El negocio de unos pocos
Hace 40 años la mortadela, comparada con el actual bodrio que lleva ese mismo nombre, era una delicia que nuestras madres nos servían para acompañar a los huevos, plátano frito y frijoles en la cena o simplemente con arroz al mediodía porque no había para más. La heroica mortadela resolvía sabrosamente cualquier tiempo de comida. Esta delicia de Bolonia ha desaparecido. En su lugar nos han inundado de insustanciales copias de lo que fuera este fiambre plebeyo nacido en el mediterráneo italiano. Cilindros rosáceos llenos de soya, colorantes, sodio, azúcar, aceite vegetal y especias han desplazado a este embutido que hoy tomamos como ejemplo para ilustrar lo que está sucediendo desde la industria de los alimentos en contra de los consumidores, engañándolos, estafándolos y aprovechándose de la falta de efectivo que hoy cala en millones de familias hondureñas. La industria del procesamiento de alimentos nos ataca desde todos los flancos: sucedáneos de embutidos, jugos, leche y sus derivados y una interminable lista de productos que aparecen en los anaqueles desplazando a las opciones más saludables y naturales. Los industriales invierten poco en fabricar productos con escaso contenido nutricional y aun así se atreven a presentarlos como “artesanal”, “100% natural”, “puro”, “light” y otra serie de engaños que nos dejan con la piel de gallina.
Y a propósito de gallinas, incluso el pollo que procesa la industria nacional ya no puede catalogarse como “pollo fresco” porque usted no encuentra en ningún mercado o plaza un pollo que no haya sido inyectado con un coctel de sustancias que nadie conoce. El pollo entero o en piezas está literalmente agujereado, inflado con una substancia que es, a nuestro parecer, repulsiva y nada natural. Esto ocurre no solamente con el pollo congelado, sino que esta práctica ya es de rigor en los pollos recién sacrificados, contraviniendo reglamentos técnicos y con la anuencia de nuestras flamantes autoridades buenas para nada. Las ganancias de la industria por esta práctica serían soeces, de acuerdo con nuestras investigaciones aún en curso. El problema mayúsculo que enfrentamos es el de la desinformación, engaño y estafa. Si nosotros, que pertenecemos a una modesta organización de consumidores, podemos notar semejantes atracos públicos, ¿por qué nuestras autoridades nunca han podido -o querido- intervenir en estos temas? ¿Cómo es que no se dan cuenta de lo que sucede en la industria alimenticia nacional? ¿Por qué este enorme silencio cómplice? ¿Cómo es posible que estemos comiendo anualmente 400 millones de libras de pollo inyectado, sobrepesado y manipulado por una industria que nos esconde este hecho? Señores, esto no puede ni debe seguir así. Creemos que aún se puede rescatar la capacidad de los hondureños para poder alimentarse “democráticamente”, con opciones para escoger y sin ser engañados. Pagar precios justos por productos reales, de calidad y producidos por una industria responsable con el consumidor como es el caso afortunado de la República Dominicana y su industria alimenticia, para citar un ejemplo. Pero esto pasa por hacer verdaderos cambios en las dependencias donde hay piezas claves que hoy deberían ocuparse en velar por los consumidores, en lugar de encerrarse en sus salones con los empresarios a fraguar la siguiente movida en el tablero de la pobreza hondureña.
No es justo que el gobierno, a través de la autoridad delegada, se haga de la vista gorda mientras unos pocos obtienen enormes ganancias aprovechándose del hambre de todo un país. La vida mejor comienza comiendo mejor, por ejemplo una gran rodaja de mortadela, pero la verdadera
Las ganancias de la industria por esta práctica serían soeces, de acuerdo con nuestras investigaciones aún en curso”.
“¿Cómo es posible que estemos comiendo anualmente 400 millones de libras de pollo inyectado, sobrepesado y manipulado”.