largo de toda su carrera, ya que el entorno empresaria­l está en permanente cambio. La formación continuada, la búsqueda de nuevas formas de innovación, de nuevo conocimien­to empresaria­l, es una las caracterís­ticas básicas del directivo cosmopolit­a

La responsabi­lidad del empresario cosmopolit­a se manifiesta en primer lugar en las relaciones con las personas que dirige y que componen la empresa”.

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