Diario El Heraldo

Solo frente al lobo, la vida de un pastor en los Alpes franceses

Estas montañas son un lugar suntuoso, pero pueden convertirs­e rápidament­e en una pesadilla

- AFP/EL HERALDO

Gaétan Même duerme vestido por temor a que un lobo ataque a su rebaño en medio de la noche. “La angustia está latente”, cuenta este pastor de 24 años al término de su tercera trashumanc­ia en los Alpes franceses.

Las montañas de terciopelo verde, salpicadas de rocas, entre el macizo de Belledonne y el valle de Maurienne, un idílico lugar de recreo para los excursioni­stas, son su reino desde junio hasta finales de octubre.

Un lugar suntuoso que puede convertirs­e rápidament­e en una verdadera pesadilla cuando hay que cuidar de 1,300 animales vulnerable­s. “Cuando mataron a mi primera oveja sentí inmediatam­ente que había fracasado, que no había cumplido con mi deber”, afirma este pastor. “Rápidament­e encontré su carcasa, había una enorme mancha roja... El corazón, los pulmones y el hígado habían sido devorados”.

Desde su primera temporada en los Alpes, Gaétan se encontró “cara a cara” con un lobo. “Estuvo rondando durante una semana”, recuerda. “Las ovejas estaban tan aterradas que tumbaron una cerca”.

Para vencer a los lobos, hay que distraerlo­s, dice. Mover regularmen­te el perímetro del rebaño, hacer ruido, encender fogatas, fabricar espantapáj­aros con suéteres. “A éste le agregué pelos de mi perra, para que se impregne un poco de su olor”, cuenta, señalando uno.

Hoy en día quedan unos 1,000 pastores en Francia. Esta vida solitaria todavía atrae a muchos jóvenes que buscan un cambio de vida, pero pocos se quedan más allá de un par de temporadas.

“Dondequier­a que vayas eres un forastero, una curiosidad que provoca una mezcla de miedo y fascinació­n”, dice Gaétan.

Jimi Hendrix en los Alpes

Su oficio es una vocación. “No recuerdo haber querido hacer nada más que esto”, dice. De niño pasaba “horas mirando por la ventana” pero tenía miedo de los animales, hasta que adoptó un gato. “Hoy tengo más contacto con los animales que con los humanos”, admite.

Gaétan se despierta todos los días a las 06H30 al son de la guitarra de Jimi Hendrix. El joven de pelo negro y ojos vivos, vestido con gruesos pantalones de pana, chaqueta sin mangas y camisa de leñador, tiene todo el aspecto de un pastor.

Cada dos días, antes de soltar a las ovejas, echa sal sobre las rocas. A las ovejas les encanta. “Hace que les dé sed y hambre”, dice. El rebaño sale después corriendo, haciendo un estruendos­o ruido entre campanas y balidos. El pastor les responde con una muy buena imitación. El rebaño pasta todo el día. Algunas de las ovejas están preñadas, otras acaban de parir.

A 2,000 metros de altura sobre el pequeño pueblo de Saint-colomban-des-villards, en el departamen­to de Saboya, la mayor preocupaci­ón del pas- tor es la niebla porque

“las ovejas se disper- san” y se pierden.

Cuando llueve es más fácil, porque no les gusta la lluvia. Les da frío y su lana absorbe el agua. Si no hay refugio, se detienen “ponen el culo contra el viento espe- rando que acampe”.

Los días son largos mientras las nubes flotan sobre las cimas. “No debes tener miedo de permanecer con los brazos cruzados durante horas”, dice sonriente el joven que escucha una pequeña radio de transistor­es todo el día.

Sigue a las ovejas donde ellas quieren pastar, ayudado por tres perros que cuidan a las rezagadas y mantienen el rebaño unido. Implica caminar mucho sin ir a ninguna parte. “Soy un nómada que no va a ninguna parte”, se ríe.

Los días son largos, mientras las nubes flotan sobre la cima.

Cuando tenía 15 años siguió a un pastor en los Pirineos para hacer prácticas. “No quería volver a bajar de la montaña”, dice.

Hoy en día necesita un mes para reajustars­e a la vida de la ciudad en octubre. Pero admite que solo tarda un par de días en aclimatars­e cuando sube a los prados en primavera. “Estar consigo mismo, de lo que mucha gente huye, es exactament­e lo que busco”, dice.

Cruel cuento de hadas

Gaétan utiliza diferentes sonidos de silbato para dirigir a su rebaño a la izquierda o

la derecha. Y habla con las ovejas, que tienen cada una nombre. “Leica, oh, ve atrás. Te dije que a la izquierda, vete”. “Rey...”, le grita a un joven perro ovejero al que aún está entrenando. Es la abreviatur­a para que se detenga. “No usamos el sonido ‘sss’, excita a los perros”, añade.

Prudence, una gran perra blanca necesita muchas palmaditas, pero es muy inteligent­e. Trabaja solo de noche, por instinto. Nació en un redil de ovejas. “Se siente parte del rebaño y las protege”.

De repente el pastor para de hablar. Una oveja se queda inmóvil cuando uno de los perros se acerca. No es normal. Su pata se quedó atrapada entre dos rocas, lo que causó una fractura abierta. Imposible llevarla en brazos.

Esa noche la pasará sola en la montaña. Un gran lobo feroz la devorará unos días después, como en un cruel cuento de hadas

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TRABAJO Y PAISAJE El pastor francés mira su rebaño, cerca del Lago de Grand Maison en las montañas alpinas.
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Gaétan Même se prepara para inyectar una oveja con una pata rota.
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JORNADA Gaétan Même pone sal en una ruta para guiar a las ovejas hacia un área de pastoreo a lo largo de los pastos alpinos. El cielo se muestra tormentoso en los Alpes, mientras Gaétan Même dirige sus ovejas.

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