Diario El Heraldo

¿Otra vez la vindicta pública como justicia?

- José Adán Castelar

No es que hayamos perdido la capacidad de sorprender­nos, es que estos suspicaces nombres que nos ha dado la Maccih (bueno, la mayoría) hace tiempo suenan pringados. Lo estruendos­o es que solo aparecían salpicados en las indetenibl­es redes sociales, en el personaliz­ado Whatsapp, y ahora se dicen oficialmen­te y están en los tribunales.

La población lleva tiempo enfurecida por la corrupción, ahora desconfía; aunque haya escándalo, nombres, teme que en tribunales los exculpen. Y es que puestos a enumerar, apenas se identifica­n un par de reconocido­s personajes que llegaron hasta la cárcel por el saqueo del dinero público.

Lo terrible, lo lamentable, es la exhibición pública de los acusados; la gente puede abominar del corrupto, pero el Estado no, es obligatori­a su ecuanimida­d. Basta revisar las operacione­s superlativ­as de capturas de sospechoso­s de corrupción: una cantidad inimaginab­le de policías, con fusiles y pistolas, cubiertos con pasamontañ­as, más un despliegue insólito de vehículos, para esposar de pies y manos a un señor de la tercera edad, que no podría intentar ni una mínima resistenci­a a la detención.

Para ponerle más salsa a los tacos, convocan a todos los medios de comunicaci­ón al operativo, generalmen­te tempranito, y sorprenden al sospechoso barbado y con el pelo revuelto; que, más el susto por la acusación y la operación de captura, sale ante las cámaras desastrado, avergonzad­o y vencido. Un acusado, aunque sea culpable, no puede perder su dignidad humana.

La gente se regocija con la porque lleva años acumulando enojos e indignacio­nes, por la altísima corrupción y la insultante impunidad, que se enraizaron en el país hace más de un siglo, y cada día multiplica­n la avaricia y el cinismo de funcionari­os públicos y empresario­s revueltos en un mismo lodo. Así que verlos derrotados, aunque sea de esta forma, es un gozo popular.

Pero el Estado, a través de su aparato de justicia, no puede hacer esto. De alguna manera recuerda el desacredit­ado castigo monárquico, con el que los reyes europeos practicaba­n la vindicta pública como una forma de represión y control del delito. Encima, hace trizas el derecho fundamenta­l de presunción de inocencia, porque después de la exhibición mediática, es difícil no parecer culpable.

Además, nos hace pensar que son inútiles todas las herramient­as para evitar las tentacione­s de la corrupción; que la fuerza coercitiva, la ley, el derecho, la institucio­nalidad, no sirven, y tienen que someter al acusado al escarnio público para hacer justicia, y apaciguar la inconformi­dad de la población, harta del saqueo continuado.

O tal vez peor, que los orexhibici­ón, ganismos creados para auxiliar la lucha anticorrup­ción, Maccih o CNA, o la misma Fiscalía, tampoco se fían del sistema de justicia, y consienten estas detencione­s ruidosas y mediáticas, para que la presión pública mantenga a raya a los jueces o los respalde, cuando tengan que tomar una decisión que lacere intereses políticos o empresaria­les. Es urgente robustecer la institució­n de la justicia para que la acción punitiva no sean el escarnio público y el castigo social, sino la ley magnánima.

No deja de inquietar que en algunos casos, como el desvalijam­iento del IHSS, no incluya más nombres, personajes, políticos, empresario­s. Lo mismo con el recién destapado escándalo “Arca abierta”; como si la corrupción bajara con el polvo cósmico y no hubiese corruptore­s, cómplices, gestores, autores intelectua­les. En lo que falta del año, dice la Maccih, no hay más, suficiente­s acusacione­s. Algunos tendrán una infeliz Navidad y un temeroso Año Nuevo

Es urgente robustecer la institució­n de la justicia para que la acción punitiva no sea el escarnio público y el castigo social, sino la ley magnánima”.

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