Diario El Heraldo

Morolica… el agua se llevó al muerto con todo y ataúd

Veinte años después, la Nueva Morolica sale poco a poco avante bajo el liderazgo de su héroe, el alcalde que caminó a la capital para lanzar el SOS al mundo

- MOROLICA, CHOLUTECA

El 30 de octubre de 1998 Morolica se perdió del mapa luego de que los ríos Texíguat y Choluteca se desbordara­n producto del paso del huracán Mitch. Tres años después, el 17 de marzo de 2001, con el empuje de su gente y la comunidad internacio­nal, se creó la Nueva Morolica

Como un azote endemoniad­o capaz de arrancarle sangre a la tierra por medio de las torrencial­es aguas de los ríos Choluteca y Texíguat llegó el huracán Mitch al municipio de Morolica un fatídico viernes 30 de octubre de 1998.

Presagios de una catástrofe rondaban un ambiente sumido bajo el aullido desconsola­do de los perros que presentían una muerte próxima alentada por los horribles estruendos provenient­es de los diferentes cerros cercanos. Los cerca de 2,400 habitantes de Morolica tenían sobre sus espaldas ya cuatro días de lluvia incesante, pero se resistían a creer que su acogedor pueblo fundado en 1824 iba a ceder ante el poderío atroz de la naturaleza.

Por medio de megáfonos se advertía que la desgracia estaba tocando sus puertas, pero cientos de incautos se resistían a abandonar sus casas por temor a peder sus cosas.

“Nos decían locos, que los dejáramos tranquilos, que tenían toda su vida de vivir aquí y que jamás el río había entrado a Morolica”, comentó Reiniery Ponce, exregidor del pueblo. Ante la parsimonia de la gente se formó un improvisad­o Comité de Emergencia Municipal (Codem), dirigido por su alcalde Ramón Adalberto Espinal (59) y Ponce, quienes eran acompaña dos por tres valientes militares que cambiaron las botas de cuero por unas de hule y sacaron entre brazos a los más adultos del pueblo, que irónicamen­te eran los más renuentes a salirse. Otros por su parte se agruparon en pequeños grupos dentro de iglesias y colegios, para luego tener que salir con el agua al cuello como almas que lleva el diablo para evitar morir por las inundacion­es. Al filo de las 6:30 PM, cuando el sol comenzaba a ocultarse y los últimos habitantes salían despavorid­os del pueblo, la luz eléctrica se interrumpi­ópara jamás volver a encender. Parados bajo la lluvia miles de habitantes de Morolica se dejaron cobijar por un cielo destructiv­o mientras a lo lejos escuchaban fuertes estruendos que les erizaban la piel, pero que no les terminaban de convencer de que su pueblo se había perdido del mapa.

Realidad

A la mañana siguiente con los primeros rayos de sol los habitantes volvieron su vista al suelo para ver, según ellos, sus casas sumergidas en agua.

Pero no fue así, “en Morolica parecía que el agua había sido succionada por la tierra totalmente y de paso se había tragado todas las viviendas que ahora solo eran pedazos de lodo”, recordó Ponce.

Desde los bordos de la montaña se escuchaban lamentos terrorífic­os de personas que se resistían a creer que ahí donde estaba el fruto de su trabajo ya no había nada.

Doce personas perdieron la vida esa noche en la aldea El Rincón, adyacente a Morolica, testigos cuentan que sus gritos se escucharon hasta las primeras horas de la madrugada, pero sus cuerpos, incluidos ocho menores de edad, nunca apareciero­n. “Cuidaban una propiedad y no les quedó tiempo de salir, de esa familia se salvó una niña que estaba viviendo en Morolica con otras personas”, argumentó el exregidor.

Con las manos vacías, sin nada que comer, tampoco que vestir, la histeria se apoderó del pueblo que fijó en su exalcalde Ramón Adalberto Espi-

nal las esperanzas luego de que decidiera salir a pie rumbo a Tegucigalp­a a pedir ayuda.

Ayuda y reconstruc­ción

El alimento llegó tres días después a bordo de helicópter­os de la República de México cargados por el Programa Mundial de Alimentos (PMA), que se convirtió en el protector de los morolicas.

Apenas un mes después, en diciembre, aún con las heridas frescas por el desastre se comenzó a planificar lo que sería la Nueva Morolica.

El proyecto fue planificad­o por Gerhard Franke, coordinado­r para América Latina de Malt ese rInternac ion a ti on al y que se convirtió en un padre para la población, además colaboraro­n la Orden de Malta, agencias de desarrollo de Suiza, Estados Unidos, España y Japón y las iglesias, entre otras institucio­nes, con una inversión

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FOTOS: JOHNY MAGALLANES

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