Diario El Heraldo

El músico que realizó todos sus sueños

tiene su leyenda

- Óscar Urtecho

Umanzor pertenece a una especie rara en estos tiempos: es un hombre feliz que ha cumplido sus sueños.

A esta entrevista trajo su teclado y su guitarra e hizo lo que mejor sabe hacer: música.

Escuchándo­lo uno entiende por qué se ha convertido en un maestro que ha formado a generacion­es de artistas talentosos e incluso enseñó a los hijos de un Presidente. Es un extraordin­ario compositor y en 1948 fundó la primera escuela formal de guitarra en Honduras, ahora tiene 91 años y habla pausada y sabiamente.

El destino lo privó de la visión, pero le dio la música para vivir y aportar algo al mundo. Antes de comenzar hablar, como un trovador legendario, tomó su guitarra y dijo: Voy a tocar “Para Elisa”, de Beethoven, porque a usted le gusta la música clásica. Una cosa condujo a la otra y sonó Hard Day’s Night y luego Yesterday, de los Beatles. Relajado, con esa paz que produce hacer lo que amamos, conversó sobre su aventura vital y su legado. Descúbralo ahora el lector.

¿Quién es Donaldo Umanzor?

Soy un soñador, me gusta lo bueno, me gusta ser serio en mis determinac­iones, me gusta también ser sincero y que lo sean conmigo. Amo la perfección, aunque no somos perfectos. Soy responsabl­e hasta donde puedo, trato de ser independie­nte, naturalmen­te es difícil, pero he hecho todo lo que he podido para ser más o menos igual a ustedes que lo tienen todo.

¿Por qué se dedica a la música?

La música siempre ha sido parte de mi vida. Me ha ayudado a sentir el sabor de la vida, es el pan espiritual. Como decía Jesús, no solo necesitamo­s el pan para alimentar el cuerpo, la materia, también necesitamo­s el pan espiritual. Si no fuese por la música creo que no estaríamos aquí, frente a frente.

¿Su familia influyó para que se hiciera músico?

En 2013 se realizó el Concurso Nacional de Guitarra Donaldo Umanzor.

Recuerdo a mi mamá, éramos siete hermanos y ella observaba, a pesar de que apenas pasó segundo grado, ella era una persona muy inteligent­e porque tenía visiones. Ella notaba que a mí me gustaba andar oyendo música buena, en aquel tiempo era en las vitrolas… entonces dijo: “Yo a mi hijo le voy a poner un profesor de música para que viva feliz y se defienda en la vida”. Y así fue. Mi mamá vendía sándwiches y enchiladas en el (cine) Variedades, 40 años de su vida dejó allí, y en el día vendía frutas, pues era madre soltera. A los doce años nos decía: “Bueno, ya pasaron la primaria, ¿quieren seguir mi ruta? ¿No?” Entonces nos compraba una alcancía. “Vayan ahorrando aquí unos centavos -nos decía- para que compren pantalones para tradonaldo bajar”. Así, tres de mis hermanos aprendiero­n mecánica, dos de automóvile­s y uno de aviación.

Y en aquel ambiente de vitrolas, ¿qué música se escuchaba?

¡Aah!, Gardel, Lara, ese gran cantante que era el doctor Ortiz Tirado, y muchas cosas buenas y clásicas. Después apareciero­n también las electrolas, que eran similares a los tocadiscos. A diferencia de las vitrolas, que eran de cuerda, las electrolas funcionaba­n con electricid­ad, y después apareciero­n los tocadiscos.

¿Cómo ha cambiado la música que escuchaba en aquel tiempo respecto a la de hoy?

Ha sido un cambio bastante grande porque en aquel tiempo se conocían el swing, que era música popua lar, los boleros, las letras de las canciones eran poemas, por ejemplo, las canciones de Carlos Gardel, de Agustín Lara, que fue el primer artista que yo escuché… después Juan Arvizú y Juan Pulido. La gente, los acomodados desayunaba­n con música, almorzaban y cenaban con música especial. Ahora la gente come, y por eso pasan nerviosos, oyendo noticias… que mataron a uno, que le sacaron el intestino, son tan bárbaros que esto sale televisado.

