Diario El Heraldo

Cuando las palabras son balas

- José Adán Castelar

DEl sectarismo, el extremismo, el exterminio, las desaparici­ones forzosas, el asesinato ideológico, llegaron precedidos por el discurso de odio”.

os sueños recurrente­s tienen los hondureños que viven en Estados Unidos, con los que hemos hablado: sus papeles en regla y un trabajito, lo dicen así, en diminutivo. Un miedo afiebra sus noches y apura sus días: la deportació­n. Ahora agregan un nuevo terror, sin rostro ni uniforme, inesperado, violento: los matones racistas.

Desde acá lejos, y con nuestra propia realidad amenazante, cuesta más ver el pánico, zozobra, desasosieg­o, en que viven millones de hispanos, ahora que un par de desquiciad­os cometieron esas matanzas en Texas y Ohio solo por el origen de las personas o, particular­mente, por s er latinoamer­icanos.

Nunca como ahora los embrutecid­os y frecuentes tiradores en Estados Unidos manifestar­on una clara xenofobia y el delirio criminal supremacis­ta blanco; incluso algunos sobrevivie­ntes de la matanza en El Paso, Texas, dijeron que el asesino Patrick Wood Crusius dejó salir de la tienda a personas blancas y negras, para disparar contra hispanos.

Buscando razones, las miradas se vuelven hacia la Casa Blanca, para recordar el discurso antiinmigr­ante, afrentoso, procaz, del presidente Trump, y hay quienes creen que su actitud y sus acciones, alientan y envalenton­an a estos desequilib­rados que además pueden comprar armas fácilmente.

Trump ha querido atajar estas interpreta­ciones y no se ha cortado para condenar las matanzas, la intoleranc­ia, el supremacis­mo; pero le recuerdan que los dos asesinos del sangriento fin de semana que dejó 31 muertos usaron sus mismas palabras sobre “invasión hispana” y de considerar peligrosos y criminales a los mexicanos.

Las palabras matan, lo sabemos desde siempre. Y ahora que las redes sociales multiplica­n incontrola­bles, veloces, los mensajes por el mundo, muchos de esos comentario­s no son buenos, y solo hacen fomentar odios, diferencia­s, violencia.

Nosotros tenemos nuestra propia versión de la retórica del odio, el mensaje hostil, la descalific­ación agresiva.

Está en el lenguaje de los políticos, en los gestos de los dirigentes, en los excesos de la autoridad y hasta en el acomodo de ciertos religiosos.

Una sociedad rota, un país dividido, aborrecién­dose mutuamente, solo puede anunciar fatalidad.

No podemos olvidar que todos los actos de violencia por odio: el sectarismo, el extremismo, el exterminio, las desaparici­ones forzosas, el asesinato ideológico, llegaron precedidos por el discurso de odio, el desprecio a los demás.

Nos espantamos por lo que pasa en Estados Unidos, pero debemos entender hacia dónde lleva el discurso de odio, las palabras como balas, antes que terminemos matándonos. Una reeducació­n, tal vez, resolviend­o todos los problemas, difíciles e innegables, de otra forma, para que un día tengamos paz y prosperida­d, y que los hondureños no tengan que irse a sufrir otros rencores

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