¡Palabra que sí!
Desde que irrumpió abruptamente en nuestras vidas, el Whatsapp nos subyugó, acercándonos a los que están lejos y alejándonos de los que están cerca. Pues entre la infinidad de cosas que publican por este sistema, difíciles de seguir el paso, llegó un mensaje con musiquita de piano y un texto que decía: “Algunas de las palabras más bellas del castellano”.
Arbitraria y limitada, la selección es anónima, y tampoco se sabe si la calificación de belleza sigue la sonoridad de las palabras, la fonética; o se buscó algo más intenso, basándose en el significado; o tal vez las dos cosas.
En fin, como devoto de nuestro idioma, las recibí con miramiento y fue inevitable relacionarlas con el entorno.
El video iba así: “Efímero”: nos damos cuenta que muchas cosas son fugaces, duran poco, como el sueldo y ojalá los malos ratos. “Inefable”: tan extraordinario que no puede decirse con palabras; cada uno tendrá su momento. “Etéreo”: sutil, vaporoso, gaseoso; algunas promesas políticas van por aquí. “Sempiterno”: que dura para siempre; claro que no se refiere a las investigaciones del IHSS ni a los diputados que llevan siglos ocupando su silla.
El idioma español tiene unos mil años, derivado inevitable del latín de los romanos y mezclado con las lenguas de Aragón, León, Asturias y Castilla (de ahí lo de castellano), enriquecido por el árabe invasor, y más tarde por el náhuatl, de su propia invasión en las Américas.
Más o menos acumula 300 mil palabras, podríamos decirle de todo a cualquiera; aunque el diccionario de la RAE solo registra un poco más de 90 mil entradas, porque muchas están en desuso, otras evolucionaron y las que se olvidaron.
La lista sigue: “Melifluo”: nos remite al Himno Nacional, nada más, aunque quisiéramos que la vida viniera así, suave, delicada, de buen trato. “Bonhomía”: ¡cómo desearíamos esto en nuestros políticos! Afabilidad, sencillez, bondad y honradez. “Resiliencia”: aquí nos apuntamos casi todos los hondureños, capacidad de adaptación frente a un agente perturbador o situación adversa. “Nictofilia”: no aparece en el diccionario, pero nos recuerda a aquellos que prefieren la noche para todo, algunos para aprobar proyectos y cosas así.
No es desconocida “Melancolía”: esa tristeza sosegada, profunda, que de vez en cuando llega sin avisar y nos ensombrece el día. “Nefelibata”: una persona soñadora que se despega de la realidad, como aspirar a la presidencia del país sin tener simpatías ni las trampas de la política. “Compasión”: cuánto cambiaría nuestra sociedad si pudiéramos identificarnos con el mal del otro. “Ataraxia”: muy difícil en estos tiempos revueltos: imperturbabilidad, serenidad. “Olvido”: depende de qué y de quién; León Gieco canta: “Si un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente”.
A pesar del universo inconmensurable de nuestro idioma, el ciudadano medio solo usa unas 300 palabras en su conversación diaria activa, porque de forma pasiva conoce otras tantas; un profesional que lee el periódico y de vez en cuando un libro, unas 500; un escritor o un periodista que toma en serio su oficio, alcanza las tres mil.
El símil es horroroso, pero tengo que hacerlo: un perro entrenado, aunque no las entiende, puede seguir hasta 160 palabras.
“Acendrado”: nadie; puro, sin mancha ni defecto. “Epifanía”: aparición o revelación; más cerca de lo religioso.
Yo hubiese agregado al repertorio “Serendipia”: hallazgo de algo valioso de forma accidental; a ver si estos diputados al Congreso Nacional, entre sus propios intereses y compromisos, nos aprueban, entre las reformas políticas, algo que nos importe y nos beneficie a todos
A pesar del universo inconmensurable de nuestro idioma, el ciudadano medio solo usa unas 300 palabras en su conversación diaria activa”.