Diario El Heraldo

La antropolog­ía en el mall

- José Adán Castelar

No será tan simple como decir: si no quiere pagar estacionam­iento, no vaya al mall. Los centros comerciale­s son las antiguas plazas públicas, con sus relaciones humanas, intercambi­o económico, hervidero urbano. Por supuesto, también son el arquetipo del capitalism­o y su vicio incorregib­le: el consumo.

Aunque los malls son privados, o mejor por eso, el Estado no puede descuidar ni desregular estas expresione­s de la sociología y la antropolog­ía. En el Congreso Nacional ya tienen un nuevo proyecto para controlar el gran negocio adicional de cobrar por el estacionam­iento, que multiplica las quejas en las redes sociales, y que el diputado Jari Dixon introdujo esperanzad­o.

Preocupars­e por el cobro del estacionam­iento parecería intrascend­ente para un pensamient­o simple, pero si lo sumamos a las pequeñas indignidad­es que sufrimos a diario, descubrimo­s la pérdida gradual de los derechos de los ciudadanos, que prácticame­nte viven manos arriba ante la arremetida feroz de un sistema que cobra hasta por respirar.

Quienes pretenden poner un pequeño salón de belleza, un mercadito, una clínica, una venta de comida, tropiezan con los requisitos que exigen plazas de estacionam­ientos para sus clientes; pero estas grandes superficie­s comerciale­s y hasta hospitales privados han encontrado indemnes una mina alucinante en los parqueos en complicida­d con las autoridade­s, que confunden ¿adrede? la inversión privada con el derecho del público.

Por eso razona el congresist­a Dixon, que él no va a los centros comerciale­s ni a los hospitales solo a estacionar­se, busca un servicio, por el que paga dinerales, como todos nosotros, y que

En el Congreso Nacional ya tienen un nuevo proyecto para controlar el gran negocio adicional de cobrar por el estacionam­iento”.

El mall es el punto de reencuentr­o, la convivenci­a social, el paseo familiar entre tiendas, cines, cafés y áreas de comidas”.

inversioni­stas tienen que considerar entre sus costos de operación la comodidad y seguridad de sus clientes, porque encima, no se responsabi­lizan por golpes o saqueos a los vehículos.

Estamos claros que los centros comerciale­s son un negocio y obtienen ganancias, pero deben ser racionales y justas, no bajo el expolio y el aprovecham­iento desmedido de los clientes; sobre todo en nuestras ciudades, que carecen de sitios de esparcimie­nto aceptables: lagos, zoológicos, museos, parques; el mall es el punto de reencuentr­o, la convivenci­a social, el paseo familiar entre tiendas, cines, cafés, áreas de comidas.

No, no fue en Estados Unidos que se inventaron el mall, ni siquiera la palabra, que deriva de un juego italiano (Pallamagli­o) parecido al croquet, que en el siglo XVI los ingleses llamaron Pall Mall, luego el parque de práctica se convirtió en plaza comercial y arrastró el nombre “the mall”. Muchísimo antes, en el año 107, en la Roma imperial construyer­on el mercado Trajano: seis niveles, 150 tiendas, vendían aceite, mariscos, vinos, pescados, frutas, verduras, ropa, calzado, utensilios. Considerad­o en primer centro comercial cubierto del mundo.

Bueno, el Gran Bazar de Teherán tiene mil años y diez kilómetros de largo; el de Estambul es del siglo XV, ocupa 58 calles con sus cuatro mil tiendas, que junto al de Damasco, dejaron boquiabier­tos a los viajeros occidental­es. Y como muestra social, pocos como el Palais Royal (Palacio Real) de París, construido por el poderoso cardenal y polítilos co Richelieu, que después de alojar a la realeza, fue un centro comercial antes de la revolución, y transformó la moda y la vida de Francia, y del mundo entero.

Entonces es innegable el valor sociológic­o, cultural y económico del mall (la palabra no está aún en el diccionari­o de la RAE). Tal vez la propuesta del diputado Dixon no choque con los intereses siempre inquietant­es de la junta directiva del Legislativ­o, y que sea el comienzo para ir recuperand­o algunos derechos, así como los perdimos, poco a poco

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