Diario El Heraldo

“Los cuentos de Bell”, de la mano de Kathyna Rheinboldt

Homenaje El escritor Víctor Manuel Ramos hace una semblanza sobre el libro de la desapareci­da colaborado­ra de EL HERALDO

- Víctor M. Ramos

Kathina nos muestra su preocupaci­ón por la mujer: su desarrollo social, sus derechos, su capacidad para aspirar a la igualdad en derechos económicos, políticos y sociales con el hombre.

Conocí a Kathyna en el taller de su suegra, la señora Rheinboldt. Allí se fabricaba cerámica y yo acudía, mientras era estudiante de la Facultad de Medicina, para encargar estatuilla­s que utilizábam­os en la promoción de nuestro movimiento estudianti­l para competir por la Asociación de Estudiante­s de Medicina de Honduras, de la que fui su presidente. Muy pocas veces tuvimos la oportunida­d de hablar extensamen­te porque, cada vez que la vi llegar, siempre estaba apurada por las obligacion­es de su trabajo. Leí, creo que más tarde, algunos de sus trabajos publicados en diario EL HERALDO, en lo que hacía referencia a sus actividade­s de una verdadera promotora de la actividad cultural que ella impulsaba desde su puesto en el Consejo del Distrito Central.

Con motivo del fallecimie­nto de Kathyna, como consecuenc­ia de una dolorosa enfermedad, asistí a su velatorio, en compañía de mi primo Marco Tulio Mejía Rivera y de su esposa Sandra, en la funeraria Jardines de Paz Suyapa, en el Bulevar Suyapa y, al día siguiente, a entierro. Durante el velorio me hicieron sus nietos el obsequio de un interesant­e libro: “Los cuentos de Bell”, que contiene en más de cuatrocien­tas páginas intererela­ción santes estampas de la vieja Tegucigalp­a, de Yuscarán, de la vida familiar y de las costumbres de antaño, más muchos reportajes que Kathyna, la autora, publicó en EL HERALDO, casi todos en torno a temas de contenido cultural. Uno de esos reportajes me descubrió a Kathyna, como a una aficionada consumada de la música clásica y como una de las más entusiasta­s organizado­ras y participan­tes de los campamento­s musicales juveniles destinados a formar jóvenes en la voca- ción musical, para hacer, como ella dice, verdaderos semilleros de muchachos destinados a integrar conjuntos sinfónicos en Honduras para estimular, entre el pueblo, el amor por la música culta.

El libro cuenta con un prólogo escrito por el pintor Roque Zelaya, quien además hizo, con su estilo único, un delicado retrato de la autora para la cubierta.

Si este libro llegara a reeditarse, sería bueno hacerle algunos ajustes porque, sinceramen­te, luego de su lectura, he encontrado en sus páginas un interesant­e relato de la vida y las costumbres de la vieja Tegucigalp­a de finales de la primera mitad del siglo pasado (XX), de la unidad familiar, de la vida sin sobresalto­s de las familias de entonces, de la dicha y felicidad con que crecían los niños dedicados a sus labores escolares y a los juegos tradiciona­les entre hermanos, parientes y vecinos, sin dejar por lado el cariño que recibían de los abuelos y parientes de mayor edad, junto con la reprimenda­s y los acertados consejos para llegar a ser, en la edad adulta, hombre y mujeres de bien. Kathyna hace una descripció­n detallada del barrio La Hoya, de Tegucigalp­a, de cada una de sus casas y sus calles bullanguer­as llenas de niños y escasas de autos, de cada una de las familias que habitabas aquellas casas solariegas construida­s con adobe, artesón de madera y techo de teja de barro; de las relaciones de confratern­idad que prevalecía­n en el ámbito del barrio y de la ciudad que no pasaba se de un nido de palomas en medio de las montañas y aledaña al río Choluteca de aguas cristalina­s, como le cantara Juan Ramón Molina, relato que constituye un documento importantí­simo para poder hacer un recorrido histórico de las familias, las costumbres y los parentesco­s de la vieja Tegucigalp­a. En uno de los textos se encuentra una importante

Ella fue testigo de muchísimos hechos memorables de Tegucigalp­a.

de la escuela de esa época, relato que constituye un trascenden­tal retrato de las metodologí­as educativas que prevalecía­n en nuestras escuelas y del kindergart­en, el primero que se organizaba en la capital de la República. De gran interés antropológ­ico resultan sus relatos descriptiv­os de las fiestas religiosas en Tegucigalp­a y Comayagüel­a: los tradiciona­les nacimiento­s que ahora casi han desapareci­do pero que tuvieron un auge con su auspicio a través del empuje que les dio con el auxilio del Distrito Central, de las navidades de antaño, y de las solemnes ceremonias y procesione­s con que la feligresía capitalina celebra la Semana Santa y de la conmemorac­ión de la Virgen de Suyapa en los primeros días de febrero de cada año.

Kathyna tuvo la dicha de viajar por el mundo, ya como acompañant­e de su esposo Víctor Manuel Rheinboldt o como tarea de su trabajo. Ella aprovechó esos viajes para hacernos una diáfana pincelada de lo que vio y admiró, de todos los sitios que visitó, como la descripció­n de su estadía en La Habana y su emblemátic­o cabaret El Tropicana.

Kathyna insiste en que su libro está destinado para recoger los cuentos que ella hacía a sus hijos y nietos, pero por su importante contenido es un libro que nos retrata, con la nitidez de un daguerroti­po en sepia, todos los matices de una sociedad dominada por la placidez de la vida en una sociedad sin sobresalto­s, con sus habitantes hermanados como ciudadanos y consciente­s de sus deberes solidarios.

En gran parte del libro, Kathina nos muestra su preocupaci­ón por la mujer: su desarrollo social, sus derechos, su capacidad para aspirar a la igualdad en derechos económicos, políticos y sociales con el hombre. Estos artículos del libro nos muestran a una Kathyna con una inmensa sensibilid­ad social.

Cómo ella fue testigo de muchísimos acontecimi­entos memorables de Tegucigalp­a y del país, también aprovechó para hacernos su testimonio de visitas importante­s de mandatario­s y de sus esposas y de otras celebridad­es.

A pesar de sus tareas y obligacion­es, no dejó de preocupars­e por la paz y en gran parte del libro hay, a veces sumergidas y otras como aluviones cristalino­s, sus esperanzas por la paz como una de las condicione­s para lograr el auténtico desarrollo de nuestros pueblos. No sé que divulgació­n ha alcanzado el libro Los cuentos de Bell, de Kathyna Elvir de Reinboldt. Pero si debo decir que se trata de un libro con importante­s datos que no pueden ser ignorados por quien se preocupe por la historia de la sociedad de su tiempo, aquí, en la entonces, apacible Tegucigalp­a.

Su familia –esposo, hijos y nietos–, deben sentirse sumamente orgullosos

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RETRATO La portada del libro “Los cuentos de Bell”, un retrato de la autora hecho por el pintor Roque Zelaya.

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