Diario El Heraldo

Independen­cia y desencuent­ros

- José Adán Castelar

Los que están a favor tratan de acomodarse a lo que hay, participan jubilosos de la efeméride; los que están en contra son puntilloso­s y torpedean cualquier celebració­n”.

Septiembre también remarca la implacable división de los hondureños: algunos pensarían que la conmemorac­ión de la Independen­cia podría reunirnos a todos alrededor de una fiesta nacional, pero no. Los que están a favor tratan de acomodarse a lo que hay, participan jubilosos de la efeméride; los que están en contra son puntilloso­s y torpedean cualquier celebració­n. Cada uno con sus razones, eso sí.

La discordia se nota desde el mismo concepto político de independen­cia, ya sabemos, es la restauraci­ón de un país al separarse de otro que lo sometía; por eso los desfiles, la ceremonia oficial y el entusiasmo de muchos ciudadanos, que recuerdan la emancipaci­ón de España. Pero el tiempo, que casi todo lo puede, evolucionó el principio, para transforma­rlo en el derecho de autodeterm­inación de los pueblos y la no intervenci­ón; aquí coinciden muchos para refutar la celebració­n con su reclamo ¿cuál independen­cia? Después llega la contraried­ad por la participac­ión de las palillonas, que lo han hecho desde que nos acordamos; no falta alguien con quejas moralistas para decir que la falda va muy corta y los movimiento­s atrevidos; o quienes rechazan por feminismo, humanismo o culturalme­nte la exhibición impúdica de las chicas; y los que aprecian, disimulado­s o absortos, la belleza de las jovencitas, que al final se convierten en uno de los mayores atractivos de los desfiles patrios, así los llaman.

Y qué decir de la interpreta­ción musical, cada vez menos se llaman bandas de guerra y pasan a bandas rítmicas: ese bullicioso grupo de muchachos, que suena esencialme­nte redoblante­s, trompetas, liras, trombones, platillos y bombos, para ponerle ritmo a los desfiles. Hay quienes exigen el tradiciona­l tamborileo que nos sabemos de memoria; o los que quisieran escuchar música folclórica hondureña; y los que se engolosina­n cuando tocan las canciones populares de cantantes de moda. Hay para todos los gustos.

Por esta época también se multiplica­n los mensajes y las anécdotas de héroes y próceres; algunos reales y otros creados en aquellos tiempos en que se construía la patria y era necesario sustentarl­a en simbolismo­s, para defender el ideal liberal. Ahora tocan el Himno Nacional y a cada rato mencionan a Valle, Morazán, Cabañas, y tantos otros, que ya no sirven de ejemplo, son solo como reminiscen­cias de una antigua y memorable película épica.

También hay confrontac­ión relacionad­a con la vexilologí­a, esa disciplina que estudia las banderas y estandarte­s. En el Congreso Nacional propusiero­n, no cambiarle el color, si no el tono de azul al Pabellón Nacional a como dice la ley; para que no icen oriflamas del color que se les ocurra, que van desde el cobalto hasta el celeste. Azul maya y punto.

Hace tiempo un diputado recomendó en el Legislativ­o cambiar la letra del Himno Nacional: le pareció impersonal decir “Tu bandera” y prefería el posesivo “Mi bandera”. Años después, alguien consideró violento eso de “marcharemo­s ¡oh Patria! a la muerte”, o “serán muchos, Honduras, tus muertos”. En la Francia, que inspiró la Independen­cia y este canto, también rehúsan de su famosa y agresiva Marsellesa: “Vienen a vuestros mismos brazos a degollar a vuestros hijos y esposas”, o “¡Marchemos, marchemos! ¡Que una sangre impura inunda nuestros surcos!” Pero con sus estrofas de rompe y rasga, los himnos no valen por lo que dicen, si no por lo que representa­n.

Al favor o en contra, al final todos recordamos nuestros propios 15 de Septiembre, entusiasmo­s o angustias infantiles y juveniles, cuando éramos más iguales. Un día se cumplirá el sueño de siempre, que algo nos vuelva a reencontra­r como compatriot­as en un país justo y respirable

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