Campamento, hogar del chicharrón, café y tradición
La aventura por Las calles del primer municipio del departamento más grande de Honduras comienza con Los chicharrones y el café
El olor a café y a chicharrones se siente desde que comienza el kilómetro 100 de la carretera que conduce hacia el departamento más grande de Honduras, Olancho.
“La puerta de Olancho”, así llaman a Campamento, el primer municipio del departamento que es uno de los más pintorescos y con más vida que había conocido.
Esta vez la aventura comenzó en una de las más populares chicharroneras del lugar, Las Pampas Olanchanas. Eran las 8:00 de la mañana y yo ya comenzaba a sentir hambre. Nos paramos en ese restaurante que queda cerca de la entrada al pueblo y no les voy a mentir, me sentí como en mi casa, con la pequeña diferencia de que en Las Pampas hay una decoración muy peculiar y llamativa.
Aquí puertas y ventanas son las mesas, los manubrios de bicicletas son los lavamanos y los cilindros de gas son los urinarios. El ingenio es uno de los principales pilares de este lugar.
Después de dedicarle varios minutos a la decoración,
me senté en una de las mesas y pedí un desayuno llamado “el sabor de nuestra tradición”. Huevo estrellado, plátano y frijoles fritos, cuajada, mantequilla, aguacate y unos dorados y crujientes chicharrones (se me hizo agua la boca de imaginármelo).
Ahí agarré fuerza e inspi- ración para continuar con mi recorrido por el pueblo.
Llegué al parque y me deleité con cada una de las decoraciones que tiene.
Además de su limpieza y organización, Campamento se caracteriza por su amabilidad y hospitalidad.
Estaba sentada en una de las bancas con un pie arriba y una de las personas que cuida el lugar llegó y me dijo: “Puede bajar el pie por favor”, yo soprendida y apenada lo hice. Caminar por este pueblo es algo que no pude evitar, sus calles limpias y llenas de vida me animaban a seguir.
Desde una de las calles principales se puede ver una montaña con unas gradas interminables, de lo emocionada que estaba decidí ir a ver qué lugar era.
Esa montaña se llama La Picona, un centro turístico que cuenta con un canopy y varios juegos para los pequeños de la casa, pero lo emo-
cionante no es eso, es subir las interminables escaleras.
Acepté el reto y después de las primeras 120 gradas dejé de contar y empecé a disfrutar de la vista de todo el pueblo y de las montañas aledañas a este.
Mientras estaba tomando aire fresco me preguntaba si en este pueblo había algún río al cual poder ir, pregunté entre los pobladores y me dijeron que después del estadio, al otro lado del pueblo, estaba el Río de Almendares, ni corta ni perezosa me fui.
Este río nace en la montaña con el mismo nombre y avastece de agua al pueblo.
Ya cerca del cauce no pude evitar ir hasta una pequeña cascada y ver de cerca la naturaleza.
Cuando venía de regreso vi que el Estadio Cornelio Santos tenía las puertas abiertas, así que entré y quedé extasiada con el coloso. Graderías, pista de atletismo, cafetería y baños bien acondicionados me hicieron pensar que sería interesante ver un juego de Liga Nacional en este lugar.
La tarde me cayó encima y me di cuenta de que no almorcé (así de llena estaba desde el delicioso desayuno en Las Pampas), así que me dirigí otra vez al parque, porque me recomendaron comer las papas fritas con chorizo que hacen ahí por las noches.
Pedí las papas de 25 lempiras y un refresco. Como no sabía adónde ir me quedé en el parque en compañía de las simpáticas personas del pueblo y la luz de la luna