¿Otra vez la vindicta pública como justicia?
No es que hayamos perdido la capacidad de sorprendernos, es que estos suspicaces nombres que nos ha dado la Maccih (bueno, la mayoría) hace tiempo suenan pringados. Lo estruendoso es que solo aparecían salpicados en las indetenibles redes sociales, en el personalizado Whatsapp, y ahora se dicen oficialmente y están en los tribunales.
La población lleva tiempo enfurecida por la corrupción, ahora desconfía; aunque haya escándalo, nombres, teme que en tribunales los exculpen. Y es que puestos a enumerar, apenas se identifican un par de reconocidos personajes que llegaron hasta la cárcel por el saqueo del dinero público.
Lo terrible, lo lamentable, es la exhibición pública de los acusados; la gente puede abominar del corrupto, pero el Estado no, es obligatoria su ecuanimidad. Basta revisar las operaciones superlativas de capturas de sospechosos de corrupción: una cantidad inimaginable de policías, con fusiles y pistolas, cubiertos con pasamontañas, más un despliegue insólito de vehículos, para esposar de pies y manos a un señor de la tercera edad, que no podría intentar ni una mínima resistencia a la detención.
Para ponerle más salsa a los tacos, convocan a todos los medios de comunicación al operativo, generalmente tempranito, y sorprenden al sospechoso barbado y con el pelo revuelto; que, más el susto por la acusación y la operación de captura, sale ante las cámaras desastrado, avergonzado y vencido. Un acusado, aunque sea culpable, no puede perder su dignidad humana.
La gente se regocija con la porque lleva años acumulando enojos e indignaciones, por la altísima corrupción y la insultante impunidad, que se enraizaron en el país hace más de un siglo, y cada día multiplican la avaricia y el cinismo de funcionarios públicos y empresarios revueltos en un mismo lodo. Así que verlos derrotados, aunque sea de esta forma, es un gozo popular.
Pero el Estado, a través de su aparato de justicia, no puede hacer esto. De alguna manera recuerda el desacreditado castigo monárquico, con el que los reyes europeos practicaban la vindicta pública como una forma de represión y control del delito. Encima, hace trizas el derecho fundamental de presunción de inocencia, porque después de la exhibición mediática, es difícil no parecer culpable.
Además, nos hace pensar que son inútiles todas las herramientas para evitar las tentaciones de la corrupción; que la fuerza coercitiva, la ley, el derecho, la institucionalidad, no sirven, y tienen que someter al acusado al escarnio público para hacer justicia, y apaciguar la inconformidad de la población, harta del saqueo continuado.
O tal vez peor, que los orexhibición, ganismos creados para auxiliar la lucha anticorrupción, Maccih o CNA, o la misma Fiscalía, tampoco se fían del sistema de justicia, y consienten estas detenciones ruidosas y mediáticas, para que la presión pública mantenga a raya a los jueces o los respalde, cuando tengan que tomar una decisión que lacere intereses políticos o empresariales. Es urgente robustecer la institución de la justicia para que la acción punitiva no sean el escarnio público y el castigo social, sino la ley magnánima.
No deja de inquietar que en algunos casos, como el desvalijamiento del IHSS, no incluya más nombres, personajes, políticos, empresarios. Lo mismo con el recién destapado escándalo “Arca abierta”; como si la corrupción bajara con el polvo cósmico y no hubiese corruptores, cómplices, gestores, autores intelectuales. En lo que falta del año, dice la Maccih, no hay más, suficientes acusaciones. Algunos tendrán una infeliz Navidad y un temeroso Año Nuevo
Es urgente robustecer la institución de la justicia para que la acción punitiva no sea el escarnio público y el castigo social, sino la ley magnánima”.