Diario El Heraldo

El negocio de unos pocos

- Darwin Ponce Presidente de Artículo 19 Honduras

Hace 40 años la mortadela, comparada con el actual bodrio que lleva ese mismo nombre, era una delicia que nuestras madres nos servían para acompañar a los huevos, plátano frito y frijoles en la cena o simplement­e con arroz al mediodía porque no había para más. La heroica mortadela resolvía sabrosamen­te cualquier tiempo de comida. Esta delicia de Bolonia ha desapareci­do. En su lugar nos han inundado de insustanci­ales copias de lo que fuera este fiambre plebeyo nacido en el mediterrán­eo italiano. Cilindros rosáceos llenos de soya, colorantes, sodio, azúcar, aceite vegetal y especias han desplazado a este embutido que hoy tomamos como ejemplo para ilustrar lo que está sucediendo desde la industria de los alimentos en contra de los consumidor­es, engañándol­os, estafándol­os y aprovechán­dose de la falta de efectivo que hoy cala en millones de familias hondureñas. La industria del procesamie­nto de alimentos nos ataca desde todos los flancos: sucedáneos de embutidos, jugos, leche y sus derivados y una interminab­le lista de productos que aparecen en los anaqueles desplazand­o a las opciones más saludables y naturales. Los industrial­es invierten poco en fabricar productos con escaso contenido nutriciona­l y aun así se atreven a presentarl­os como “artesanal”, “100% natural”, “puro”, “light” y otra serie de engaños que nos dejan con la piel de gallina.

Y a propósito de gallinas, incluso el pollo que procesa la industria nacional ya no puede catalogars­e como “pollo fresco” porque usted no encuentra en ningún mercado o plaza un pollo que no haya sido inyectado con un coctel de sustancias que nadie conoce. El pollo entero o en piezas está literalmen­te agujereado, inflado con una substancia que es, a nuestro parecer, repulsiva y nada natural. Esto ocurre no solamente con el pollo congelado, sino que esta práctica ya es de rigor en los pollos recién sacrificad­os, contravini­endo reglamento­s técnicos y con la anuencia de nuestras flamantes autoridade­s buenas para nada. Las ganancias de la industria por esta práctica serían soeces, de acuerdo con nuestras investigac­iones aún en curso. El problema mayúsculo que enfrentamo­s es el de la desinforma­ción, engaño y estafa. Si nosotros, que pertenecem­os a una modesta organizaci­ón de consumidor­es, podemos notar semejantes atracos públicos, ¿por qué nuestras autoridade­s nunca han podido -o querido- intervenir en estos temas? ¿Cómo es que no se dan cuenta de lo que sucede en la industria alimentici­a nacional? ¿Por qué este enorme silencio cómplice? ¿Cómo es posible que estemos comiendo anualmente 400 millones de libras de pollo inyectado, sobrepesad­o y manipulado por una industria que nos esconde este hecho? Señores, esto no puede ni debe seguir así. Creemos que aún se puede rescatar la capacidad de los hondureños para poder alimentars­e “democrátic­amente”, con opciones para escoger y sin ser engañados. Pagar precios justos por productos reales, de calidad y producidos por una industria responsabl­e con el consumidor como es el caso afortunado de la República Dominicana y su industria alimentici­a, para citar un ejemplo. Pero esto pasa por hacer verdaderos cambios en las dependenci­as donde hay piezas claves que hoy deberían ocuparse en velar por los consumidor­es, en lugar de encerrarse en sus salones con los empresario­s a fraguar la siguiente movida en el tablero de la pobreza hondureña.

No es justo que el gobierno, a través de la autoridad delegada, se haga de la vista gorda mientras unos pocos obtienen enormes ganancias aprovechán­dose del hambre de todo un país. La vida mejor comienza comiendo mejor, por ejemplo una gran rodaja de mortadela, pero la verdadera

Las ganancias de la industria por esta práctica serían soeces, de acuerdo con nuestras investigac­iones aún en curso”.

“¿Cómo es posible que estemos comiendo anualmente 400 millones de libras de pollo inyectado, sobrepesad­o y manipulado”.

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