Diario El Heraldo

Una propUesta PARA EVITAR QUE LA BIENAL DEL IHCI HAGA UNA TRAVESÍA EN EL DESIERTO

Solo un tipo de evento merece aquí, en HonduraS, eStímulo, Simpatía y atención: aquel que contribuya a Superar el problema de la profeSiona­lización artíStica en el paíS

- Carlos Lanza

Con una voz clara y forjada en el buen criterio, Allan Núñez desliza su mirada por la Bienal del IHCI y reflexiona sobre sus principale­s problemas, sugiriendo, al mismo tiempo, una propuesta para mejorar el certamen. Con este trabajo, el joven escritor le da continuida­d al diálogo que sobre este mismo tema abrí hace unas semanas “en el mismo lugar y con la misma gente”. Informamos también que Allan Núñez forma parte de El Gran Vidrio, ya no en calidad de invitado, sino como caminante en este “largo y tortuoso camino” de la crítica.

En la última entrega de esta sección (EL HERALDO, 21/07/2018), el crítico de arte Carlos Lanza señaló que la crisis que agobia a la Bienal del IHCI constituye un reflejo cruel del estado en que se encuentra el sistema de producción artística en el país. Tras sus cuestionam­ientos se ocultaba un noble deseo, como pudo comprobars­e al final del artículo: que el IHCI se reinvente y retome su lugar en el panorama cultural hondureño. Ese mismo espíritu es el que hoy nos rige, convencido­s de que toda crítica –así lo entendía Octavio Paz-, aun la adversa, encierra un elemento de solidarida­d.

Una Bienal resquebraj­ada

Si el IHCI aspira a evitar una travesía en el desierto, tiene que dar desde ahora muestras claras de sus intencione­s por reestructu­rar su certamen insigne. Esta advertenci­a vale también para el CAC-UNAH. Porque ni la XXVI Bienal de Pintura del IHCI (2018) ni la IV Bienal de Artes Visuales del CAC Pablo Zelaya Sierra (2016) ofrecieron algo de valía y trascenden­cia para el país. Por el contrario, ambas batieron sus progresiva­s marcas de ajenidad y desafecció­n interior, exhibiendo obras sin rasgos interesant­es y destacados, y muy lejanas de aquellas que han dado fisonomía a nuestro arte.

La del IHCI es una Bienal que desde hace mucho viene siendo reprobada y desdeñada por las estancias más sensibles y consciente­s del ámbito local. En el debate no ha sido difícil encontrar testimonio­s vivos que pintan una situación de fracaso absoluto, voces que propugnan por la cancelació­n del certamen como una solución violenta y extrema ante el deterioro, pero sin proponer alternativ­a alguna. Otros insisten en la resignació­n, en la aceptación cobarde y cínica de que en Honduras nada cambiará. Hay quienes comulgan con las ideas de Bernstein y proponen un cambio por parcelas, reformas graduales: hoy las bases, mañana el jurado y después el premio...

Estamos de acuerdo con que la Bienal del IHCI necesita un potentísim­o aliento de vida y una regeneraci­ón intensa para ponerse a la altura de las necesidade­s y posibilida­des del medio. Pero antes de aventurar una cura para el enfermo, habría que detenerse a identifica­r cuál es el problema de fondo. Dedicar tiempo a ello no resultará muy popular en un país donde cuestiones mucho más simples y básicas para la sociedad suelen permanecer en el olvido, en el abandono o en la indiferenc­ia, pero también el arte es parte de la vida y exige respuestas.

El problema es de concepción y ausencia de objetivos

Existe un problema fundamenta­l que explica el desplome de la Bienal del IHCI y que se relaciona con la concepción que dicha institució­n tiene del certamen. La Bienal ha sido entendida como un simple salón de arte. De ahí que la labor de los organizado­res se reduzca a lanzar una convocator­ia, recepciona­r obras, contratar un jurado que se encargue de la selección, gestionar el premio y esperar la noche del brindis, como si de un cumpleaños o boda se tratase. Es este un esquema malsano justificad­o por la tradición, transmitid­o hasta nuestros días como un valor naturaliza­do a lo largo de los años.

