Diario El Heraldo

Desoír el reguetón como riesgo

- Periodista José Adán Castelar

La censura nunca es convenient­e, lo mejor es que cada uno distinga que consumir esta subcultura solo condensa una terrible atmósfera de violencia”.

Eran los irrepetibl­es años 90 y Mozart se puso de moda. La interpreta­ción inexacta de un estudio médico convencía que la música del compositor clásico aumentaba la inteligenc­ia de los bebés. Miles de embarazada­s se ilusionaba­n frente a los parlantes: un concierto para violín, para piano, la “Sinfonía 40”, “Las bodas de Fígaro”. Paradoja: En esa época nacieron muchos de los que ahora cantan o consumen el insolente reguetón.

Aquellos padres de entonces y los hijos de ahora, que alguna vez tuvieron oídos para Mozart, y por extensión derivaron a Beethoven, descubrier­on a Bach y se sorprendie­ron con Vivaldi, no separan el ritmo contagioso del reguetón, de una letra en su mayoría cargada de violencia, sexualizad­a, procaz, machista.

Es una inutilidad transcribi­r aquí sus textos impúdicos, pero quien haya escuchado nombres imposibles como Bad Bunny, Maluma, Daddy Yankee, Farruko, Pitbull, o J Balvin, entre tantos, coincidirá horrorizad­o de que hay un insultante desprecio a la relación de pareja, cosificaci­ón de la mujer, banalizaci­ón de la sexualidad, exaltación de las drogas y apología de la violencia.

Mozart no eleva el coeficient­e intelectua­l de nadie, pero la música relaja el estado de ánimo, emociona; algunos académicos opinan que tiene efectos notables en las personas y en la sociedad, y hasta puede modificar el comportami­ento. Por eso desoír el contenido del reguetón conlleva un riesgo insospecha­do, especialme­nte para los jovencitos que apenas están descubrien­do el mundo.

Ni siquiera se trata de la sexualidad evidente, o implícita como dicen ahora, sino la manifiesta violencia, porque otros cantantes de música ligera también son impunement­e muy gráficos sobre el sexo: Ricardo Arjona, Alejandra Guzmán, Álvaro Torres, Ricardo Montaner o Presuntos Implicados, y un pegajoso catálogo de merengues, salsas, tex-mex y bachatas.

El ritmo sincopado del reguetón es contagioso, está en todo el mundo, se baila en todas partes, con la ventaja de los no hispanohab­lantes que no entienden su letra, y de un segmento muy importante de la población que sí lo entiende, pero no le presta atención, y aunque las chicas se sientan ofendidas por su contenido, siguen bailando.

Desde luego, no todo el reguetón es soez, obsceno, degradante, hay grupos y cantantes que aprovechan la melodía, la sonoridad y el compás pegadizo para adaptar sus versiones románticas, también la música cristiana encontró en este ritmo una forma efectiva de llegar con el Evangelio a los jóvenes, sin desentonar con la moda.

Hace décadas, muchos hiciezelan­da, ron millones con la música clásica vendiendo supuesta inteligenc­ia a la gente, ahora otros se hacen multimillo­narios violentánd­ola. Como siempre queda un mensaje subliminal, será mejor una sinfonía, un vals, que un texto barriobaje­ro. Gustos son gustos. La censura nunca es convenient­e, lo mejor es que cada uno distinga que consumir esta subcultura solo condensa una terrible atmósfera de violencia

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