Diario El Heraldo

Con otra óptiCa Del golpe y sus dolores

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de los que guardaba bajísimo concepto. El libro que más tiempo portara en su mochila de estudiante rebelde universita­ria había sido “Latin America yesterday and today”, gravemente iluminador.

El domingo golpista me encontró en San Salvador, donde asistía por causas de familia, si bien con Flor habíamos decidido bajar a la frontera (180 kilómetros ida + retorno) para votar en favor de la cuarta urna. A las siete de la mañana cierta feliz arquitecta llamó a un amigo que nos acompañaba para informarle, efusiva, que había caído Mel y que empezaba una era de maravillos­o progreso democrátic­o en el país. Alistamos petacas de inmediato, previo que cerraran la guardarray­a, llegando a San Pedro Sula al atardecer, sin molestias de camino excepto un desorienta­do retén militar.

Por entonces apoyábamos entusiasta­mente a Radio Uno, cuyos proyectos culturales, impulsados por el periodista Arnulfo Aguilar, eran de sumo agrado. Pero al intentar ingresar a sus cabinas un círculo de hierro, manaza de plomo, lo

No iba a cometer el histórico error de sustituirl­os con chafarotes latinoamer­icanos, de los que guardaba bajísimo concepto. El libro que más tiempo portara en su mochila de estudiante rebelde universita­ria había sido Latin America Yesterday and Today, gravemente iluminador”.

impidió: el céntrico edificio estaba rodeado por soldados e incluso, en dos siguientes días, por una tanqueta, innecesari­a para enemigo tan fácil y estacionar­io. Arnulfo se desfogaba transmitie­ndo doce horas diarias contra el golpe empresario-militar, la suya y Radio Progreso eran las únicas emisoras que en el valle de Sula alzaban ánimos, conducían masas, incitaban a la rebeldía y el descontent­o social. Hasta que conseguí sentarme con él ante el micrófono y tuve entonces una experienci­a cultural extraordin­aria, cual es el motivo de este recuerdo, pues la gente que colmaba las calles protestand­o y que era de millares, airada y desafiante cual ola de mar, valerosa como el príncipe que desconoce la magnitud de su gesta, llamaba a los estudios para lamentarse y quejarse no de que la estuvieran gaseando y aporreando y golpeando y correteand­o sino de que la llamaran chusma vulgar. Maravilla de la lengua y sus poderosas cargas de do- lor. Un adjetivo pesaba más que las balas, la represión y el odio. Obvio que con Arnulfo, solos en ese árido rescate de la heroicidad, explicábam­os la alta gerencia de patria que ellos escenifica­ban en las cercanas avenidas, la virilidad y el valor (inclúyase la feminidad y la osadía) con que el pueblo se alzaba y levantaba para revertir la traición, lo que se hubiera conseguido si el cobarde movimiento obrero de entonces, y los transporti­stas hoy tan protagónic­os, se hubieran juntado al magisterio y al movimiento popular y sumado a la lucha.

Chusma (como populacho y lumpen) tronaba en la radio golpista y destacaba en los medios impresos dedicados a exaltar la gesta de los “camisas blancas”, cuyos líderes pandoros

marchan hoy a la cárcel por pícaros, cosa que parece siempre fueron. Chusma prócer aquella que prosigue combatiend­o al desorden y el deterioro moral y que, más temprano que nunca, conseguirá su objetivo de libertad

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