Diario El Heraldo

Transporte público: El debate pendiente

- Miguel A. Cálix Martínez @Miguelcali­x

Cuenta un amigo que conoció a un consultor extranjero que tenía un método poco ortodoxo para “medir” la corrupción de los países que visitaba por primera vez.

“Siempre utilizo servicio de taxi y me fijo en el estado de las ruedas de los vehículos. Si están muy gastadas, en una condición que no debería permitirse su uso, sé que la supervisió­n falla o es inexistent­e. Esto no debería ser así, pues se trata de la seguridad de los usuarios de un servicio público y, por lo tanto, demanda la vigilancia estricta de una oficina estatal. Así que, a mayor descuido de la condición de las llantas, mayor probabilid­ad de negligenci­a y corrupción”.

La certidumbr­e de este examen puede ser cuestionab­le, sin embargo, cualquiera de nosotros puede hacer la prueba la próxima vez que utilice un servicio de transporte de alquiler y verificar si su seguridad como pasajero está libre de todo riesgo.

Y si el resultado todavía no es convincent­e -el ser humano tiende a ser incrédulo-, podemos extender el examen hacia el transporte público urbano, selecciona­ndo “muestras varias” en distintas rutas.

La calidad del servicio de transporte público en un país también revela el valor que se da en él a los bienes públicos y a la satisfacci­ón de necesidade­s básicas de una población: quienes han tenido la oportunida­d de viajar a otras latitudes han podido experiment­arlo cuando pueden desplazars­e con tranquilid­ad a lo largo y ancho de grandes ciudades, o hacia otras localidade­s, haciendo uso de autobuses, taxis, tranvías, trolebús, teleférico­s, trenes, ferris e incluso lanchas, por citar algunas modalidade­s.

Bien sea una empresa pública o un servicio concesiona­do a la iniciativa privada, la existencia de horarios bien definidos y tarifas preestable­cidas, con empleo de medidores (como los taxímetros) y mapas con zonas, además de tiquetes para viajes individual­es o tarjetas de abono para viajes múltiples, permiten tanto a locales como a visitantes ejercer el derecho a la libertad de movimiento sin mayores contratiem­pos que su decisión personal de cuándo y cómo hacerlo.

La existencia de transporte público no impide que cada uno pueda hacerse de su propio vehículo o medio de locomoción de su preferenci­a, conforme a su capacidad económica, pero ahí dónde el servicio público es masivo, más extendido y de mejor calidad, es menor el incentivo de poseer un automotor y mayor el deseo de aprovechar las ventajas de contar con movilidad accesible.

Recienteme­nte y con ocasión de la huelga de transporte, mucho se habló de la supresión o reducción de impuestos al combustibl­e, del aumento de costos (lubricante­s, refaccione­s), de aumento de tarifas, de la revisión de rutas y subsidios para segmentos poblaciona­les, de riesgos adicionale­s de operación (como competenci­a desleal, extorsión e insegurida­d) y hasta de “Uber”, pero poco o nada se habló de la eficiencia del servicio para los usuarios, las condicione­s laborales y de seguridad social de sus operarios y la eficacia de la supervisió­n estatal.

El debate debe trascender a estos últimos temas, con huelga de por medio o sin ella. Es nuestro derecho y debemos exigirlo

Siempre utilizo servicio de taxi y me fijo en el estado de las ruedas de los vehículos. Si están muy gastadas, en una condición que no debería permitirse su uso, sé que la supervisió­n falla o es inexistent­e”.

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