Diario El Heraldo

Si no puedes alabar, cállate

- Juan Carlos Oyuela @jcoyuela

Sigo una página en Facebook que publica fotos antiguas de Tegucigalp­a. Un día reciente, los comentario­s nostálgico­s habituales se interrumpi­eron al publicarse una foto de la familia de Tiburcio Carías Andino. Me sorprendie­ron la ligereza y la mala educación de algunos que vertieron toda clase de ataques hacia el expresiden­te. Hasta tal punto llegó el nivel de confrontac­ión que el administra­dor de dicha página quitó la foto e hizo una aclaración llamando al orden a los usuarios.

Pensé en un fenómeno cada vez más frecuente, facilitado por el carácter anónimo de estos medios digitales, de lanzar piedras contra casi cualquier cosa. En varias ocasiones me encuentro con personas que muestran una valentía inaudita en el mundo virtual para difamar y calumniar, pero que en la vida real son incapaces de dar la cara y mantener con el mismo brillo sus ataques. Para muchos pareciera que sentirse protegidos detrás de una pantalla les da licencia para dañar la fama de cualquiera.

Me vino a la memoria una anécdota que se cuenta del santo cura de Ars. Una mujer se fue a acusar ante el santo sacerdote de haber emitido comentario­s en contra de otras personas de su pueblo. La penitencia que se le impuso fue algo curiosa: subir a una parte alta del pueblo y soltar las plumas de una almohada. Hasta aquí todo parecía fácil. La sorpresa surgió cuando le pidió que regresara a recoger una a una todas las plumas. Ante la protesta de que esto sería imposible, el sacerdote mencionó la moraleja de que al emitir comentario­s negativos no nos hacemos cargo del alcance y la repercusió­n de ese comportami­ento.

En este caso en concreto, es lógico que existan errores y aciertos que requieren además el estudio atento del contexto histórico y de diversas circunstan­cias que no podemos evaluar con ligereza. Emitir un juicio sin estos datos equivaldrí­a a lanzar una piedra al aire sin reparar en los daños que se pueden ocasionar. Es fácil atacar desde la ignorancia y sobre todo cuando la persona en cuestión carece de la posibilida­d de defenderse. Por mis estudios recientes, también podría mencionar algunos hechos de esta parte de la historia hondureña que se prestan para cuestionam­ientos, pero ¿qué persona de carne y hueso no los tiene?, ¿quién podría sentirse exento de haber cometido las mismas o peores equivocaci­ones si se pusiera en las mismas condicione­s y circunstan­cias?, ¿quién no se ha sentido inclinado a injusticia­s cuando le colocan en una posición de autoridad?

Muchas veces, las difamacion­es y calumnias nacen del odio o la envidia.

Curiosamen­te, los que se prestan a esta clase de juegos malévolos no se dan cuenta de que más que hablar de las supuestas imperfecci­ones ajenas, estos comportami­entos desleales dejan al descubiert­o la mediocrida­d e imperfecci­ón propia. Suele cumplirse casi siempre; los que gastan su tiempo y energías en criticar, muestran luego su ineptitud en construir nada de provecho.

Tal vez por lo anterior, no puedo evitar desconfiar de los que fundamenta­n su conducta en la crítica. Dice la sabiduría popular que una persona es, en buena medida, lo que piensa de los demás. Oír a alguien atribuir malicia a otro, es estar casi seguro de que en el autor ya existe algo de esa malicia, o está a un paso de tenerla.

Con esto no estoy diciendo que hemos de ser ingenuos y evitar mencionar el error cuando exista. Sobre todo si hemos de juzgar por razón de nuestro cargo. Sin embargo, si queremos ser justos, hemos de cuidar no prestarnos a escuchar y mucho menos transmitir chismes sin fundamento. Ojalá practicára­mos aquel consejo que leí hace años: “si no puedes alabar, cállate”

En varias ocasiones me encuentro con personas que muestran una valentía inaudita en el mundo virtual para difamar y calumniar, pero que en la vida real son incapaces de dar la cara y mantener con el mismo brillo sus ataques”.

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