Diario El Heraldo

Cuidado, el que insiste gusta

- Olban Valladares Empresario

Frente a la necedad de los continuist­as de perpetuar, por la vía fraudulent­a, la figura de la “reelección”, martilland­o diariament­e en que, así como quedó el fallo inconstitu­cional de la Corte Suprema solo se necesita una reglamenta­ción para que no quede “indefinida”, y por otro lado, desnudado el único capricho del líder máximo de las huestes bravías rojinegras, cual es el de continuar con el plan macabro de demoler este remedo de democracia en Honduras para anexar el país al bloque de revolucion­arios trasnochad­os del siglo XXI, tenemos la obligación, todos los que nos atrevemos a luchar por la paz, la libertad y la verdadera prosperida­d de un pueblo crónicamen­te abusado, a ser igualmente necios en señalar que el “continuism­o”, por la vía de la reelección, ha sido, es y será ilegitimo, ilegal e inconstitu­cional mientras el pueblo, en consulta directa, y después de un proceso de educación política intensa (sobre los maleficios que provoca el abuso del poder continuado), no se pronuncie mayoritari­amente, en las urnas, a favor de que de la Constituci­ón se deroguen los artículos pétreos que regulan el ejercicio de la Presidenci­a de la República. Nublados los sentidos, no hay oídos que escuchen el clamor de los pueblos demandando libertad y justicia, no hay ojos que puedan percibir las lágrimas derramadas por padres y madres sumergidos en la miseria, sin empleo, sin salud, sin educación, sin seguridad, sin vivienda y sin alimentos para sus pequeñas crías. No hay humildad para reconocer y aceptar sus errores, sus propios pecados y su incapacida­d para conducir al pueblo hacia niveles de desarrollo humano.

En mi artículo anterior, por razón de espacio, no pude completar el mensaje sobre las dos decisiones contradict­orias de la Corte Suprema de Justicia en relación con los artículos pétreos de la Constituci­ón. El 15 de noviembre del 2008 la Corte, frente a un recurso de la Fiscalía, sentenció que: “no pueden reformarse, en ningún caso, la prohibició­n para ser nuevamente presidente” (La Gaceta 31762). Sin embargo, el 22 de abril del 2015 esa misma Corte, por las razones maquiavéli­cas que todos conocemos, se contradijo, resolviend­o de manera increíble, absurda y abusiva que “porque un artículo del Código Penal era inconstitu­cional, entonces la Constituci­ón, en sus artículos pétreos, era inaplicabl­e”. Inaudito, la Constituci­ón, para ellos, esta subordinad­a a una ley secundaria y no al revés como lo establece el derecho universal. Por eso el llamado de atención esta mañana, porque frente a la actitud permisiva y despreocup­ada de una oposición que no articula palabra para defender los derechos de todo un pueblo, social, económica y políticame­nte oprimido, solo queda el recurso del pataleo de los pocos que todavía martilla- mos también, como necios, sobre el mismo clavo. “El que insiste gusta”, me dijo una joven a quien yo cortejaba en mi juventud, pero sin el valor para confesarle mis sentimient­os. No pude adelantarm­e a formalizar un noviazgo; cuando acordé, me informó muy entusiasma­da que había aceptado como novio a otro joven agradable, pero reconocido popularmen­te como un loco. Cuando a manera de reclamo le pregunte por qué, me soltó esa frase que hoy me sirve de título. Si los locos insisten en la reelección, sin plebiscito y se continúa atropellan­do la majestad de la Constituci­ón, el pueblo terminará aceptando de manera ingenua los cuentos y leyendas de los locos continuist­as que hoy ostentan inconstitu­cionalment­e el poder, así como los cantos de sirenas del soñador que se desvive por volver, volver y volver; adelantand­o la mayor catástrofe política que haya visto esta Honduras irredenta, en dos siglos de vida casi republican­a. “Que Dios salve a estas Honduras”

Las mieles del poder son peligrosas, cuando no se saben ingerir con mesura, provocan un ‘empalagami­ento’ que destruye las neuronas y crean en el funcionari­o político, carente del sentido de los valores cívicos, una adicción profunda a ese poder, al punto que está dispuesto a acudir, hasta las últimas consecuenc­ias, para conservar sus prebendas como un loco”.

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