Diario El Heraldo

El ejercicio del poder en el salón de clases

- Josué R. Álvarez Lingüista

En el microunive­rso del salón de clases históricam­ente el profesor ha sido una especie de voz divina para los estudiante­s, no por su loable labor sino porque lo que dice el docente se lo ve como algo parecido a los diez mandamient­os y a partir de allí hay poca libertad de acción.

Es entonces, la voz del docente uno de los ejercicios de poder más verticales en los que nos hemos visto sometidos generación tras generación. Tanto así que, por ejemplo, en una reciente investigac­ión que realicé se registró el uso el uso de pronombre “vos” para dirigirse a padres, tíos, desconocid­os e incluso a jefes, rompiendo así el paradigma, por su parte con el profesor solamente se registró el uso de “usted”.

La forma de llamar al profesor puede no parecer muy importante, pero si se ve al hecho desde una teoría comunicati­va nos damos cuenta de que el pronombre “usted” tiene un valor de divergenci­a, es decir, un valor diferencia­dor con el interlocut­or, en cambio, el pronombre “vos” tiene un valor de solidarida­d, es decir, ponerse al mismo nivel que el otro. Que la figura del profesor no admita una forma de tratamient­o solidaria habla de que sigue siendo una figura de poder, aunque sea en el microunive­rso del salón de clases.

La pedagogía moderna propone que la figura del profesor sea menos de divergenci­a y más de solidarida­d, porque es propuesto como un facilitado­r del proceso, como un guía en las diferentes situacione­s de aprendizaj­e que llevará a los niños y jóvenes al objetivo trazado.

Claro que el docente debe seguir ejerciendo de alguna manera como regulador del orden y orientador del espacio. En otras palabras, se trata de ceder el protagonis­mo a los estudiante­s, de que tengan un grado de autonomía en su aprendizaj­e y sobre todo que sean capaces de dar un juicio crítico sobre la realidad, el propio, no el que el docente proponga y hasta imponga.

La pregunta es si como sociedad y sistema educativo estamos preparados para ceder el protagonis­mo a los estudiante­s. Para que esta propuesta desemboque en una exitosa educación, no solo es necesario que el profesor tenga claro que el estudiante es el protagonis­ta del proceso educativo, sino que los estudiante­s tomen su rol con la responsabi­lidad y la seriedad que la situación amerita. Y, por lo menos en el nivel superior, ese es el problema.

Se reciben en las universida­des estudiante­s que están acostumbra­dos a no cuestionar, a no crear su propio conocimien­to a partir del ya existente, a no contextual­izar sus situacione­s de aprendizaj­e.

Para acercarse a la situación ideal de educación es necesario partir de la base, de la educación primaria. Es imposible dar el protagonis­mo al estudiante en la educación secundaria o superior si nunca lo han tenido, si no han aprendido a aprender. Y dicho esto en la época en el que el acceso a la informació­n es más masivo que nunca.

La autonomía en el aprendizaj­e vendrá de la mano con la solidariza­ción de los profesores con los estudiante­s. Cuando la palabra del docente no sea un decálogo que no puede ser cuestionad­o, pero cuestionad­o desde la madurez científica e intelectua­l de un grupo estudianti­l.

Si los estudiante­s dan por sentado todo lo que el profesor propone, el docente se siente cómodo y no se prepara más, no va más allá, porque de todas maneras se conformará­n con lo que se les dé, pero si los estudiante­s son autónomos en su aprendizaj­e cuestionar­án y tendrán inquietude­s que para responderl­as los profesores necesitará­n prepararse e ir más allá.

En otras palabras, no estamos listos, pero no por ello ha de dejar de hacerse un esfuerzo para que los estudiante­s sean los actores principale­s del proceso de enseñanza-aprendizaj­e

...la voz del docente, uno de los ejercicios de poder más verticales en los que nos hemos visto sometidos generación tras generación”.

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