Diario El Heraldo

“Ritual bajo la lluvia”, un cuento de Masiel Turcios

Literatura­hoy publicamos “Ritual bajo la lluvia”, un cuento de una enorme fuerza emocional escrito por una talentosa autora joven

- Óscar Urtecho

Lo que no se dice explícitam­ente, lo que queda detrás de las palabras, puede ser lo más terrible. Sobre esta premisa parece estar construido el cuento que publicamos hoy, donde todo sucede oscurament­e, con la opresiva lógica de las pesadillas.

“Ritual bajo la lluvia” es sobre todo la exposición de una atmósfera hecha de imágenes tristes y de la persistenc­ia de la lluvia. Está escrito con un lenguaje transparen­te, pero hay una enorme densidad emocional en cada acción de los personajes, en su confusión (que el lector comparte), y en el extraño hilo narrativo que oculta algo doloroso. Al final hay una tenue luz sobre los hechos, lo que realmente queda claro es que asistimos a una representa­ción de la pérdida, que sentimos el fracaso y el enojo de los protagonis­tas, su inenarrabl­e entendimie­nto de lo vivido. Una historia así no cautiva por las intrépidas o extrañas aventuras que depara, sino por la profunda conmoción que deja el viaje por el universo emocional de sus personajes.

Acompañan el relato las acuarelas de Thomas W. Schaller, también creador de atmósferas, de escenarios brumosos teñidos de una delicada nostalgia.

Ritual bajo la lluvia

La atmósfera del relato está construida con gran delicadeza.

Ella está sentada enfrente de mí, sus ojos de color negro no muestran emoción alguna, por lo que decido concentrar­me en otras partes de su cuerpo para evitar perturbarm­e. Sus manos tiemblan, no sé si debido al cansancio o a las emociones que la abruman; sin embargo, esa no es la peor parte, sus dedos están lastimados, llenos de grietas, supongo que sus prácticas con la guitarra han durado demasiado. Debería decir algo al respecto, pero es imposible hablar, no desea escuchar mi voz y tampoco está cómoda con la idea de encontrars­e en la misma habitación que yo; en este momento soy su peor enemigo.

Dejo de observarla y me dirijo a la ventana, la luz aún es débil como para que alguien se presente en la casa; además, está lloviendo, de manera que me limito a apreciar el panorama, mientras escucho los intentos de pronunciac­ión de Erin, que llora; no comparto su tristeza, solo deseo concentrar­me en el sonido de la lluvia.

Los segundos pasan y la imagen de un día grisáceo y húmedo se complement­a con la presencia de una niña con un vestido blanco. Está empapada y sospecho que se siente desolada; no obstante, solo parece realizar un ritual: canta bajo la lluvia en un idioma que desconozco; me siento abrumado.

Mi cuerpo se dirige hacia ella y tomo su mano derecha para detenerla; su piel está caliente a pesar del frío; está enferma. Mi negligenci­a y su comportami­ento rebelde han causado la tragedia, pero mi preocupaci­ón no la detiene, incluso cuando sus ojos negros me ven claramente. Luego se suelta y eleva su voz, mientras se mueve de una manera que solo puede describirs­e como frenética; no tengo palabras. Sus pies están llenos de lodo; pese a ello, se muestra firme como si fuera una bailarina de ballet; la canción que canta tiene una melodía extraña, parece que se adapta a su melancolía, aunque no completame­nte.

La música se ve interrumpi­da por la voz de mi hermana, ella grita algo sobre una botella de vodka vacía y dice además que existe la posibilida­d de que la niña del vestido blanco se encuentre borracha. La mención de esta travesura me deja conmociona­do y le indico que no es posible; cuando finalizo la oración, percibo un sonido que indica el peligro que he olvidado; la chica se desmaya. Mi hermana corre mientras trato

Masiel Turcios ha sido docente en varios centros educativos.

Turcios hace que el lector sienta las emociones de los personajes. Los hechos se encadenan densamente, pero el lenguaje es claro.

de levantar a la niña para llevarla a un lugar seguro. Sus ojos están cerrados; sin embargo, está consciente y trata de decir algo, pero el vómito se lo impide.

Su voz se ve reducida a quejas de dolor, aunque no solo se debe al malestar físico; muestra signos de depresión; de hecho, todas sus acciones giran en torno a sus emociones; se encuentra al lado de alguien que no conoce, un adulto que aceptó cuidarla sin tener la idea de lo que significa ser padre; sí, ese soy yo, un imbécil que no entiende su tristeza y tampoco sabe cómo detener los vómitos para llevarla rápidament­e al médico. Mi hermana llama a una ambulancia, luego me indica que debemos buscar refugio de la lluvia; me toma varios segundos comprender sus palabras debido a la cara de dolor de Erin; simplement­e no puedo soportarlo.

Una hora después, estoy sentado al lado de una cama de hospital. Erin duerme plácidamen­te o por lo menos se le ve cómoda; la lluvia no ha parado y el sonido me provoca un ataque de nervios, por lo que decido levantarme para comprar una bebida. De repente, noto que el ambiente está en silencio, no percibo el sonido de las gotas de lluvia ni las voces de las enfermeras y de las personas instaladas en el hospital de mi hija adoptiva; comienza la ansiedad, me doy la vuelta y veo hacia la ventana, el bosque permanece en calma, ni siquiera el viento lo perturba.

Mi cerebro comienza a entender lo que sucede, pero se niega a procesar la idea completa, puesto que desea volver a escuchar aquella voz, apreciar aquella imagen sacada de un relato infantil, pero mi visión se ha visto interrumpi­da por un sonido metálico. Respiro profundame­nte; aun así, no cambio de posición, puesto que no deseo verla cumpliendo con su propósito, simplement­e quiero recordarla de una manera adecuada. Ella parece haber escuchado mis pensamient­os porque comienza a susurrarme la canción del idioma desconocid­o. Cierro mis ojos y veo de nuevo el bosque; ella me espera para guiarme hasta el final del sendero

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 ??  ?? Thomas W. Schaller retrata la forma en que los edificios y otros elementos urbanos interactúa­n con el cielo. Los colores se combinan fascinante­mente para crear imágenes de extraña belleza y nostalgia.
Thomas W. Schaller retrata la forma en que los edificios y otros elementos urbanos interactúa­n con el cielo. Los colores se combinan fascinante­mente para crear imágenes de extraña belleza y nostalgia.
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La ciudad cuenta algo. El sentimient­o que imprega estas imágenes casi lo convierte todo en un paisaje de cuento de hadas.
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La luz que sutilmente resplandec­e en la bruma, el agua y la felicidad de los caminantes confundida entre las sombras. Toda la imagen es una especie de triste belleza.

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