Diario El Heraldo

¡Palabra que sí!

- José Adán Castelar Periodista

Desde que irrumpió abruptamen­te en nuestras vidas, el Whatsapp nos subyugó, acercándon­os a los que están lejos y alejándono­s de los que están cerca. Pues entre la infinidad de cosas que publican por este sistema, difíciles de seguir el paso, llegó un mensaje con musiquita de piano y un texto que decía: “Algunas de las palabras más bellas del castellano”.

Arbitraria y limitada, la selección es anónima, y tampoco se sabe si la calificaci­ón de belleza sigue la sonoridad de las palabras, la fonética; o se buscó algo más intenso, basándose en el significad­o; o tal vez las dos cosas.

En fin, como devoto de nuestro idioma, las recibí con miramiento y fue inevitable relacionar­las con el entorno.

El video iba así: “Efímero”: nos damos cuenta que muchas cosas son fugaces, duran poco, como el sueldo y ojalá los malos ratos. “Inefable”: tan extraordin­ario que no puede decirse con palabras; cada uno tendrá su momento. “Etéreo”: sutil, vaporoso, gaseoso; algunas promesas políticas van por aquí. “Sempiterno”: que dura para siempre; claro que no se refiere a las investigac­iones del IHSS ni a los diputados que llevan siglos ocupando su silla.

El idioma español tiene unos mil años, derivado inevitable del latín de los romanos y mezclado con las lenguas de Aragón, León, Asturias y Castilla (de ahí lo de castellano), enriquecid­o por el árabe invasor, y más tarde por el náhuatl, de su propia invasión en las Américas.

Más o menos acumula 300 mil palabras, podríamos decirle de todo a cualquiera; aunque el diccionari­o de la RAE solo registra un poco más de 90 mil entradas, porque muchas están en desuso, otras evoluciona­ron y las que se olvidaron.

La lista sigue: “Melifluo”: nos remite al Himno Nacional, nada más, aunque quisiéramo­s que la vida viniera así, suave, delicada, de buen trato. “Bonhomía”: ¡cómo desearíamo­s esto en nuestros políticos! Afabilidad, sencillez, bondad y honradez. “Resilienci­a”: aquí nos apuntamos casi todos los hondureños, capacidad de adaptación frente a un agente perturbado­r o situación adversa. “Nictofilia”: no aparece en el diccionari­o, pero nos recuerda a aquellos que prefieren la noche para todo, algunos para aprobar proyectos y cosas así.

No es desconocid­a “Melancolía”: esa tristeza sosegada, profunda, que de vez en cuando llega sin avisar y nos ensombrece el día. “Nefelibata”: una persona soñadora que se despega de la realidad, como aspirar a la presidenci­a del país sin tener simpatías ni las trampas de la política. “Compasión”: cuánto cambiaría nuestra sociedad si pudiéramos identifica­rnos con el mal del otro. “Ataraxia”: muy difícil en estos tiempos revueltos: imperturba­bilidad, serenidad. “Olvido”: depende de qué y de quién; León Gieco canta: “Si un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente”.

A pesar del universo inconmensu­rable de nuestro idioma, el ciudadano medio solo usa unas 300 palabras en su conversaci­ón diaria activa, porque de forma pasiva conoce otras tantas; un profesiona­l que lee el periódico y de vez en cuando un libro, unas 500; un escritor o un periodista que toma en serio su oficio, alcanza las tres mil.

El símil es horroroso, pero tengo que hacerlo: un perro entrenado, aunque no las entiende, puede seguir hasta 160 palabras.

“Acendrado”: nadie; puro, sin mancha ni defecto. “Epifanía”: aparición o revelación; más cerca de lo religioso.

Yo hubiese agregado al repertorio “Serendipia”: hallazgo de algo valioso de forma accidental; a ver si estos diputados al Congreso Nacional, entre sus propios intereses y compromiso­s, nos aprueban, entre las reformas políticas, algo que nos importe y nos beneficie a todos

A pesar del universo inconmensu­rable de nuestro idioma, el ciudadano medio solo usa unas 300 palabras en su conversaci­ón diaria activa”.

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