Reminiscencias del padre Amaro
Toda una vida llevamos escuchando que muchos sacerdotes, desd e l a p ote s t a d del púlpito, la rendición del confesionario y la regencia de la espiritualidad, aprovecharon para cometer abuso sexual, especialmente de mujeres y niños, arropados por un infame silencio.
Hasta ahora que el papa Francisco ha decidido que la Iglesia enfrente sus miedos y complicidades.
Por primera vez en la historia, el Vaticano reunió expectante a más de 200 delegados de sus iglesias en el mundo para hablar sobre la pederastia de sus sacerdotes, mientras desde afuera se miraba con escepticismo, porque a través de los siglos se ha hablado en voz baja, con sigilo, miedo, resquemor, sobre los vicios abyectos y repetidos de algunos religiosos.
En 1875 el escritor portugués Eça de Queirós escandalizó su época y sufrió persecución al publicar su novela “El crimen del padre Amaro”, que relata la manipulación de la fe y la subyugación de la confianza de un sacerdote de provincias contra una jovencita de 16 años, que seduce, embaraza, convence de abortar y muere; como fondo escénico está la corrupción política y del sacerdocio que acepta dinero hasta de criminales.
Al final el padre Amaro, protegido por sus superiores, es enviado a servir en Lisboa, sin castigo y sin remordimientos.
Acaso esta táctica de manipulación y control del padre Amaro es la esencia de la mayoría de las denuncias que a través de los años se han acumulado silenciosamente, cuyas miles de víctimas han sufrido lo indecible por el ultraje, la traición, la impotencia, el derrumbe de dioses y de mitos.
Por eso la reunión en el Vaticano incluyó el testimonio doloroso de decenas de abusados, que bajaron hasta el llanto al recordar los episodios ignominiosos, la impunidad lacerante.
Entonces las autoridades de la Iglesia decidieron plantarse como frente a un toro negro: “Debemos mirar a este monstruo a la cara, sin temor, si realmente queremos conquistarlo”, dijo contundente el portavoz del Vaticano, Alessandro Gisotti; el mismo papa Francisco fue duro en su mensaje inaugural y reconoció que la gente está reclamando justicia “y no espera de nosotros una simple condena, sino medidas concretas y efectivas para poner en práctica”.
¿ Qué significa esto? Las desconsoladas víctimas, las organizaciones de de- rechos humanos, otros observadores, esperan que no solo echen de la Iglesia a los sacerdotes pederastas, que dejaron una imborrable estela de dolor y sufrimiento, sino que vayan a juicio, a la cárcel, porque dentro de su estructura la violación de menores será un pecado, acá afuera un delito, grave.
Aunque la subrepticia homosexualidad dentro de la Iglesia no estaba en la agenda, se habló del tema, y se intentó aclarar que no necesariamente está relacionada con la pederastia. Sin duda merecerá otro encuentro, por la realidad y la condena ancestral de la autoridad religiosa contra los gais.
Coincidió el evento con la bulliciosa publicación de un libro sobre esto del periodista francés Frederic Martel, que naturalmente causará escozor.
Cuando surgió la Iglesia Católica estaba de espaldas al poder, incluso confrontándolo, pero a través del tiempo se alió con emperadores, reyes, jefes de estado y tiranos; fue cruel con sus cruzadas, su Inquisición, caza de brujas y la hoguera. Daba miedo. El papa Francisco quiere devolverla a sus orígenes, cerca del pueblo, amparar a los pobres, reclamar justicia social, equidad.
Abordar la pederastia de frente es un gran paso, y aunque será difícil erradicarla, al menos si surge un padre Amaro o algo parecido, que no haya silencios, sino castigo, como promete el sumo pontífice
Abordar la pederastia de frente es un gran paso, y aunque será difícil erradicarla, al menos si surge un padre Amaro o algo parecido, que no haya silencios, sino castigo”.