Diario El Heraldo

Las biblioteca­s familiares

- Josué R. Álvarez Lingüista

El libro, en general, goza de un prestigio que muy pocos hechos y objetos tienen entre las personas. Siempre será un mensaje políticame­nte correcto aquel que reza que debe haber más lectura y menos televisión o Internet, por ejemplo.

Lo dicen los maestros, lo dicen los padres de familia, lo dice casi cualquier persona mayor o que tenga cierto rango de autoridad, muchas veces dentro de una corrección o de un momento de enojo: hay que leer. Sin embargo, en algunas ocasiones ni siquiera quienes lo recomienda­n, lo hacen.

Es verdad que dentro de un país en el que conseguir alimento implica para muchos un gran esfuerzo, el arte es un lujo. Esto es: no hay dinero ni energía ni tiempo para ello. A pesar de que es algo que puede ser cierto, la lectura debería hacerse ante la mínima posibilida­d, es decir, leer a la primera posibilida­d que se presente.

En mi experienci­a como docente universita­rio, he recibido estudiante­s que nunca han leído un libro completo en toda su vida académica, algunos lo confiesan con mucha pena y otros con una desbordant­e normalidad. Es más, el libro es un objeto extraño, cuya clasificac­ión de contenido resulta muchas veces imposible. Los libros son, entonces, unos completos desconocid­os.

Ya se conoce la situación de las biblioteca­s escolares, de comunidade­s y municipale­s; además de que hay muy pocas, son muy pobres, y la verdad es que aún si fueran mejores, creo que seguirían sin visitarse.

Hoy quiero hablar de las biblioteca­s familiares, esa pequeña colección de libros que tiene una familia, que crece lentamente con el paso de los años y que pone a la disposició­n de los miembros de la familia un catálogo de libros para los momentos de esparcimie­nto, recreación o estudio.

La lectura es uno de los tantos hábitos que para que exista implica no solamente un esfuerzo escolar, sino que la familia se involucre en lo que los jóvenes y los niños hacen. Más allá de la economía de la familia hondureña, de cuya delicadeza estoy consciente, se puede hacer un esfuer- zo mensual o quincenal de comprar uno o un par de libros, no para que se queden allí en un rincón, sino para que haya una oportunida­d de lectura dentro de la casa.

Algunos padres de familia argumentar­án que es un riesgo comprar un producto que los hijos no usarán luego, pero para que esto no suceda, los primeros en hacer las lecturas deben ser ellos. No importa si son libros que están categoriza­dos como juveniles. Un libro juvenil se llama así no porque sea exclusivo para jóvenes, sino porque es apto de tal edad en adelante. Además, predicará con el ejemplo.

Hay dentro del canon de la literatura universal miles de títulos que es bueno que estén en una casa: novelas, cuentos, poemas, ensayos clásicos que abren paso dentro de la literatura. No olvidar que dentro de las biblioteca­s familiares debe haber literatura hondureña.

Leer o no leer es un asunto que depende enterament­e de la actitud. Un libro de cien páginas, por ejemplo, se lee en poco menos de tres horas, quizá un poco más si el ojo no está entrenado; pero de todas maneras es menos de lo que dura una versión extendida de “El señor de los anillos” u otro título cinematogr­áfico.

Sin que los estudiante­s me pregunten, yo les cuento que los libros nos enfrentan a nosotros como seres humanos, nos cuestionan, nos plantean verdades, aparte de todo lo bueno que tras consigo la lectura.

Sería fantástico que las familias hondureñas fuesen reconocida­s por tener una pequeña biblioteca particular, un mínimo inventario de libros puestos a disposició­n de sus miembros, que embellecer­ía no solamente la estética de una casa, sino el intelecto que habita en ella

En mi experienci­a como docente universita­rio he recibido estudiante­s que nunca han leído un libro completo en toda su vida académica, algunos lo confiesan con mucha pena y otros con una desbordant­e normalidad”.

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