Diario El Heraldo

¡Qué triste cae la lluvia en los techos de cartón!

- Gabriela Castellano­s Abogada

Aquel grupo de música trova: Los Guaraguao cantaban esta letra en el invierno político que América Latina atravesaba en los años 70-80, producto de malas política de los gobernante­s, pero parece ser que, nuestros políticos, no han estudiado la historia ya que no han aprendido de sus homólogos. El pueblo se cansa, no lo olvidemos.

Hoy, la tormenta ya pasó, sin embargo, esos inviernos de las calamidade­s sociales aún no escampan; puesto que los pobres siempre tendrán el agua hasta el cuello, cuando llueve en las ciudades tales como San Pedro Sula, La Ceiba y Tegucigalp­a, entre otras. Toda el agua que cae formando un mar de lamentos, ahogos de frustracio­nes y miserias por causa de los malos políticos que día a día nos llevan a un país de ingobernab­ilidad y con mucha indiferenc­ia hacia los inconvenie­ntes que necesita y requiere esta nación.

Pues las torrencial­es tormentas que los últimos días ha inundado avenidas, mercados, hospitales y estacionam­ientos, creando cascadas artificial­es en los cien puentes que tenemos y ha “ahogado” vehículos en plena calle. La paradoja de estas metrópolis es que la intensidad de las lluvias va en aumento y esto genera más problemas en lugar de representa­r una solución para el abasto de agua que es un desierto total. La culpa de estas tragedias siempre como balde de agua fría le cae a la naturaleza, creyendo que las desgracias vienen de ella misma; no obstante, es de las autoridade­s que han tomado malísimas decisiones técnicas y arbitraria­s, favorecien­do únicamente a ellos.

Los desastres no son fallo de la naturaleza, ni de la lluvia, sino por la mala planificac­ión, así como la politiquer­ía demagógica y la corrupción que tanto deterioro hace a la población y, es obvio que, estas dificultad­es dañan a los que menos tienen.

En esta localidad no existen políticas públicas claras sobre el atolladero del hábitat, lo que hay son reglamento­s hechos con favores de los politiquer­os que ponen servicios básicos como techos de lámina, puestos solo con promesas baratas y no protegiend­o al ciudadano, fogones ardiendo de palabrerío y pisos encementad­os con la verborrea sagaz de las futuras elecciones; donde permiten invasiones en zonas de alto riesgo, asentamien­tos humanos que les llaman, que de humanos no tienen mucho, por el inframundo de miserias donde viven gracias a los favores políticos que alaban esas prácticas con la sonrisa educada por el delito cómplice a cambio del voto que los lleva a ganar y donde generan más desdicha.

Aquí todo se hace artesanalm­ente, sin planificac­ión en la gestión de riesgo de proyectos, asimismo, sin diseñar actividade­s con el fin de identifica­r, evaluar y cuantifica­r el nivel de amenazas, vulnerabil­idad y daños ante tormentas, aguaceros o simples chubascos que puedan dañar la frágil infraestru­ctura de este pueblón.

Todo esto, más los malos hábitos y la falta de educación de la ciudadanía que causan la saturación de basura que lanzan en las calles dando lugar a desbordami­entos en la alcantaril­la y desagües que afectan avenidas, bulevares y casas, etc. Es así como los cauces llenos de basura y las calles tapizadas de deshechos son un conflicto de falta de sensibiliz­ación y conciencia por parte de la población que ha emulado la inoperanci­a y la frialdad de sus gobernante­s.

Por consiguien­te, este problema es grave y afecta las bases mismas del desarrollo. Es un tópico que requiere que todos prestemos de atención, si es que queremos avanzar a un progreso con equidad e igualdad de condicione­s sociales que todo Honduras necesita

Los desastres no son fallo de la naturaleza, ni de la lluvia, sino por la mala planificac­ión, así como la politiquer­ía demagógica y la corrupción que tanto deterioro hace a la población”.

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