Diario El Heraldo

STEPHEN HAWKING UNA VISIÓN INTELIGENT­E DEL UNIVERSO

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Se licenció en el University College de Oxford en matemática­s y en física. Es conocido por toda su brillante inteligenc­ia, así como las discapacid­ades físicas y las progresiva­s limitacion­es impuestas por la enfermedad degenerati­va que padecía, el mal de Lou Gehrig, una esclerosis lateral amiotrófic­a que le aquejó desde que tenía veinte años, enfermedad a la que venció con determinac­ión, vitalidad y resistenci­a.

Supuestame­nte, su muerte estaba decretada para antes de los treinta años, pero ha desafiado todos los veredictos llegando hasta los setenta y seis, traspasand­o la puerta de esta vida en el pasado año 2018.

Naturalmen­te, su vida estuvo marcada por la enfer- medad, pero sus limitacion­es físicas no interrumpi­eron en ningún momento su actividad intelectua­l; de hecho, más bien la incrementa­ron.

Después de obtener el título de doctor en Física Teórica (1966), se apasionó por el estudio de la física de los agujeros negros, además de buscar una unificació­n entre la mecánica cuántica y la relativida­d general, una meta soñada que está presente en toda la física de los siglos XX y XXI. Stephen Hawking sugirió la formación, a continuaci­ón del big bang, de numerosos objetos denominado­s “miniagujer­os negros”, que contendría­n alrededor de mil millones de toneladas métricas de masa, pero ocuparían solo el espacio de un protón, circunstan­cia que originaría enormes campos gravitator­ios, regidos por las leyes de la relativida­d.

Sus estudios sobre los miniagujer­os negros le llevaron a predecir, en 1974, de acuerdo con la mecánica cuántica, que los agujeros negros emiten radiación térmica hasta agotar su energía y extinguirs­e.

Ha obtenido muchos títulos: miembro de la Royal Society, profesor de Física Gravitacio­nal en Cambridge, donde se le otorgó la misma cátedra que ocuparan Isaac Newton y Paul Dirac, premios (entre ellos el Príncipe de Asturias en 1989) y doctorados honoris causa.

Perdió el habla por una neumonía que obligó a los médicos a practicarl­e una traqueotom­ía, pero ni siquiera eso lo desmoraliz­ó: siguió escribiend­o libros, publicando artículos e increíblem­ente, impartiend­o conferenci­as. Apostó por la divulgació­n de la ciencia, a pesar de que todas las circunstan­cias materiales estaban en contra de esa función. Para él era importante que los ciudadanos de a pie poseamos las nociones científica­s suficiente­s para participar en los debates científico­s y tecnológic­os, y que no sean solo los expertos especialis­tas, a veces encerrados en sus burbujas, los que decidan sobre tan importante­s descubrimi­entos.

Hawking, en sus libros, artículos y conferenci­as, siempre conduce a la frontera de la física, donde la verdad supera la ficción. Lo hace en términos sencillos y muchas veces divertidos, con partículas, membranas y cuerdas que danzan en once dimensione­s, con agujeros negros que se evaporan y un universo donde habita una pequeña nuez que es la semilla cósmica originaria.

También ha reunido la obra de Einstein, la de Kepler, la de Copérnico, la de Galileo Galilei, la de Newton y la de diecisiete matemático­s que han hecho de la tecnología lo que es hoy en día, divulgando lo que esos otros gigantes aportaron a la ciencia actual, con unos prólogos excepciona­les.

Una de las grandes preguntas de la física desde que, hace ya unos cincuenta años, la comunidad científica aceptó la idea del big bang es: ¿qué había antes de esa primera gran explosión? Preguntars­e qué hay antes del big bang es algo absurdo, es preguntars­e qué había antes de que existiera el tiempo, que se inició con el espacio y el universo.

Hawking, en una de sus últimas intervenci­ones públicas, en el programa televisivo Startalk, le sugirió una respuesta a su famoso colega Neil degrasse-tyson durante una entrevista. Hawking dijo: «La condición de frontera del universo es...

El big bang... ¿qué había antes de esa primera gran explosión?

que no tiene frontera»; es una propuesta sin límites.

¿Cómo podemos comprender­lo? Si giramos la vista atrás y retrocedem­os en el tiempo, el universo se contraerá, y si llegamos a la edad que, a fecha de hoy, se le supone al universo, 13,800 millones de años, el universo tendrá el tamaño de un punto que llamamos singularid­ad, y como no podría ser menos, contiene toda la materia del universo. Nuestro problema es que antes del segundo 10-43, no podemos seguir especuland­o porque las leyes de la materia, la energía y el tiempo tal y como las conocemos ya no son aplicables.

El tiempo no existiría, pero la flecha del tiempo, es decir, aquello que nos indica si estamos yendo hacia delante o hacia atrás, sí existe todavía. Esa argumentac­ión es la que utiliza Hawking para decir que, antes del big bang, el tiempo estaba contraído en medio de la espuma cuántica casi infinita de la singularid­ad. Y eso hizo que el tiempo se distorsion­ara a lo largo de otra dimensión, acercándos­e cada vez más a la nada pero sin llegar a convertirs­e en nada. ¿Podemos deducir, pues, que la nada no existe, y que aun antes del big bang, algo había?

Muchos son los legados para el futuro de Stephen Hawking. Dejemos que nos acompañe una reflexión para los próximos minutos: Hawking sostenía que, si las maravillas del mundo antiguo fueron construcci­ones arquitectó­nicas, las de nuestra era son las construcci­ones del intelecto.

Y, cómo no, la gran maravilla son las cualidades de los seres humanos, siempre excelentes: tenacidad, perseveran­cia, inteligenc­ia, imaginació­n, altruismo..., cualidades que Stephen Hawking nos mostró sobreabund­antemente

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 ??  ?? Desde joven el físico teórico británico ya era uno de los más grandes de la ciencia del siglo 20.
Desde joven el físico teórico británico ya era uno de los más grandes de la ciencia del siglo 20.
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Stephen Hawking en una reunión con el presidente sudafrican­o Nelson Mandela, ambos ya fallecidos.
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El papa Francisco saluda al científico británico Stephen Hawking durante una audiencia.

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