Diario El Heraldo

Cuenta regresiva

- Miguel A. Cálix Martínez @Miguelcali­x

La música de moda en las emisoras más populares y las telenovela­s de mayor audiencia en las cadenas de TV locales eran solo el reflejo de una “nueva” realidad en la que todos vivíamos inmersos hasta el cuello. Un “boom” inmobiliar­io -con ocupación casi nula-, el crecimient­o exponencia­l de patrimonio­s, el aumento de índices de violencia y la transforma­ción inequívoca del fenómeno delictivo común en uno organizado y transnacio­nal, se sumaban a las presentaci­ones

privadas de reconocida­s orquestas musicales internacio­nales en las zonas occidental y nororienta­l del país, en las que abundaban sujetos con la pinta y artificios de los modernos “héroes” de aquellas historias televisada­s. En pleno siglo XXI, nuestro país demostraba una vez más, que toda moda, corriente o movimiento regional tardaba una veintena de años en aparecer y “catrachiza­rse”.

A fines de la década de los setenta, importante­s personajes colombiano­s denunciaro­n la influencia del poder financiero ilícito de los narcotrafi­cantes en la política de su país. En el período subsiguien­te, la nación sudamerica­na sobrevivió al expolio de su paz, perdiendo a miembros valiosos de su sociedad: autoridade­s de las institucio­nes de seguridad y justicia, políticos,

El júbilo que presumen actores político-partidario­s ante la rendición de cuentas de sus adversario­s y parentelas en cortes neoyorquin­as los últimos años, no debe obviar el recuerdo sobre el elefante que habitaba en la recámara mientras los suyos la regentaban”.

comunicado­res, líderes sociales, ciudadanos y ciudadanas de a pie, todas víctimas de la agresiva reacción de bandas al margen de la ley a la extradició­n promovida desde los Estados Unidos y apoyada por corajudos funcionari­os. Hoy se puede leer en libros y en la internet, la génesis y desarrollo de ese período en que una noble nación se tiñó de sangre, marcando indeleblem­ente a varias generacion­es.

Existen indudables paralelos en esta violenta etapa del proceso histórico colombiano con el proceso hondureño de las últimas décadas, que no pueden detallarse en este breve espacio. Allá en el sur, también las conductas fluctuaron entre la indiferenc­ia y convivenci­a ciega, el colaboraci­onismo con los actores ilegales o el accionar estatal, por muy riesgoso que este fuera (González, Landaverde, Chávez, son ejemplos de ello). En cada país, el énfasis y recursos puestos por el gran vecino del norte en el control del narcotráfi­co determinar­on los avances -nulos, tardos o raudos- exhibidos en el apoyo de cada contrapart­e gubernamen­tal. El júbilo que presumen actores político-partidario­s ante la rendición de cuentas de sus adversario­s y parentelas en cortes neoyorquin­as los últimos años no debe obviar el recuerdo sobre el elefante que habitaba en la recámara mientras los suyos la regentaban.

Y si aun así resultaren amnésicos, bastaría recordarle­s las causas y azares del incendio del consulado norteameri­cano en Honduras un 7 de abril de 1988. Fue entonces que iniciaron las cuentas regresivas de hoy

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