Tanta esperanza… está mal
La esperanza es sin duda una virtud, pero está mal que vivamos apoyados en ella, porque siempre que es nuestro respaldo y tantas veces nuestro último bastión es porque la situación es adversa. No decimos que tenemos esperanza cuando todo va bien. Aunque culturalmente le hemos asignado un color verde lleno de vida y armonioso como la naturaleza, para mí más bien oscuro y lóbrego. La esperanza tiene dos momentos, el primero es el último recurso de la lógica y el segundo es el primero de la sinrazón, es una especie de frontera. Lo explico: cuando quien sea tiene esperanza en algo, en alguien o en que algo suceda es porque no ha sucedido antes según la lógica y espera que, a pesar de todo, se termine imponiendo. Esta primera instancia suele tener una especie de “argumento mínimo”, un por qué podemos seguir cre
yendo. Si se entiende que ya no se impondrá lo lógico, se espera una especie de milagro, una sinrazón. Este es el segundo momento y el más dañino.
No obedece a la casualidad aquella popular sentencia “la esperanza es lo último que se pierde”, porque no importa si es la última posibilidad lógica o un milagro, si se puede seguir creyendo, se creerá. No era, por ejemplo, lógico pensar en unas mejores condiciones de vida después de la II Guerra Mundial en Europa o en Japón, y sin embargo, lo han logrado, al menos en gran medida. Pero esa esperanza fue momentánea, porque después se materializó en lo que hoy son potencias mundiales.
Si la esperanza se prolonga en el tiempo se convierte en una necedad parecida a la del coronel de la novela de García Márquez, “El coronel no tiene quien le escriba”, y ya sabemos qué sugiere el texto que termina comiendo el célebre personaje de la literatura.
Hay detrás de ella, entonces, un ambiente desolador, es decir, que actúa como una oposición, no deja de ser un acto de valentía y rebeldía. Sin embargo, es bueno tener presente que todo tiene sus límites y que, aunque mucho de lo
No obedece a la casualidad aquella popular sentencia ‘la esperanza es lo último que se pierde’, porque no importa si es la última posibilidad lógica o un milagro, si se puede seguir creyendo, se creerá”.
que hacemos lo hacemos en función del futuro, y tiene que ser así, debemos vivir el ya.
Uno de los argumentos que halló el marxismo para oponerse a la religión fue que esta enseñaba que no importaba el ahora ni el aquí, sino el mañana y el reino de los cielos, lo que conducía, según la doctrina, a una sociedad más conformista y manejable. Era una crítica a la esperanza, realidad. Aunque fue una lectura muy pobre y desde el materialismo de la religión por parte del marxismo que no entendió nunca que el discurso de ellos y el de la religión están en dos planos distintos. De todas maneras, me sirve para ejemplificar lo que quiero decir. No podemos vivir en un eterno esperar. A pesar de que pueda parecer solo un juego de palabras: la esperanza es un acto desesperado, al menos en el segundo momento que expliqué. Pienso en cuantos hondureños mueren al día con la esperanza de una familia, una casa, un ciudad, un país mejor. Y solo fue eso, nuntos ca se materializó. Le ha servido como una especie de anestesia, la idea de un futuro mejor, claro que puede ser una manera de que el presente duela menos, la pregunta es si es válido. Finalmente, el problema es que entramos en una paradoja que podría tener bases biopsicosociales. Por una parte, el que pierde totalmente la esperanza no tendrá el ánimo para hacer ni siquiera lo necesario para hoy, pero el que está lleno de esperanza no actúa para hoy, lo hará para mañana