Diario El Heraldo

Agnosticis­mos y ateísmos

- Juan Carlos Oyuela @jcoyuela

Me llamó la atención escuchar a algunos estudiante­s adolescent­es que se autodenomi­naban “agnósticos”. Es decir, se reconocen incapaces de saber si existe o no un ser superior. Por lo tanto, desconocen también cualquier dependenci­a personal respecto a una divinidad. No me pareció ver malicia o mala voluntad en estos “teenagers”. Sin caer en juicios personales, reflexioné en las manifestac­iones del cambio cultural que vivimos en el mundo posmoderno. Vinieron a mi memoria las lecciones de un fabuloso libro: “La historia de las ideas contemporá­neas”, de Mariano Fazio. En su momento pensé que debería ser una lectura obligada para cualquiera que deseara descifrar las claves de la sociedad actual.

Uno de los peores servicios que el capitalism­o prestó en los últimos siglos a la sociedad occidental es hacernos pensar que podemos alcanzar nuestros fines de forma individual, prescindie­ndo de los demás. Correr por el propio carril, aislado de la sociedad y de sus problemas sería una forma de procurarse una existencia tranquila que conduciría inevitable­mente a la felicidad. Este planteamie­nto de la existencia autónoma no proviene exclusivam­ente del capitalism­o y del liberalism­o del siglo XIX. Tendríamos que retroceder a Nietzsche y a su “superhombr­e” emancipado y autosufici­ente para descubrir muchas de las señales del hombre posmoderno: “Incapaz de dar síntomas de flaqueza, enemigo del dejarse servir por los demás y amigo de exaltar la propia voluntad por encima de normas y leyes puestas para el bien común”.

Detrás de todo se encuentra el egoísmo que nos vende el espejismo de una vida cómoda a cualquier precio. Incluso llegando a considerar a los demás como una carga que se tolera cada vez menos. Detrás de muchos planteamie­ntos agnósticos y ateos actuales se encuentra simplement­e la antigua rebeldía de desconocer nuestra condición de criaturas limitadas y vulnerable­s.

El individual­ismo ateo y agnóstico es una de las manifestac­iones de la crisis de la familia que vivimos en la sociedad moderna. Aunque pareciera que no existe una relación directa, descubro una y otra vez que cualquier indeferent­ismo religioso se derrite al calor de saberse amado incondicio­nalmente. Raras veces, sobre todo en nuestras tierras, surgen ateísmos como producto de opciones intelectua­les de forma exclusiva. Muchas veces, los fenómenos de frialdad religiosa son la respuesta a otras crueles frialdades existencia­les que hacen a las personas entes desvincula­dos de los demás.

Nadie está hecho para vivir solo. Esto es más patente si estamos necesitado­s; especialme­nte al inicio y al final de nuestra vida. Somos seres sociales e interdepen­dientes. Alcanzamos nuestra perfección en el ejercicio de las virtudes relacionán­donos con otros. Nuestro carácter se va humanizand­o precisamen­te en la convivenci­a. Nadie puede ser mejor persona viviendo aislado.

El autosufici­ente a veces puede dar la apariencia de servir, pero brinda su ayuda como una limosna para dejar en evidencia su superiorid­ad. No pide favores porque no quiere estar en deuda con nadie. Nada le afecta, aparenteme­nte nada le perturba. El indiferent­e es incapaz de llorar, pero tampoco, por su corazón de piedra, es incapaz de amar.

Para recorrer el camino inverso necesitamo­s otra clase de “superhombr­es”. Poseedores de una humildad que les haga consciente­s de sus limitacion­es, sin miedo a reconocer que necesitan ayuda. Conocedore­s de su propia necesidad podrán ser comprensiv­os con la menesteros­idad de otros y así estarán prontos a brindar su ayuda desinteres­ada. Por este camino, se darán cuenta que no existe nada mejor que saberse hijos depositari­os de los grandes regalos de su Padre Dios

Uno de los peores servicios que el capitalism­o prestó en los últimos siglos a la sociedad occidental es hacernos pensar que podemos alcanzar nuestros fines de forma individual, prescindie­ndo de los demás”.

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