Una Bienal es algo más que un salón de arte. Es una plataforma cuyo propósito es ser un indicador de los avances y logros de las artes visuales en un área geográfica y período de tiempo determinad­o. Supone un inmenso esfuerzo de infraestru­ctura y un complejo trabajo logístico sostenido en el tiempo. En sí misma, ella responde a objetivos estratégic­os.

La Bienal de Sao Paulo, por ejemplo, ha tenido como objetivo mostrar el arte contemporá­neo internacio­nal en Brasil y acercar el arte brasileño a un público internacio­nal. Con el tiempo, ese objetivo ha sido elevado a un nivel más complejo. Otro ejemplo es la Bienal de La Habana, cuyo objetivo es inclusivo: servir de vitrina mundial para el arte del “tercer mundo”. Estos objetivos devienen en sus propias señas de identidad. ¿Qué objetivos persigue la Bienal del IHCI? Nadie los conoce, ni siquiera sus propios organizado­res. A esta Bienal le ha faltado la voluntad de buscar

“Existe un problema fundamenta­l que explica el desplome de la Bienal del IHCI y que se relaciona con la concepción que dicha institució­n tiene del certamen”. ALLAN NÚÑEZ crítico de arte

una auténtica seña de identidad, algo que la distinga.

La Dienal del IHCI debe privilegia­r la profesiona­lización artística

El remedio a este mal no es la cancelació­n de la Bienal, sino el trabajo paciente: abonar mucho el terreno, despejar el camino de nuestra cultura y reajustar nuestras institucio­nes y certámenes a las necesidade­s apremiante­s del presente.

Creemos que la reestructu­ración de la Bienal del IHCI sigue siendo una tarea indispensa­ble, pero, después de tantos tropiezos, ha dejado de ser tan urgente. Lo que sí urge es que sus organizado­res transmitan a la audiencia el mensaje nítido de que están dispuestos a replantear­se sus prácticas y a hacer un gran esfuerzo por unir a la comunidad artística en un destino común.

¿Cuál puede ser ese destino común? La respuesta es simple. Cuando pensamos en la desesperan­te pobreza del ambiente espiritual hondureño, en la orfandad a que nos condena la falta de tradición cultural, en la chapucería, charlatani­smo e informalid­ad de quienes gobiernan, y en la desorganiz­ación y esterilida­d del sistema educativo en su conjunto, caemos en la cuenta que solo un tipo de evento merece aquí, en Honduras, estímulo, simpatía y atención: aquel que contribuya a superar el problema de la profesiona­lización artística en el país.

Para hacerlo no requerimos de un milagro, sino de un empeño institucio­nal. Es hora de que el IHCI abra sus puertas y ventanas para que en sus salas circule el aire fresco de la renovación. Su apuesta debe ser la de contribuir a profesiona­lizar un sector hoy por hoy instalado en el impulso individual y el voluntaris­mo, la de reencamina­r esta manera rústica de hacer arte que privilegia el medio hacer y el medio resolver, la de promover a aquellos creadores esmerados en transforma­r el actual sistema de representa­ción visual y discrimina­r a aquellos que fácilmente se confunden en enunciados incoherent­es y confusos, la de despertar el goce estético en otros sectores de la población y la de crear diques para la difusión y comerciali­zación de la obra de arte. Ese debe ser el gran desafío de la Bienal del IHCI

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“Ciclo vital”, Santos Arzú Quioto, 1996.
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FOTOS: DANIELA LOZANO “Los amantes 1 y 2”, Dyron Mejía, 2000.
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“Espacio sin puerta para abrir”, Dlas Aguilar, 1999.
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“Panorámica aérea”, Víctor Hugo Cruz, 2010.
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“Fósiles”, Gelasio Giménez, 1990.
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“Tiempo en tiempo del amor”, Víctor López, 1998.
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“La reina de Saba”, Pastor Sabillón, 1996.

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