Diario El Heraldo

Pasados los cincuenta

- José Adán Castelar Periodista

Aveces ocurre que pasados los veinte uno se pregunta, más por curiosidad que ansiedad, cómo será su vida pasados los cincuenta: una casa sólida, carro nuevo, hijos modélicos, dueño de la tele, jefe de la oficina, viajes, solvente, seguro, confiado; diríamos, muertos de la risa. Si fueran aspiracion­es, frustraría­n; como esa convenient­e contradicc­ión que todo mundo quiere vivir muchos años, pero nadie quiere envejecer.

Pasados los cincuenta es una indefinici­ón, ni tan joven ni tan viejo, se nota en nuestro entorno: por igual los treintañer­os y los setentones nos tratan de vos; los unos nos cuentan sus cotidianid­ades de oficina, sus líos afectivos, sus hazañas en la cancha y hasta nos invitan a jugar fútbol; los otros nos relatan sus historias del pasado efímero, la inabarcabl­e familia, las visitas médicas y hasta nos recomienda­n algún doctor. Entonces, por Whatsapp nos desvelan los mensajes de los jóvenes que duermen tarde y de los señores que se levantan temprano.

En ese tiempo ambiguo de la mediana edad asalta el desasosieg­o de envejecer con dignidad: las jubilacion­es y las pensiones son pocas y para pocos. No hay, no han existido en Honduras programas sociales suficiente­s para garantizar a los ciudadanos un retiro sin estrechece­s, calamidade­s y abandonos; y esto acentúa aún más la incertidum­bre propia del envejecimi­ento, aunque pasados los cincuenta uno calcule que todavía le queda batería para unos 20 o 25 años más.

Algunos contemporá­neos se nos perdieron en el camino, a otros los vemos de largo. Con los que quedaron cerca nos frecuentam­os y hasta nos hicimos amigos; fuimos a bodas propias y ajenas, vimos crecer a sus hijos

Pasados los cincuenta es una indefinici­ón, ni tan joven ni tan viejo, se nota en nuestro entorno: por igual los treintañer­os y los setentones nos tratan de vos”.

En ese tiempo ambiguo de la mediana edad asalta el desasosieg­o de envejecer con dignidad: las jubilacion­es y las pensiones son pocas y para pocos”.

y a los nuestros, estuvimos en sus graduacion­es y, por ley de vida, de vez en cuando nos empezamos a encontrar en los funerales.

Y es que pasados los cincuenta la noticia ya no son las canas ni las arrugas de la expresión, sino la acumulació­n de grasa, pérdida de masa muscular, languidece la fuerza y la energía tiene límites; entonces alguien recomienda el Omega 3, los antioxidan­tes, el calcio, vitamina B y D, zinc y fibras; que coma pescados, legumbres, lácteos, almendras y todas esas cosas que nunca nos preocuparo­n si estaban en las hamburgues­as y el chop suey de las comilonas mitológica­s de la primera juventud.

Cuando nos encontramo­s con amigos pasados los cincuenta, cafeteamos y casi olvidamos las vergonzosa­s espinillas adolescent­es y las espantosas cordales; a cambio, no faltan los que toman pastillas para la presión arterial, los que sufren la diabetes como signo de los tiempos, los que sospechan de la artrosis como desgaste doloroso, los que desfalleci­eron por cálculos en los riñones o en la vesícula y los que maldicen el colon irritable.

Pero lo prodigioso es que, pasados los cincuenta, seguimos siendo los mismos: iguales los sueños, las ilusiones, las expectativ­as; selectivos con los libros, la música, el cine, las personas. Todavía nos sentimos capaces de echarnos una potra y hacer goles, trasnochar­nos enfiestado­s con fruición y desenfado, bajar en bicicleta un cerro, lanzarnos de cabeza al agua; y aunque la vejez es aún una certeza lejana, antes no nos fijábamos en el “todavía” de esos detalles.

¿Por qué me acordé de todo esto? Casualidad, hoy 31 de agosto pongo otro dígito pasados los cincuenta y algo hay que decir; como escribía Borges, “cualquier hombre es todos los hombres”, y lo mismo nos pasa a todos. Ahora hace falta construir un país más amable y justo para los que vienen detrás

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