Renovables
Todo en Honduras necesita ser renovado, no solo la energía eléctrica es nuestro problema, y la noble empresa ENEE -que por muchísimos años fue parte de la industria lechera del gobierno central, junto con Hondutel, la Empresa Portuaria, el Pani y otras instituciones más- no es la única culpable de nuestras desgracias. En todas esas empresas autónomas del Estado aún huele a azufre. Ese fuerte olor nauseabundo que a su paso dejan los funcionarios corruptos o incapaces que contribuyeron, en su tiempo, a provocar la anemia financiera crónica que hoy tiene boqueando a esas instituciones y, al pueblo hondureño, metiéndose la mano en los resecos bolsillos para pagar la injusta deuda que hoy parece impagable si no es con el sacrificio de la ciudadanía.
La ENEE es un vivo ejemplo de la desidia, la incapacidad y la corrupción que hizo presa de la institución durante muchísimos años. De poco ha servido el sacrificio de ilusos inversionistas criollos y algunos cándidos extranjeros que han creído en los cantos de sirena de los últimos gobiernos sucesivos, invitando con fanfarrias a invertir en proyectos renovables cuando esas inversiones, paradójicamente, no han contado con el interés responsable de las autoridades correspondientes para garantizar su más pronta construcción, operación e incorporación beneficiosa, para el pueblo hondureño, a la red nacional de distribución de energía. Las autoridades tienen años de estarnos endulzando los oídos con el gran pregón de que cuando logremos revervital sar el patrón de generación, de térmicas a renovables, de todo tipo, el pueblo hondureño gozará de las mejores tarifas de la región.
Sin embargo, cuántos proyectos del Estado se encuentran inmovilizados por la incapacidad de tomar decisiones ejecutivas oportunas, cuántos años estuvieron paralizadas las obras de Patuca impidiendo la generación de cientos de megawatts baratos; cuántos meses, ya casi un año, desde que se encuentran paralizadas las obras de Agua Zarca y Petacón, porque no se definen las situaciones de esos proyectos en relación con pequeños grupos que reivindican derechos ancestrales o alegan, muchas veces en forma infundada, legitima o ilegítimamente, daños al ambiente que no se pueden probar ni científica ni técnicamente.
Al pueblo hondureño se le ha sometido a un prolongado proceso de aletargamiento, es un pueblo que no exige con firmeza a las autoridades, con suficiente anticipación, que se tomen medidas preventivas de las crisis o los daños por desastres naturales; no es sino hasta que el pueblo tiene la soga apretándole el cuello y los bolsillos que se elevan las voces; voces que invariablemente son aprovechadas por los politiqueros del patio para echar agua a su propio pozo.
Lo de la ENEE es un desastre previamente anunciado. Todos sabíamos que iba a llegar el momento de la desesperación y esos momentos implican un sacrifico mayor que no se solventa cosméticamente con dispensar un millón y medio de consumidores poniendo en la guillotina a ese otro sector consumidor que es el que soporta con sus impuestos la grosera cruz de todas las demás cargas del Estado. Observemos con preocupación el impacto sobre el sector medio, la artesanía y la pequeña empresa para confirmar que el bonito de algunos siempre es el feo de otros.
Renovemos todo, empezando por los administradores de esta noble empresa que se llama Honduras, pero que la incapacidad y la picardía la tienen al borde de la bancarrota
La ENEE es un vivo ejemplo de la desidia, la incapacidad y la corrupción que hizo presa de la institución durante muchísimos años”.