(Toma la guitarra y empieza a tocar “María bonita”. Termina y retoma el discurso) María Félix, de quien habla la canción, fue el amor de Agustín Lara. Él la adoraba, a mí María Félix me decepcionó al oírla hablar, tenía voz de hombre, era bella, pero tenía eso, no sé Agustín Lara cómo se

enamoró, pero así es el amor.

Yo tengo un gusto culposo: José Alfredo Jiménez.

No, no, es gran compositor y qué letras más preciosas. José Alfredo Jiménez antes de morir tuvo un amor con una niña de 13 años y por eso compuso esa canción “Si nos dejan”, imagínese, era ya un hombre de 70 o no sé cuántos años, pero como en el amor no hay edad… y hasta parece que fue correspond­ido.

¿Y ha escuchado usted reguetón?

¡Aah!, no, eso no me gusta. El reguetón es ruido, no es nada música… no sé por qué dicen que es música… es mejor oír los tambores como los usaban los africanos.

¿Por qué cree entonces que a los jóvenes les gusta tanto?

Bueno, estamos viviendo una época diferente. En aquel tiempo era una época romántica… la gente era muy fina. Todavía estaba la buena herencia que nos dejaron los españoles, la gente era muy aristocrát­ica, el ser humano se desenvolví­a mejor. Vivimos en una época en que el romanticis­mo ha muerto.

¿Con quién ha soñado tocar alguna vez?

No. Yo me he concretado a lo que Dios puso en mí (suena la guitarra). Soñé, eso sí, salir de Honduras y tocar en teatros y tantas cosas del mundo, pero ese fue un sueño, nunca salí. Sólo tuve la oportunida­d de ir a grabar a Guatemala. Estuve como tres años allí y me dije: estos quieren hacer negocios conmigo, porque me querían pagar con 1,500 discos, pero que aquí en Honduras me dispensara­n la introducci­ón. Entonces les dije que no podía porque el país necesitaba ingresos, no podía yo sugerirle eso al Estado. Si no podía ayudarle, no podía quitarle.

¿Cuáles son los grandes músicos de Honduras?

Hubo, por ejemplo, el gran compositor y dirigente de banda de música clásica Francisco Ramón Díaz Zelaya, que compuso la “Sinfonía de las Américas”. Lo admiré a él y también a Adalid Gamero, que compuso una obertura que se llama “Una noche en Honduras” y mucha música preciosa, como el vals “Voces de la tarde”. También está el maestro Rafael Cuello Ramos, un gran compositor y un guitarrist­a magnífico de aquellos tiempos, desafortun­adamente su música que ha sido rescatada la grabó la Orquesta Sinfónica de Costa Rica, pero no le da el sabor que es debido.

Usted fue miembro de un trío musical, hábleme de su experienci­a.

Bueno, estábamos muchachos, y en ese tiempo estaba el doctor Roberto Rivera, que fue director del Seguro Social, el doctor Gustavo Barahona, que era farmacéuti­co y biólogo a las vez, y su servidor. A estos amigos les gustaba andar con la guitarra, así que formamos el trío… y fue muy bueno, era el trío Honduras. El doctor Rivera era la primera voz, Gustavo Barahona la segunda y su servidor la tercera. De allí surgió también el trío Los Fantasmas, muy bueno. Allí estuvo el doctor José León Valladares, que era en requintist­a, Irán Claros y del tercero no recuerdo cómo se llamaba.

¿Alguna anécdota del mundo musical?

Todo artista tiene su leyenda y por lo general es triste. En el caso mío, pues su servidor es de cuna humilde, pero teníamos delicadeza, teníamos el respeto de no mostrar la necesidad. Entonces naturalmen­te hubo momentos muy feos, pero to- dos los grandes artistas, grandes escritores, todos han tenido sus cosas difíciles, entonces para qué hablar de eso. Mejor le voy a contar que cuando tenía 12 años estuve enamo- rado, yo me enamoré de una muchacha, y resulta que ella pertenecía a cuna muy eleva- da y el gusto mío era, ella vivía enfrente, escuchar su voz en la mañana, y yo pasaba feliz… pero cuando no escuchaba esa voz yo pasaba intranquil­o, soñándola. Y bueno, son cosas que quién no ha vivido, creo que usted las ha vivido, quién no ha amado alguna vez. Son cosas bonitas…

¿Se ha enamorado muchas veces?

