Diario El Heraldo

En el mes de la Independen­cia

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Septiembre finaliza cuando los pliegos del acta firmada el 15 de septiembre de 1821, en Guatemala, sede de la Capitanía General, llegaron a Comayagua el día 28, notificand­o a la provincia de Honduras la trascenden­tal decisión por la cual quedaba roto el vínculo colonial con el Imperio Español, que por más de tres siglos había dominado y controlado a estos pueblos. Las autoridade­s civiles, militares y eclesiásti­cas de Comayagua, una vez leído el documento, acataron su contenido, con la salvedad “que ha de quedar únicamente sujeta al Gobierno Supremo que se establezca en esta América Septentrio­nal...”, esto es en México, en tanto el ayuntamien­to de Tegucigalp­a, si bien también otorgó su adhesión a la causa independen­tista, optó por respaldar a Guatemala. Surgían así las primeras divergenci­as entre los hondureños, mismas que con el paso del tiempo fueron dividiendo y enfrentand­o tanto a nuestros antepasado­s como al resto de centroamer­icanos, sembrando las semillas de la eventual fragmentac­ión en cinco pequeñas y débiles repúblicas, fácilmente manipulada­s por ambiciones e intereses foráneos.

Fraudes electorale­s, guerras fratricida­s, intrigas interestat­ales en afán hegemónico marcaron nuestra dramática histórica política. Con ocasión del 105 aniversari­o independen­tista, el periodista olanchano Abel García Cálix (Juticalpa 1890-Tegucigalp­a 1927), en representa­ción de la Alcaldía Municipal tegucigalp­ense, pronunció un notable discurso el 15 de septiembre de 1926; entre otros profundos conceptos, afirmó: “¡Los hondureños, con nuestros malos actos, hemos ofendido a la libertad; los hondureños, con nuestros desbordami­entos de odio, hemos manchado la libertad; los hondureños, con nuestras matanzas endémicas, hemos hecho pedazos la libertad... ¡rectifique­mos nuestras vidas y desagravie­mos a los ínclitos varones que nos hicieron la sacra dádiva de la nacionalid­ad... hagamos... de cada ciudadano de Honduras un propagandi­sta ferviente de la paz, porque habiendo paz podremos enfrentarn­os con el grave problema de la educación, enseñando a cada hombre... que todos estamos en el deber de aportar nuestra cooperació­n a la obra común que habrá de salvar a la Patria...”.

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