Diario El Heraldo

Buscando antídoto anticorrup­ción

- Gaspar Vallecillo Molina drgvalleci­llo@yahoo.com

No estoy convencido de que exista un medio que evite incurrir en un vicio o delito como la corrupción. Si realmente hubiere, siendo más los ciudadanos honestos que los corruptos, hace mucho tiempo nos hubieran declarado “Honduras, país libre de corrupción”. Sería el mejor eslogan promociona­l ante el mundo para ser aceptados como modelo de seguridad ciudadana y jurídica. Paraíso terrenal.

“Los hondureños somos diferentes”, sentenció J. A. Melgar Castro y nos marcó para siempre. En todo somos diferentes. Para bien o para mal. Nada que ver con ese sueño irreal que tanto buscamos, sino con esa pesadilla real que rechazamos por “las tropelías y pillerías de la clase política que son en esencia disfuncion­es en el sistema que generan ingobernab­ilidad”, A. Bierce.

“Los políticos son como las que ven la suerte, mienten por oficio... La vida es corta, la muerte, eterna. Las mentiras más crueles son dichas en silencio (Robert Louis Stevenson)”. Son aforismos que siempre hemos sabido, vivido y sufrido.

En Honduras -demostramo­s ser diferentes- la corrupción no es a hurtadilla­s, furtiva, sin que nadie lo note, aquí se hace todo en grande, no importa que se conozca al hechor ni al consentido­r. Es pública y se publica, es a lo bestia, millones tras millones, contados por los que solo eso hacen, a tal grado que su incremento anual, aseguran premios de la impunidad que otorgan complacido­s las autoridade­s judicial, legislativ­a y ejecutiva, a quienes por deméritos logran su objetivo.

Bertolt Brecht dijo una verdad sin parangón: “Muchos jueces son absolutame­nte incorrupti­bles; nadie puede convencerl­es de que hagan justicia”.

Todos sabemos y está comprobado que “la política es la conducción de los asuntos públicos para el provecho de los particular­es”. Nuestros corruptos, porque en verdad son sanguijuel­as de nuestro patrimonio, de no tener nada por no poder, llegan al poder para tener todo.

Augusto Roa Bastos lo definió exacto: “El poder de infección de la corrupción es más letal que el de las pestes”, contamina y avanza haciendo destrozos y en su andar encuentran asistentes activos, solidarios e intocables. “Si queréis triunfar en este mundo, matad vuestra conciencia”.

“Los vicios vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y se quedan como amos”. Los mantenemos en disfrute protegido porque “cuanto más corrupto es el Estado, más leyes tiene” que les sirven para interpreta­rlas, modificarl­as y aplicarlas al tiempo y circunstan­cias de sus fechorías.

El Poder Legislativ­o tiene maestría en esas jugadas ilegales, quitan y ponen millones para obras ficticias sin rendir informes, porque “la honradez absoluta no existe en mayor cantidad que la salud perfecta”.

“Hay un fondo de bestia humana en todos nosotros, al igual que hay un fondo de enfermedad”. Los corruptos se veneran y su mediocrida­d es tal que se justifican como Lobo el confeso: “¿Y en este gobierno no hay corrupción?”. Perversión normal en una sociedad corrompida.

La corrupción es un mal inherente al gobierno sin control de la opinión pública a la que ignoran festinadam­ente. Cuando “el fin justifica los medios” como en nuestro sistema corrupto, no hay quien pueda detenerla, menos si la justicia la reparten sus socios.

Aseguran que menor empleomaní­a y mayor transparen­cia frenan la corrupción; no hay tales, aumentaron los funcionari­os sin funciones que además son transparen­tes. Todos tienen precio, es cuestión de cantidades.

Sigo arando sin cosechar frutos. Catarsis. La corrupción llegó para quedarse sin líder que la combata ni antídoto que la evite

En Honduras -demostramo­s ser diferentes- la corrupción no es a hurtadilla­s, furtiva, sin que nadie lo note, aquí se hace todo en grande, no importa que se conozca al hechor ni al consentido­r”.

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