Degradación y decadencia
Los seres humanos entre sí, y junto a los demás, hemos decaído tanto culturalmente como moralmente, lo que requiere, con urgencia, asumir compromisos y responsabilidades globales, para trazar nuevas acciones encaminadas a redescubrir en común lo mucho que podemos hacer en familia unos por otros. Por desgracia, el núcleo vital de lo humano y de la sociedad, ya no se forma al calor de ese hogar que infunde pertenencia, ilusión y tolerancia. Hemos enfermado en valores y en valía, y los mandatarios que se dicen protectores de la estirpe, también han olvidado que la efectiva acogida tiene su naciente en la institución familiar; en esa corporación de vínculos emparentados, que es donde en verdad adquirimos la espiritualidad humanística, heredada a través de la ternura del abrazo, de la entrega generosa, de la donación total en suma. Es cierto que siempre ha habido crisis, pero cuando se afronta todo de manera superficial o interesada, es difícil que renazca el diálogo sincero, creando situaciones realmente complejas y problemáticas. A mi juicio, el fracaso de esta generación parte de esa mentalidad que todo lo separa, divide, excluye y adoctrina a las órdenes del poderoso caballe- ro don dinero; en lugar de priorizarse con el amor, que jamás desea ser poseído. Mal que nos pese, los magnos valores de humanidad se aprenden y reprenden en consanguinidad. Son los grandes agentes transformadores, pues de una mística unión de corazones, o si quieren de una íntima comunidad conyugal de savia y afecto, germinan los abecedarios más armónicos, los sentimientos más puros, la actitud más desprendida, el lenguaje más níveo del alma, donde nadie hace alarde de nada, porque lo importante son las huellas de humildad que dejan aquellos rostros que saben disculparlo todo. Después de ese amor inherente que debe unirnos como caminantes, la experiencia de los siglos prueba que la deshumanización anuncia la decadencia de los linajes. Por eso, es fundamental reavivar el sentido de mundialización y de que los corazones dejen de ser piedras, de hacer uniones más auténticas a través del ejemplo de sus progenitores, pero también de una educación sana adherida a los principios y valores éticos. Que nadie se confunda, estamos llamados a convivir y a respetarnos, a restablecer el raciocinio y a fomentar el sentido de justicia, a despertar a una conciencia menos mercantilista de la existencia humana en definitiva.en consecuencia, es el momento de movilizarnos para renacer y no proseguir en esta degradación y decadencia humana, que nos lleva verdaderamente al caos y a la destrucción. En el nombre de Dios, Al-azhar al-sharif -con los musulmanes de Oriente y Occidente-, junto a la Iglesia Católica -con los católicos de Oriente y Occidente-, han firmado, al inicio de este mes de febrero, un histórico documento en el que declaran asumir la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio. Extiéndase el paradigma. Ojalá hagan lo propio otros líderes mundiales. Sin duda, este puede ser un buen camino, para que en nombre de la ciudadanía, en su armónica unidad y como seres pensantes, todos podamos estar más dispuestos a cooperar hacia una cultura de consideración solidaria y bilateral, siendo más comprensivo al menos cada cual consigo mismo y sus semejantes, con vistas a confirmar la importancia de tales valores, como ancla reconstituyente y fuerza humanística para todos
Por desgracia, el núcleo vital de lo humano y de la sociedad ya no se forma al calor de ese hogar que infunde pertenencia, ilusión y tolerancia. Hemos enfermado en valores y en valía”.