El ejercicio del poder en el salón de clases
En el microuniverso del salón de clases históricamente el profesor ha sido una especie de voz divina para los estudiantes, no por su loable labor sino porque lo que dice el docente se lo ve como algo parecido a los diez mandamientos y a partir de allí hay poca libertad de acción.
Es entonces, la voz del docente uno de los ejercicios de poder más verticales en los que nos hemos visto sometidos generación tras generación. Tanto así que, por ejemplo, en una reciente investigación que realicé se registró el uso el uso de pronombre “vos” para dirigirse a padres, tíos, desconocidos e incluso a jefes, rompiendo así el paradigma, por su parte con el profesor solamente se registró el uso de “usted”.
La forma de llamar al profesor puede no parecer muy importante, pero si se ve al hecho desde una teoría comunicativa nos damos cuenta de que el pronombre “usted” tiene un valor de divergencia, es decir, un valor diferenciador con el interlocutor, en cambio, el pronombre “vos” tiene un valor de solidaridad, es decir, ponerse al mismo nivel que el otro. Que la figura del profesor no admita una forma de tratamiento solidaria habla de que sigue siendo una figura de poder, aunque sea en el microuniverso del salón de clases.
La pedagogía moderna propone que la figura del profesor sea menos de divergencia y más de solidaridad, porque es propuesto como un facilitador del proceso, como un guía en las diferentes situaciones de aprendizaje que llevará a los niños y jóvenes al objetivo trazado.
Claro que el docente debe seguir ejerciendo de alguna manera como regulador del orden y orientador del espacio. En otras palabras, se trata de ceder el protagonismo a los estudiantes, de que tengan un grado de autonomía en su aprendizaje y sobre todo que sean capaces de dar un juicio crítico sobre la realidad, el propio, no el que el docente proponga y hasta imponga.
La pregunta es si como sociedad y sistema educativo estamos preparados para ceder el protagonismo a los estudiantes. Para que esta propuesta desemboque en una exitosa educación, no solo es necesario que el profesor tenga claro que el estudiante es el protagonista del proceso educativo, sino que los estudiantes tomen su rol con la responsabilidad y la seriedad que la situación amerita. Y, por lo menos en el nivel superior, ese es el problema.
Se reciben en las universidades estudiantes que están acostumbrados a no cuestionar, a no crear su propio conocimiento a partir del ya existente, a no contextualizar sus situaciones de aprendizaje.
Para acercarse a la situación ideal de educación es necesario partir de la base, de la educación primaria. Es imposible dar el protagonismo al estudiante en la educación secundaria o superior si nunca lo han tenido, si no han aprendido a aprender. Y dicho esto en la época en el que el acceso a la información es más masivo que nunca.
La autonomía en el aprendizaje vendrá de la mano con la solidarización de los profesores con los estudiantes. Cuando la palabra del docente no sea un decálogo que no puede ser cuestionado, pero cuestionado desde la madurez científica e intelectual de un grupo estudiantil.
Si los estudiantes dan por sentado todo lo que el profesor propone, el docente se siente cómodo y no se prepara más, no va más allá, porque de todas maneras se conformarán con lo que se les dé, pero si los estudiantes son autónomos en su aprendizaje cuestionarán y tendrán inquietudes que para responderlas los profesores necesitarán prepararse e ir más allá.
En otras palabras, no estamos listos, pero no por ello ha de dejar de hacerse un esfuerzo para que los estudiantes sean los actores principales del proceso de enseñanza-aprendizaje
...la voz del docente, uno de los ejercicios de poder más verticales en los que nos hemos visto sometidos generación tras generación”.