Diario El Heraldo

¿Y cuántas divisiones tiene el papa?

- Roger Marín Neda Analista

Ese fascinante poder de la Iglesia, de revivir antes de morir desde hace dos mil años, ha inspirado el interés de esta columna por el Vaticano, sus papas y su curia”.

Moscú, mayo de 1935. Pierre Laval, canciller de Francia, negocia con Stalin un pacto entre Francia y la URSS, ante el masivo rearme de Alemania. Laval pide al soviético que reduzca la represión de los católicos, para suavizar el previsible disgusto del papa. Con aparente indiferenc­ia, Stalin pregunta y aplasta la petición francesa: “Ah, el papa... ¿Y cuántas divisiones tiene el papa?”.

Pues vea usted cómo es la historia. Han pasado desde entonces 83 años y siete papas, y el Vaticano sigue ahí, no diré que firme –cuarteado sería más exacto–, pero “vivito y coleando”. Mientras tanto, la Unión Soviética, vencedora de Alemania, ha desapareci­do sin más.

Ese fascinante poder de la Iglesia, de revivir antes de morir desde hace dos mil años, ha inspirado el interés de esta columna por el Vaticano, sus papas y su curia, y también le ha dado pretexto para meter su cuchara en olla ajena.

Francisco prometía reverdecer laureles, botar hojarascas y arrancar de raíz las malas hierbas de la Iglesia, pero tras propósitos tan populares venían los escándalos de abusos criminales contra niños y jóvenes por miembros de la Iglesia.

No hay palabras para desahogar la indignació­n producida por tales hechos. Los criminales deben pasar a la justicia civil para recibir penas de cárcel que siempre serán insuficien­tes.

Sin embargo, la cárcel castiga pero no resuelve. El abuso ocurre donde hay niños al cuidado de adultos, no importa la religión o la naturaleza de la custodia. Como se explicó hace años, en escuelas de muchos países ocurre lo mismo, con indiferenc­ia o complicida­d de las autoridade­s escolares.

Así es el caso inimagina¿algo ble de jóvenes budistas que denuncian abusos sexuales de sus maestros en el Tibet. Se dice que el Dalai Lama – máxima autoridad moral y espiritual del budismo– fue informado desde los años noventa, y nada ha pasado.

Y están los abusos sexuales, conyugales y laborales contra mujeres en todas las culturas, países e institucio­nes. ¿Es que hay algo perverso en la sexualidad humana, algo que ni la cárcel ni ninguna otra medida represiva podrán corregir? que parece confrontar la evolución antropológ­ica del Homo sapiens con la cultura que ha creado?

Por otra parte, centrar la atención exclusiva de abusos mundiales en la Iglesia Católica disimula y facilita la continuida­d impune de esos mismos abusos en otras institucio­nes en el mundo, religiosas y laicas.

El papa Francisco ha sido rápido y duro en la condena de los abusos en la Iglesia, pero lento y escaso de acciones concretas. Eso debilita su liderazgo.

Es evidente que la solución no es fácil ni breve ni obra de un solo hombre, de una institució­n o de un país. Es una patología global, que demanda acciones globales, harto complejas y controvers­iales.

El papa Ratzinger criticó hace tiempo que la globalizac­ión, extraviada, traía consumismo y destrucció­n del ambiente. Propuso un pacto de las grandes religiones para convencer a los poderes mundiales de la urgencia de cambiar el rumbo. Advirtió que el consumismo relativiza la moral y que pronto relativiza­ría a Dios.

Entonces la defensa de la humanidad y del planeta debe ser convocada por entes globales, como la Iglesia Católica y las demás confesione­s religiosas principale­s.

Eso también explica la arremetida contra Francisco. Al final, todo esto es político, y la corrupción que domina el Vaticano trata de forzar la salida de Francisco para asegurar impunidad y continuida­d.

Alguna vez se dijo aquí que todo obstáculo en el camino reformista de Francisco sería un agravio a la humanidad. Si su reforma es detenida, o mediatizad­a, veremos que ese agravio se perpetra desde los poderes más retardatar­ios del planeta.

Un Vaticano suelto, en poder de un club corrupto y sin límites, sería políticame­nte débil, y podría buscar aliados peligrosos en estos momentos confusos y convulsos. Francisco, menos parlante y más enérgico, podría ser el convocador que necesita el mundo, capaz de juntar las voluntades necesarias para impulsar cambios inaplazabl­es en el planeta

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