País bajo sospecha
Un decadente chiste sentencia que algo raro acontece en un país donde la pizza arriba antes que la ambulancia, como donde el presupuesto de las fuerzas armadas es mayor que los de salud, educación y vivienda. Donde a la gente le cobran por ahorrar o tanto por ciento a cada cheque que emita; donde la ley fundamental habla de derechos ciudadanos, pero donde igual para obtener su tarjeta de identidad el individuo debe pagar tramitadores, coimas y tasas, o donde para que el Estado avale y certifique que uno es honesto y honrado, sin deudas que saldar, hay que ir primero al banco y comprar el derecho a una certificación de antecedentes penales.
No ha de ser democrática una nación que otorga 41 mil millones de lempiras al año en exenciones a productos vanos y a la vez le monta impuestos groseros a la población.
Donde las empresas de celulares ––exentas a su vez, gracias a un gobierno liberal, de tributos más allá de cierto número básico de usuarios (aunque tengan millones)–– no solo cobran el triple que en otros países por prepago sino que además roban al usuario.
En San Salvador el rótulo callejero de una compañía de móviles advierte acerca de la otra, no mencionada: “nosotros no te chupamos la recarga”. O donde un boleto de avión de San Pedro Sula a Managua cuesta cien por ciento más (US$ 460.00) ––siendo casi la misma distancia–– que entre Madrid y Dusseldorf, Alemania (45 euros).
Donde hay ocho aeropuertos y cuatro no funcionan ni son rentables (municipios de Tela y Gracias, este el más peligroso; Ruinas de Copán y el ahora desinternacionalizado Golosón (La Ceiba). Entre 2017 y 2018 en el de Ruinas lo único que descendió, para prácticas de landing fueron zopilotes y una Piper monomotora. En el de Gracias se mataron cinco personas el día mismo de inauguración; el de Choluteca está construido al revés, de este a oeste, con vientos encontrados; el de Palmerola, si inaugura, aplastará al de SPS, ya que ninguna compañía va a que- rer despegar en el minuto cero para aterrizar al minuto siete en valle de Sula, los costos serían abrumadores.
Un país donde las iglesias movilizan, sin ser auditadas, billones de dólares. Donde la paja cristiana y hebraica de cada día ––cananitas, filisteos, arameos, nazarenos, betlemitas, sodomitas, corintios, esenios––, pululada con sangre, batallas y adulterios a granel, no ha podido contener, en cuatro décadas, al “pecado”, o sea a la criminalidad, el delito, el asesinato, el robo, la extorsión y la muerte.
Si hay un componente infame en la sociedad hondureña es el religioso, pues estafa a los fieles sin provecho material ni espiritual. Y pues sus pastores se llaman redentores, el derrumbe ético del pueblo es por ende su grave responsabilidad.
Una nación cuyas farmacias burlan la ley pues disolvieron bajo el artificio de “descuentos” la normativa de la tercera edad. Donde no hay un hospital nuevo hace décadas y sin embargo pululan como oficinistas, taxistas o comerciantes cuatro mil médicos desempleados.
Donde ciertas universidades “distinguidas” pagan a sus esforzados maestros L 160.00 (US$ 6.60) la hora clase, menos que algunos colegios bilingües… Señor de la escritura y de la educación, ¿qué país puede construirse con estos avaros…? ¿O un gobierno con una Cancillería donde solo una persona habla inglés…?. Peor aún, donde el cinismo ––como se negaba en la década de 1980 la presencia de la Contra–– habla por boca de casi todos los funcionarios públicos, quienes mienten sin saciarse ni apenarse sobre cualquier tema estatal y particularmente sobre sus actos de corrupción. País bajo sospecha de autodestrucción
No ha de ser democrática una nación que otorga 41 mil millones de lempiras al año en exenciones a productos vanos y a la vez le monta impuestos groseros a la población”.