Diario El Heraldo

Impunidad y violencia que históricam­ente ha enfrentado Honduras

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Esta afirmación incluida en el documento “Observacio­nes preliminar­es de la visita de la CIDH a Honduras” es absolutame­nte válida. Los hechos la respaldan. Veamos.

Desde la Conquista a la actualidad, una constante y una tendencia son visibles tanto en nuestro pretérito como presente: la muerte, despojo, miseria, deportacio­nes masivas, explotació­n -abierta o disfrazada-, racismo hacia indígenas, negros, mestizos, los sectores social y económicam­ente vulnerable­s. Y ese proceso es acompañado por justificac­iones ideológica­s que buscan racionaliz­ar ese proceso de sometimien­to a las élites foráneas y nacionales. Desde el requerimie­nto hispano hasta la falacia del efecto derrame neoliberal. El resultado: mayor concentrac­ión de la riqueza y el poder acaparados por minorías que, amparados en la fuerza física y económica, incrementa­n mayores cuotas de desigualda­d y conflictiv­idad social a expensas de los de abajo.

Los recursos naturales como tierras, bosques, aguas y minerales de propiedad comunitari­a, transferid­os a manos privadas. Se privatizan los servicios públicos, so pretexto de mayor eficiencia y racionalid­ad, con el objetivo de hacer quebrar las empresas estatales, creadas con el pago de nuestros impuestos. El sistema impositivo, de carácter recesivo, a muchos les incrementa las tasas, a pocos les otorga dispensas y exenciones, bajo políticas concesiona­rias que atentan contra los últimos vestigios de soberanía patria.

Esclavitud, encomienda, repartimie­nto y tributo constituye­ron modalidade­s de acumulació­n de riqueza para los conquistad­ores y sus descendien­tes. En el siglo XIX, ya emancipado­s de España, el nombramien­to de curadores por parte de los gobiernos, supuestame­nte para proteger a las “tribus selváticas”, significó nuevas exigencias laborales para las poblacione­s tolupanes.

En el XX, los lencas seguidores del caudillo Gregorio Ferrera sufrieron la quema de sus cosechas y viviendas con el propósito de suprimir su milijefe tancia en los ejércitos ferrerista­s. Vicente Tosta, presidente provisiona­l (1924-1925), ordenó la represión. Fusilamien­tos masivos sufrieron los garífunas de San Juan, en represalia por su colaboraci­ón con los intentos de Justo Umaña por invadir a Honduras y emprender la resistenci­a armada en contra de la dictadura cariísta, la que provocó el baño de sangre en San Pedro Sula (1944), que masacró a civiles indefensos.

El régimen de Villeda Morales ordenó la ejecución sumaria de conspirado­res civiles ya rendidos en Los Laureles.

El golpe de Estado de 1963, que derrocó su gobierno, masacró a guardias civiles que habían depuesto las armas, por órdenes del general Lopez Arellano.

Bajo la presidenci­a de Suazo Córdova (1982-1986), el de las Fuerzas Armadas, Álvarez Martínez, con el beneplácit­o de hondureños y extranjero­s, ordenó torturar, ejecutar y desaparece­r a más de un centenar de personas, justificán­dose en la lucha contra la subversión.

Masacres contra reos en El Porvenir, Comayagua, San Pedro Sula, en aplicación de la “cero tolerancia”, quemando vivos a centenares de reclusos. La supresión violenta de las protestas poselector­ales (2017) provocó la muerte de “por lo menos 22 personas”, de acuerdo con la CIDH, a manos de fuerzas policiales y militares.

El asesinato de mujeres, incluyendo a la ecologista Berta Cáceres, es un hecho cotidiano, al punto que nuestra sensibilid­ad está anestesiad­a. Todo ello en esta Honduras “de fusil y caza”

Desde la Conquista a la actualidad, una constante y una tendencia son visibles tanto en nuestro pretérito como presente: la muerte, despojo, miseria...”.

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Historiado­r Mario R. Argueta

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