Agnosticismos y ateísmos
Me llamó la atención escuchar a algunos estudiantes adolescentes que se autodenominaban “agnósticos”. Es decir, se reconocen incapaces de saber si existe o no un ser superior. Por lo tanto, desconocen también cualquier dependencia personal respecto a una divinidad. No me pareció ver malicia o mala voluntad en estos “teenagers”. Sin caer en juicios personales, reflexioné en las manifestaciones del cambio cultural que vivimos en el mundo posmoderno. Vinieron a mi memoria las lecciones de un fabuloso libro: “La historia de las ideas contemporáneas”, de Mariano Fazio. En su momento pensé que debería ser una lectura obligada para cualquiera que deseara descifrar las claves de la sociedad actual.
Uno de los peores servicios que el capitalismo prestó en los últimos siglos a la sociedad occidental es hacernos pensar que podemos alcanzar nuestros fines de forma individual, prescindiendo de los demás. Correr por el propio carril, aislado de la sociedad y de sus problemas sería una forma de procurarse una existencia tranquila que conduciría inevitablemente a la felicidad. Este planteamiento de la existencia autónoma no proviene exclusivamente del capitalismo y del liberalismo del siglo XIX. Tendríamos que retroceder a Nietzsche y a su “superhombre” emancipado y autosuficiente para descubrir muchas de las señales del hombre posmoderno: “Incapaz de dar síntomas de flaqueza, enemigo del dejarse servir por los demás y amigo de exaltar la propia voluntad por encima de normas y leyes puestas para el bien común”.
Detrás de todo se encuentra el egoísmo que nos vende el espejismo de una vida cómoda a cualquier precio. Incluso llegando a considerar a los demás como una carga que se tolera cada vez menos. Detrás de muchos planteamientos agnósticos y ateos actuales se encuentra simplemente la antigua rebeldía de desconocer nuestra condición de criaturas limitadas y vulnerables.
El individualismo ateo y agnóstico es una de las manifestaciones de la crisis de la familia que vivimos en la sociedad moderna. Aunque pareciera que no existe una relación directa, descubro una y otra vez que cualquier indeferentismo religioso se derrite al calor de saberse amado incondicionalmente. Raras veces, sobre todo en nuestras tierras, surgen ateísmos como producto de opciones intelectuales de forma exclusiva. Muchas veces, los fenómenos de frialdad religiosa son la respuesta a otras crueles frialdades existenciales que hacen a las personas entes desvinculados de los demás.
Nadie está hecho para vivir solo. Esto es más patente si estamos necesitados; especialmente al inicio y al final de nuestra vida. Somos seres sociales e interdependientes. Alcanzamos nuestra perfección en el ejercicio de las virtudes relacionándonos con otros. Nuestro carácter se va humanizando precisamente en la convivencia. Nadie puede ser mejor persona viviendo aislado.
El autosuficiente a veces puede dar la apariencia de servir, pero brinda su ayuda como una limosna para dejar en evidencia su superioridad. No pide favores porque no quiere estar en deuda con nadie. Nada le afecta, aparentemente nada le perturba. El indiferente es incapaz de llorar, pero tampoco, por su corazón de piedra, es incapaz de amar.
Para recorrer el camino inverso necesitamos otra clase de “superhombres”. Poseedores de una humildad que les haga conscientes de sus limitaciones, sin miedo a reconocer que necesitan ayuda. Conocedores de su propia necesidad podrán ser comprensivos con la menesterosidad de otros y así estarán prontos a brindar su ayuda desinteresada. Por este camino, se darán cuenta que no existe nada mejor que saberse hijos depositarios de los grandes regalos de su Padre Dios
Uno de los peores servicios que el capitalismo prestó en los últimos siglos a la sociedad occidental es hacernos pensar que podemos alcanzar nuestros fines de forma individual, prescindiendo de los demás”.