Brasil: ¿hacia el fascismo tropical?
El triunfo electoral del candidato ultraderechista, el capitán retirado Jair Bolsonaro, ha sido explicado por factores diversos que se entremezclan en su meteórico ascenso en los últimos meses que culminaron con su victoria comicial: aguda recesión, altas tasas de desempleo, insatisfacción con la corrupción institucionalizada que contaminó a todo el espectro político, las crecientes tasas delictivas, las divisiones en los partidos políticos de centro e izquierda, el encarcelamiento del principal dirigente del Partido de los Trabajadores, Lula da Silva, la efectiva campaña de Bolsonaro recurriendo a las redes sociales antes que a los medios tradicionales de comunicación, el respaldo a su candidatura por las iglesias evangélicas (incluyendo las fundamentalistas) y los grandes empresarios, apostando a que implementará políticas de austeridad que eliminarán los programas de combate a la pobreza que posibilitaron el ascenso socioeconómico de millones de brasileños, exitosamente implementados por la izquierda mientras controló el poder.
Las perspectivas que ahora se avecinan se inscriben en el ascenso del populismo a nivel mundial: Estados Unidos, Polonia, Italia, Hungría y Colombia, cuyos candidatos han logrado vencer al sistema político establecido, apelando al sentimiento antiinmigrante, al racismo, al nacionalismo extremo, a la incertidumbre colectiva respecto al deterioro de los acostumbrados niveles de vida que, aparentemente, garantizaban un ascendente e ininterrumpido desarrollo. La retórica utilizada por Bolsonaro incluyó esta explosiva mezcla de ofertas, incorporando las amenazas contra la oposición, la homofobia y misoginia, la promesa de debilitar las dependencias estatales que velan por el medio ambiente y por los pueblos indígenas habitantes de la Amazonía, la flexibilidad para el uso de armas de fuego por la ciudadanía, carta blanca para las fuerzas policiales en la eliminación física de delincuentes de las favelas, su apología de la tortura y represión utilizada por los regímenes militares entre 1964 a 1985, que posicionó a Brasil como el “subgendarme de Suramérica”, colaborando sus servicios de inteligencia con sus colegas golpistas uruguayos, argentinos, chilenos y bolivianos en la represión de la oposición interna y de los emigrados políticos de las repúblicas vecinas. Brasil es el único país latinoamericano en que no se ha podido llevar a juicio a los violadores de derechos humanos durante esa época altamente represiva; incluso, no se ha instalado una comisión que investigue los abusos y horrores perpetrados por sus Fuerzas Armadas durante ese período. Adicionalmente, es uno de los que presenta mayores desigualdades en la distribución del ingreso, con extremos obscenos entre opulencia y miseria. Vientos de tormenta se irán acumulando a partir de ahora, polarizando aún más a su población entre quienes respaldan sus políticas extremistas y quienes las rechazan. La gran perdedora es, desde ya, la democracia del gigante país sudamericano, en tanto que el nuevo gobierno contará con el respaldo del gran capital nativo y foráneo, al igual que de gobiernos extranjeros que respaldan su sesgo ideológico y lo perciben como un modelo amistoso con el cual forjar alianzas estratégicas continentales
Vientos de tormenta se irán acumulando a partir de ahora, polarizando aún más a su población entre quienes respaldan sus políticas extremistas y quienes las rechazan”.