No es el Infop, es el país
El verdadero diagnóstico del Instituto Nacional de Formación Profesional no es necesario que lo dé una consultora o una comisión, mucho menos un grupo de personas alrededor de un escritorio con un cúmulo de papeles que podrían reflejar o no la realidad y el verdadero problema de la institución de formación técnica más importante del país. El diagnóstico de lo que sucede está dado hace muchos años y lo puede encontrar en la calle, cuando un egresado del Infop simplemente reza que lo aprendido allí no es suficiente y que es apenas una base para desarrollarse en el mundo laboral. Y en esta expresión no hay mayor pecado, el problema es el desdén con el cual lo dicen.
En realidad, la institución no tiene un problema particular o distinto al resto de entidades estatales del país, su problema es simple: la calidad del servicio y el manejo. Más allá de la repartición del presupuesto, que es donde se han centrado la mayoría de las discusiones sobre el tema, hay un serio problema de resultados. Cabe decir que la buena distribución de los recursos de los que dispone la institución no garantiza ningún resultado mejor, aunque es evidente que en ese aspecto es necesario que todo esté en su debido orden.
Si se toma en cuenta las características de una población como la hondureña, donde un instituto de formación técnica es una opción importante para los jóvenes que necesitan de un espacio para abrirse campo en el mundo laboral y a la vez la sociedad exige este tipo de profesionales, resulta inverosímil que la entidad encargada se haya quedado rezagada y no esté respondiendo a las necesidades de la sociedad.
El problema es más grave entonces que el destino de unos recursos, es un problema estructural de país. La incapacidad de dar el servicio justo y necesario con diligencia al pueblo es común denominador en muchos entes estatales.
Esta inoperancia tiene origen en varios vicios que corrompen el sistema laboral, en sentirse seguro e inamovible (quise decir intocable a pesar de lo que sea) en una plaza, en medio hacer bien el trabajo, en esperar a que llegue el fin de semana para descansar más, en un egoísmo que olvida que todo trabajo es un servicio a los otros. Y aunque sería injusto decir que es una actitud general, sí es cierto que afecta a todos los niveles y en suficiente medida como para hacer que las cosas funcionen mal.
No creo que forme parte de la hondureñidad, pero sí hay hasta cierto grado una sistematización cultural de cómo no hacer bien las cosas en el trabajo. La no respuesta viene del rezago, el rezago viene de la desactualización, la desactualización viene de la inoperancia, la inoperancia viene de este remedo de sistema cultural que embarga a los hondureños en sus labores cotidianas.
Nos hemos acostumbrado a hacer las cosas más o menos bien, a ser atendidos más o menos bien, a educarnos más o menos bien, a dar respuestas más o menos buenas, en otras palabras, a la mediocridad y a los intereses más bajos.
Se seguirá hablando del Infop y se dirán muchas cosas, de una parte dirán que tienen la razón y de la otra también, habrá más demagogia, pero lo cierto es que los egresados seguirán diciendo que han recibido una formación medianamente buena por guardar la dignidad propia y en alguna medida de la institución.
Creo que de nuevo las discusiones y las soluciones propuestas están mal encaminadas, habría que centrarse en los resultados y en cómo llegar a ellos. La pregunta es simple: ¿Qué hacer y cómo para que un egresado de Infop al enfrentarse al mundo que está fuera de la burbuja de academia diga que no pudo haber recibido una mejor formación? ¿Cómo hacer para que estén de verdad preparados?
En realidad, la institución no tiene un problema particular o distinto al resto de entidades estatales del país, su problema es simple: la calidad del servicio y el manejo”.