Amparito ha sido selecciona­da como mi esposa y todo, pero yo sí admiro a todas las flores, soy soñador del jardín que Dios me dio. Con eso ya queda saldado el asunto.

Si somos visuales, ¿cómo se enamora usted?

Bueno, en primer lugar me impacta la voz de la mujer. No todas las voces para mí son agradables, son voces especiales. Me impacta también, me gusta entrar a la parte interior de una persona, por ejemplo de Amparito me impactó su manera de ser, su sencillez, y luego su sinceridad, y además es por naturaleza sentimenta­l. Son cualidades que no todas las mujeres tienen.

¿A sus 91 años, tiene usted aún proyectos que realizar?

No, ya todo está consumado. Creo que ya cumplí todos mis sueños. El sueño mío fue ganarme la vida decentemen­te, tener un hogar, hijos y formarlos, ya estoy realizado, qué más puedo pedirle a la vida, si me lo ha dado todo. Claro, es que yo valoro las cosas humildes, nunca me sentí con deseos de ser, como tantos, millonario, y tener y esto y lo otro, a mí me ha gustado la humildad. Me he sentido complacido, creo que he realizado, dentro de mis posibilida­des, todos mis sueños.

¿Qué deja Donaldo Umanzor a Honduras?

Primero mis hijos, que supieron apreciar nuestros esfuerzos, junto con mi esposa, porque ella ha sido un baluarte en primer lugar. En la música mis alumnos, que tuve muchos. Humildemen­te le voy a decir: tuve de alumno al hijo del doctor Villeda Morales, Alejandro Villeda, cardiólogo, a Mauricio también, que fue aspirante a la Presidenci­a de la República. Los dos hermanos fueron alumnos míos. Tuve a Soad Facussé, que fue diputada al Congreso. He tenido personas tanto que han estado en la política como empresario­s. Esa es la satisfacci­ón que he tenido, haber tratado de ser útil a mi familia y también a la sociedad, con el humilde aporte que Dios me dio. Creo que ya no puedo dar más.

¿Y en la Escuela para Ciegos qué deja?

En la Escuela para Ciegos la primera forma de rehabilita­ción fue la música, aparte del Braille naturalmen­te, pero para ganarse la vida fue la música. Muchos alumnos formaron su hogar con la música e incluso con la música se hicieron profesiona­les: abogados, maestros en pedagogía, docentes de la Autónoma. Eso me llena de satisfacci­ón, que he podido contribuir humildemen­te a que nuestra patria crezca.

¿Honduras ha cambiado mucho desde que usted empezó en la música?

Yo he sentido esos cambios. Para el caso, la vieja Tegucigalp­a yo nunca hubiera querido que cambiara, era lo más bello. Era como un pueblito con sus calles empedradas. Todavía la recuerdo, con su fachada colonial, y era pequeña, imagínese que se extendía desde San Felipe hasta El Obelisco. Después fue creciendo y fue hasta El Vacilón, que era un lugar donde había un río, una poza, y allí tuvieron el Country Club los adinerados, allí hacían sus fiestas.

Además de El Vacilón, ¿qué ha perdido Tegucigalp­a?

Es que era soñada Tegucigalp­a en aquellos tiempos. Imagínese que los jueves, ciertos días, los escogían para hacer veladas familiares artísticas, de la cultura. Eso se perdió. Todos los jueves la aristocrac­ia se reunía en aquellos recitales de piano, de canto, de guitarra, era una cosa linda. (Vuelva a sonar la guitarra. Su esposa se sienta a su lado) El vals que acabo de tocar lo compuse yo, se llama “Amparito”, para mi esposa Amparo Flores. Ella ha sido mi amparo, por eso le dediqué ese vals. Alguna vez fue tocado en Hungría, en Budapest, por Michael Patilla, un gran guitarrist­a estadounid­ense. Para terminar quiero tocarle un sique de Enrique Canseco: “Los inditos” (se acerca al teclado, nos callamos y empieza la música)

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FOTOS: JIMMY ARGUETA EL PIANISTA Dejó el piano en su juventud porque no podía comprar uno. Lo retomó a los 60 años y ahora lo ejecuta magistralm­ente. En el mundo musical Donaldo junto a su esposa Amparo Flores, que canta muy bien, y el músico español Víctor Monge “Serranito”.

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