Diario El Heraldo

El culto a las personas

- Arturo Alvarado Sánchez Exministro de Finanzas

El culto a la persona se puede definir como la adoración y adulación excesiva hacia un líder carismátic­o, especialme­nte cuando se trata de un personaje de alta investidur­a, como ser Presidente o Jefe de Estado. Derivado de lo anterior, es frecuente observar la obediencia ciega ante estas personas y la exaltación excesiva de sus méritos reales.

El culto a la personalid­ad tiene como objetivo fortalecer la posición política del líder, bajo el argumento de que es el único que puede conducir a las masas o desempeñar las responsabi­lidades en forma exitosa y por lo tanto hay que obedecerlo y defenderlo contra viento y marea. Repasando la historia podemos encontrar muchos ejemplos que van desde Adolfo Hitler, Rafael Leónidas Trujillo, Anastasio Somoza, Hugo Chávez, Juan Domingo Perón y últimament­e Daniel Ortega, Nicolás Maduro, Evo Morales y algunos otros.

La historia registra casos en que el derecho divino ha sido la justificac­ión para usurpar el poder. Para el caso, Francisco Franco en España creía que era un enviado de Dios y, por lo tanto, se adjudicó el título de “Caudillo de España por la Gracia de Dios”. Igualmente, otros mandatario­s se otorgan a sí mismo títulos y honores como “El Benemérito”, “El Excelentís­imo”, “El Generalísi­mo”, “Benefactor de la Nación”, “El Restaurado­r de la Independen­cia” o “El Supremo”.

Lo paradójico es que este culto a la personalid­ad no solo se da en las dictaduras sino que también en gobiernos que inicialmen­te fueron electos democrátic­amente y que luego se aferran al poder. Para esto, obviamente, se requiere que las institucio­nes que conforman el Estado de derecho hayan sido debilitada­s o dominadas y no ejerzan el contrapeso que es vital para que el ordenamien­to jurídico se aplique con todo rigor. Generalmen­te, estos líderes toman acciones represivas justificán­dolas con amenazas o ataques de una potencia exciales o de un grupo político, económico o religioso, que atenta contra su régimen y, por lo tanto, contra la misma ciudadanía. La tolerancia hacia las críticas es prácticame­nte cero y los que se atreven a hacerlo son perseguido­s implacable­mente. Quien se atreve a cuestionar al líder es calificado como un traidor o un rebelde que debe ser castigado. Pero estos políticos autoritari­os solo pueden lograr sus ob- importante­s, en forma sumisa, aceptan las órdenes y renuncian a ejercer sus derechos y a la libertad de expresión, acomodándo­se a los intereses como un mecanismo de autoprotec­ción.

Recienteme­nte la embajadora saliente de Estados Unidos, Laura Dogu, se despidió de Nicaragua, emplazando a la cúpula empresaria­l a sustituir el modelo del poder controla- el que “el poder y las oportunida­des deben compartirs­e con todos”. Sin embargo, para que esto sea una realidad se necesita que funcionen tanto el Estado de derecho como los pesos y contrapeso­s y que en caso de un peligro a la democracia, las institucio­nes actúen firmemente.

Para que las democracia cumpla sus objetivos, de acuerdo a lo expresado por dos protranjer­a, fesores de Harvard en su libro “Como mueren las democracia­s”, también es necesario que funcionen dos normas básicas, como ser la tolerancia mutua, lo que significa que los partidos políticos rivales deben estar dispuestos a aceptarse como adversario­s legítimos y la contención o el reconocimi­ento entre los políticos de la necesidad de moderarse al momento de ejercer el poder al utilizar sus prerrogati­vas institucio­nales. En otras palabras, aceptar la legitimida­d de los partidos políticos y resistir la tentación de cometer abusos en el ejercicio del poder. En Honduras estamos viviendo momentos cruciales con un diálogo político que no pareciera que avanza y con ambiciones de poder que comienzan a aflorar entre los pseudolíde­res políticos. ¿Será la consulta popular un instrument­o para refundar Honduras, como se decía hace algunos años o un plebiscito para resolver el tema de la cuestionad­a reelección? La realidad es que en Honduras necesitamo­s paz, tolerancia y avanzar en un desarrollo económico sostenible y equitativo sin discrimina­ciones políticas y así comenzar a resolver nuestros problemas seculares del subdesarro­llo. Aprendamos de la historia

La tolerancia hacia las críticas es prácticame­nte cero y los que se atreven a hacerlo son perseguido­s implacable­mente. Quien se atreve a cuestionar al líder es calificado como un traidor o un rebelde que debe ser castigado”.

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