El diálogo o el fraude por otros medios
Las elecciones de 2017 son particularmente históricas. Primero porque el candidato del Partido Nacional, Juan Orlando Hernández, logró imponer su reelección desde el control absoluto de los poderes del Estado frente a la cual no se logró articular una oposición que pudiera impedirla. En segundo lugar, y como respuesta a lo anterior, por primera vez en la historia del país se formó una alianza a nivel presidencial, lo cual indica también un grado de madurez política en los sectores de oposición. Y en tercer lugar, porque nunca se habían cuestionado tanto unos resultados electorales, nunca se habían ofrecido con tanta demora unos resultados, nunca se había revertido una tendencia que daba como ganador al candidato de la oposición, y nunca se había conocido que los votos rurales fueran tan determinantes. Por otro lado, nunca una misión de la OEA había cuestionado tanto el manejo de unos resultados electorales e, incluso, recomendar su repetición. Además, nunca se había conocido que un sistema de informática (soporte del manejo de los datos) se cayera tantas veces. En cuarto lugar, nunca unos resultados de una elección habían sido tan protestados. Así la oposición se lanzó a las calles, la indignación llevó al saqueo de tiendas y negocios (o la coyuntura fue, por unos pocos aprovechada para ello; algunos infiltrados para desacreditar la protesta o para justificar una mayor represión, otros para obtener algún artículo a veces combinado con indignación). Consecuentemente vino la represión con un saldo de detenidos y asesinatos. Otra vez, como en el 2009, los militares y policías son determinantes en sostener el orden político cuestionado. No es casual entonces que exista una correspondencia entre la democracia más frágil de Centroamérica y el gran poder militar-autoritario. Así también el país más pobre de América Latina, según la Cepal, tiene el gasto militar más alto de Centroamérica. Y mientras la llamada caravana de migrantes revela la calamidad de las mayorías, unas pocas familias con patrimonio neto superior a 30 millones de dólares promedio ingresan al año 16,460 veces lo que ingresa una persona promedio situada en el 20% más pobre de la población según Oxfam. En quinto lugar, nunca un candidato a la presidencia del Partido Liberal, en la historia de la democracia reciente, había desconocido también los resultados de las elecciones generales. En sexto lugar, en menos de una década se vuelve a tener una crisis como la de 2009, incluso para ser llamada por algunos analistas como “golpe electoral”. Estas dos crisis nos recuerdan el calificativo de Edelberto Torres de las “democracias malas de Centroamérica”, aunque por lo apuntado la nuestra sea la peor. Así el conflicto que parece llevar al cambio democrático hace la transición más larga y cargada de involuciones. En este contexto surge la propuesta del diálogo. El diálogo como criterio de verdad y no para ocultarla. Como dice Vattimo: “No es cuando tenemos la verdad que nos ponemos de acuerdo. Es cuando nos ponemos de acuerdo que encontramos la verdad”. Si se admite que el diálogo es una cualidad de la democracia, y por tanto amplía la política, no la reduce como muchas veces se ha querido pensar, entonces no se pueden desconocer resultados. En el caso de Honduras, después de las protestas de noviembre-diciembre de 2017 y enero 2018, había mucha presión por el diálogo, “dialoguen” parecía ser la consigna y el consenso (como ha ocurrido también en otros momentos de crisis, se recurre al método mágico del diálogo sin que se conozcan resultados importantes) más como método y pensando menos en los resultados sobre todo, como en este caso, sin resolver el origen de la crisis. Prediálogo se decía en parte por los desacuerdos, pero también para ganar tiempo. El diálogo “nació muerto” porque los participantes no tenían capacidad de decisión o porque no existe vinculación de los acuerdos con una agenda que pudiera respetarse y ejecutarse en la actual gestión. Además, no hay acuerdo sobre los grandes temas. El diálogo que la democracia requería era inviable por la ausencia del principal partido de oposición, luego de la disolución de la alianza, en tanto era la mayor fuerza política que no reconoció la elección de Juan Orlando Hernández. En estas condiciones, este último solo podía legitimarse. Las denuncias y los hechos recientes (sobre narcotráfico, corrupción y hasta la crisis migratoria como telón de fondo) parecen fortalecer la hipótesis de que el hombre no se jugaría su partido en esta cancha. Entonces el diálogo para encontrar la verdad no era posible porque el fraude parece ahora más probable que nunca
El diálogo como criterio de verdad y no para ocultarla. Como dice Vattimo: ‘No es cuando tenemos la verdad que nos ponemos de acuerdo. Es cuando nos ponemos de acuerdo que encontramos la verdad’”.