Unidad
Lo diga quien lo diga, no es cierto que la clasificación de países como el nuestro, de integrante del tercer mundo, ahora es inaplicable. La multilateralidad de la economía, el desprendimiento de los gobiernos del primer mundo en favor de nuestras sociedades y en detrimento de las propias, o la caída del segundo mundo con el derrumbe del comunismo, no varía nuestra posición en esta escala en la que la inequidad y la pobreza se han profundizado, la corrupción y la impunidad también. Si son variables concatenadas. El flujo de la cooperación internacional y el derroche paralelo no han hecho cambios significativos en el sistema de desigualdad que nos somete. Hay pobres más pobres y ricos más ricos. Bien por quienes lo han logrado sin evadir impuestos ni explotar trabajadores ni apropiarse de lo ajeno. Al final, somos tercermundistas. Se sea rico o pobre, partidario o antisistema, real o x cálculo, o escéptico preocupado por el qué comerán más tarde sus hijos. Vivimos aquí, somos tercermundistas. Afrontamos los desafíos que generan la pobreza, el cambio climático, la escasa escolaridad, la precaria alimentación de los primeros cinco años de nuestra niñez y de toda su vida, el debilitamiento institucional y el eufemismo de ser un estado de derecho. Todos somos afectados por igual. Pero tanto represar la problemática, tantos vanidosos que hemos tenido por dirigentes, más interesados en sus adicciones y en cómo se ven y en sus conquistas pasionales, que en resolver las dificultades, para lo cual se han postulado y para lo que han sido electos, termina por explotarnos directamente en la cara. Afrontar las consecuencias no es asunto de un partido ni de un gobierno sectario. Es indispensable la unidad, un gobierno de unidad con lo mejor de lo mejor. Está visto que, en esta coyuntura, no se puede experimentar, hay que buscar las mayores capacidades en cada sector para responder a los desafíos que plantea la crisis. Lo político es solo una de sus varias facetas