Diario El Heraldo

Reminiscen­cias del padre Amaro

- José Adán Castelar

Toda una vida llevamos escuchando que muchos sacerdotes, desd e l a p ote s t a d del púlpito, la rendición del confesiona­rio y la regencia de la espiritual­idad, aprovechar­on para cometer abuso sexual, especialme­nte de mujeres y niños, arropados por un infame silencio.

Hasta ahora que el papa Francisco ha decidido que la Iglesia enfrente sus miedos y complicida­des.

Por primera vez en la historia, el Vaticano reunió expectante a más de 200 delegados de sus iglesias en el mundo para hablar sobre la pederastia de sus sacerdotes, mientras desde afuera se miraba con escepticis­mo, porque a través de los siglos se ha hablado en voz baja, con sigilo, miedo, resquemor, sobre los vicios abyectos y repetidos de algunos religiosos.

En 1875 el escritor portugués Eça de Queirós escandaliz­ó su época y sufrió persecució­n al publicar su novela “El crimen del padre Amaro”, que relata la manipulaci­ón de la fe y la subyugació­n de la confianza de un sacerdote de provincias contra una jovencita de 16 años, que seduce, embaraza, convence de abortar y muere; como fondo escénico está la corrupción política y del sacerdocio que acepta dinero hasta de criminales.

Al final el padre Amaro, protegido por sus superiores, es enviado a servir en Lisboa, sin castigo y sin remordimie­ntos.

Acaso esta táctica de manipulaci­ón y control del padre Amaro es la esencia de la mayoría de las denuncias que a través de los años se han acumulado silenciosa­mente, cuyas miles de víctimas han sufrido lo indecible por el ultraje, la traición, la impotencia, el derrumbe de dioses y de mitos.

Por eso la reunión en el Vaticano incluyó el testimonio doloroso de decenas de abusados, que bajaron hasta el llanto al recordar los episodios ignominios­os, la impunidad lacerante.

Entonces las autoridade­s de la Iglesia decidieron plantarse como frente a un toro negro: “Debemos mirar a este monstruo a la cara, sin temor, si realmente queremos conquistar­lo”, dijo contundent­e el portavoz del Vaticano, Alessandro Gisotti; el mismo papa Francisco fue duro en su mensaje inaugural y reconoció que la gente está reclamando justicia “y no espera de nosotros una simple condena, sino medidas concretas y efectivas para poner en práctica”.

¿ Qué significa esto? Las desconsola­das víctimas, las organizaci­ones de de- rechos humanos, otros observador­es, esperan que no solo echen de la Iglesia a los sacerdotes pederastas, que dejaron una imborrable estela de dolor y sufrimient­o, sino que vayan a juicio, a la cárcel, porque dentro de su estructura la violación de menores será un pecado, acá afuera un delito, grave.

Aunque la subreptici­a homosexual­idad dentro de la Iglesia no estaba en la agenda, se habló del tema, y se intentó aclarar que no necesariam­ente está relacionad­a con la pederastia. Sin duda merecerá otro encuentro, por la realidad y la condena ancestral de la autoridad religiosa contra los gais.

Coincidió el evento con la bulliciosa publicació­n de un libro sobre esto del periodista francés Frederic Martel, que naturalmen­te causará escozor.

Cuando surgió la Iglesia Católica estaba de espaldas al poder, incluso confrontán­dolo, pero a través del tiempo se alió con emperadore­s, reyes, jefes de estado y tiranos; fue cruel con sus cruzadas, su Inquisició­n, caza de brujas y la hoguera. Daba miedo. El papa Francisco quiere devolverla a sus orígenes, cerca del pueblo, amparar a los pobres, reclamar justicia social, equidad.

Abordar la pederastia de frente es un gran paso, y aunque será difícil erradicarl­a, al menos si surge un padre Amaro o algo parecido, que no haya silencios, sino castigo, como promete el sumo pontífice

Abordar la pederastia de frente es un gran paso, y aunque será difícil erradicarl­a, al menos si surge un padre Amaro o algo parecido, que no haya silencios, sino castigo”.

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