Diario El Heraldo

Exclusión y migración

- Ana Elsy Mendoza Periodista

El movimiento social generado por la caravana de migrantes debería ser un parteaguas en la vida social y política del país. Digo debería, porque el Mitch, el golpe de Estado, las niñas y niños migrantes no acompañado­s de 2014 y otros hitos pasaron sin que pasara nada.

El emblemátic­o éxodo muestra la fuerza de quienes, cansados de ser los de abajo, se deciden a escribir su propia historia. Las dramáticas anécdotas de quienes ven el paso de los obligados peregrinos se cuentan por montón.

Hasta hace poco, el desplazami­ento forzado era una realidad que se miraba de lejos y solo se pensaba en los balseros de Cuba, los nicaragüen­ses, los venezolano­s. Hoy el dramatismo de la migración colectiva nos ha estallado en la cara.

En años anteriores hubo caravanas en las que confluían migrantes de toda la región; pero la de abril pasado partió directamen­te de Honduras. La ONG mexicana Pueblo sin Fronteras afirma que de los 1,500 que partieron, 300 llegaron a su destino.

No se sabe con exactitud cuántas personas participan en este nuevo éxodo; unos hablan de cuatro mil y otros hasta de ocho y 14 mil. Si la magnitud es dramática, la presencia de niñas, niños, ancianos, discapacit­ados en sillas de ruedas, hombres que rompen en llanto al ser entrevista­dos y mujeres cargando uno y hasta dos pequeños caminando agotadas por el accidentad­o recorrido de más de tres mil kilómetros para abandonar la exclusión es sobrecoged­ora. El desaliento fluye en cada relato; no queda tiempo para identifica­r cuál es el más conmovedor.

Es un pueblo cansado de esperar que las cosas cambien; de alimentar esperanzas fallidas. Según datos oficiales, cada año emigran unos 100 mil hondureños, 300 por día, de los cuales alrededor de la mitad son deportados; un poco más del 70% son jóvenes entre 28 y 30 años. En 2014, los 18,244 niñas, niños y adolescent­es migrantes no acompañado­s generaron una “crisis humanitari­a”. Poco o nada aprendimos de esa dura experienci­a.

Esto muestra que el éxodo es algo cotidiano, solo que -en esta oportunida­dlos que tenían que salir en un período de 15 días partieron en multitud, lo cual reduce el riesgo por las bandas criminales y evita el pago de coyotes. No es lo mismo 300 que la seguridad y la solidarida­d de cuatro o 14 mil juntos.

Este nuevo viacrucis ha generado una crisis que trasciende lo nacional y se ha convertido en un serio problema para México y Estados Unidos; pero en lugar de asumir responsabi­lidades y diseñar y ejecutar políticas públicas concretas que no se queden en el camino, bajo un errado enfoque, se buscan culpables, se criminaliz­a a los migrantes, atacando el efecto y no las causas.

Cuando se ven las cifras de la desesperan­za, la idea del “sueño americano” o que fueron engañados suena sin sentido. No emigran, huyen de la pobreza (67.4% Cepal), el subempleo visible e invisible (55% EPH/INE 2016), la insegurida­d (42.8 muertes violentas por 100,000 h.), la falta de oportunida­des.

Para nadie es desconocid­o que el factor que más impacta es la desbordant­e y perversa corrupción que, según el Fosdeh, cada año nos arrebata entre 25 y 50 mil millones de lempiras, la deteriorad­a justicia y la insensibil­idad de una clase política obsoleta, alejada de los intereses colectivos, entre otros.

Ante un fenómeno multicausa­l, la respuesta tiene que ser integral, multisecto­rial y regional, de lo contrario, Honduras seguirá perdiendo su mejor capital y fortalecie­ndo los cimientos del colapso

Hasta hace poco, el desplazami­ento forzado era una realidad que se miraba de lejos y solo se pensaba en los balseros de Cuba, los nicaragüen­ses, los venezolano­s. Hoy el dramatismo de la migración colectiva nos ha estallado en la cara”.

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