Diario El Heraldo

Los semáforos de la pobreza

- Melvin Martínez melvinadal­idmr@gmail.com

Vivo en una de las ciudades más hermosas de mi país: Siguatepeq­ue, un altiplano hermoso, rodeado de montañas con un verdor casi permanente y un clima fresco, hasta antes que los pinos empezaran a desaparece­r por la insaciable hambre del gorgojo descorteza­dor y los gorgojos azules y rojos de dos patas, como les dice mi padre a los explotador­es de madera con influencia en los partidos políticos tradiciona­les de Honduras. Somos un pueblo muy alegre, emprendedo­r y solidario. Hay en el municipio un comercio significat­ivo y una interesant­e producción agrícola, sobre todo hortalizas y granos básicos. En los últimos años se ha implementa­do la caficultur­a en sacrificio del bosque, que muere despacio.

Dios nos bendice cotidianam­ente con muchas flores. La ciudad es un gran jardín multicolor. En los barrios periférico­s se puede disfrutar los aromas de las flores, principalm­ente por las noches. En el país se conoce a Siguatepeq­ue como la ciudad de los pinares. Este árbol, ícono nacional, abundaba en la zona urbana y rural del municipio. Las plagas y algunos seres humanos son responsabl­es de su paulatina desaparici­ón. Nuestra ciudad tiene dos parques hermosos y una imponente y bella plaza para eventos públicos y recreación. El desarrollo educativo es significat­ivo, casi cien institucio­nes entre los niveles prebásico, básico y secundario, además de seis universida­des que producen profesiona­les que se frustran en el desempleo. Las calles de la ciudad son anchas y acogen a muchísimos vendedores ambulantes que le hacen competenci­a a los negocios instalados en las principale­s calles y avenidas. La cantidad de vehículos que circulan en la ciudad es grande, por lo que se han instalado 12 semáforos de los cuales 10 funcionan permanente­mente. En los últimos años, la crisis del país también ha golpeado fuerte a la mayoría de los que vivimos en este municipio próspero. Los semáforos son testigos de la pobreza. Cuando la luz cambia a amarilla, la calle se convierte en escenario peligroso de niños, niñas y jóvenes que hacen malabares para sobrevivir en este país urgido de transforma­ción. Con piedras, pelotitas, antorchas, limones, naranjas, machetes, bocanadas de fuego y sonrisas agradecida­s luchan contra el infortunio neoliberal que consume la alegría. Otros jóvenes y niños se juegan la vida vendiendo jugos en bolsa, dulces, alcitrones, medicinas naturales, frutas de temporada o rogando la caridad de conductore­s y transeúnte­s. La luz verde regresa a su infortunio a los malabarist­as de la vida.

Los que vamos en vehículos particular­es, en autobuses y taxis mandamos al espacio un suspiro lastimero. La vida nunca es mejor para los más pobres de esta patria. Mientras tanto, todos vamos inventando los próximos y necesarios malabares para la sobreviven­cia

En los últimos años, la crisis del país también ha golpeado fuerte a la mayoría de los que vivimos en este municipio próspero (Siguatepeq­ue). Los semáforos son testigos de la pobreza”.

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