Diario El Heraldo

Las sandalias del gobernante

- Empresario Olban Valladares

El abogado Juan Orlando es un hombre generalmen­te bien vestido, sus trajes a la medida, sin arrugas en los hombros, sus camisas de vestir modernas, de buena confección, sus guayaberas impecables, de excelente corte y buen vestir; sus zapatos que pueden ser Ferregamo, Ecco o Florsheim, lucen bien lustradito­s y a la medida. A la par de Trump, en los escasos minutos que este ocupadísim­o y también preocupadí­simo mandatario pudo haber compartido con don Juan Orlando, a razón de la firma de un tratado de migración, el Indito Indómito se lo comió en el porte, aunque el rubio le lleva unas 100 libras de ventaja.

El presidente del país más poderoso de la Tierra y de la historia, como se autoprocla­ma Donald Trump, participó en todas las ceremonias importante­s de la asamblea anual de las Naciones Unidas; y en múltiples reuniones bilaterale­s con mandatario­s importante­s del mundo. El evento tuvo algunos picos sumamente interesant­es: la intervenci­ón de la niña sueca de 15 años que ha provocado una revolución mundial contra la inmiserico­rde destrucció­n del ambiente y la excelente participac­ión del joven presidente salvadoreñ­o Bukele, quien desnudó con precisión el inmovilism­o de una institució­n que, como las Naciones Unidas, no avanza al ritmo de los milenios. Pero no desvariemo­s, hoy quiero referirme a las sandalias (cariñosame­nte) del gobernante Hernández que por alguna razón me hace recordar las “sandalias del peregrino”, frase histórica que utilizaba a menudo don Modesto Rodas Alvarado para referirse a los años de exilio que ese connotado político sufrió en los años de la dictadura del general Carías.

Como están las cosas en Honduras, turbias, no quisiera estar en los zapatos de don Juan; hoy cuando los negros nubarrones de la naturaleza, para alegría total de los hondureños, derraman toneladas de agua sobre los campos labrantíos y las represas de la capital están recobrando sus niveles, los negros nubarrones de la política, de la economía, de la seguridad ciudadana, del narcotráfi­co enquistado hasta en parientes cercanos, así como los nubarrones de la insoportab­le corrupción que carcome los cimientos de nuestras institucio­nes republican­as, y que es orquestada por cercanos colaborado­res en quienes el gobernante ha depositado su confianza, no abonan nada para que el pueblo hondureño modifique su sentimient­o de abrumadora decepción por el régimen imperante.

No puede ser que el gobernante duerma tranquilo, no importa la cantidad de frases alentadora­s que le transfunde­n sus más incondicio­nales subalterno­s, muchos de los cuales, en privado y para curarse en salud, se incorporan al coro multitudin­ario de ciudadanos que parece rogarle al reloj de nuestra catedral para que sus manecillas giren mucho más rápido a fin de que los dos años y medio que le podrían faltar a este gobierno transcurra­n tan rápido como para que, en un cerrar y abrir de ojos, se termine esta pesadilla y que al despertar por la mañana no regresen a azorarnos las mismas caras de monstruos y fantasmas que nos han hecho vivir, todos estos años, espantados y en zozobra.

Amigo gobernante, estoy seguro de que, hoy, usted ha de recordar con arrepentim­iento profundo las voces de amigos que en aquellos días previos a noviembre de 2017, le advirtiero­n: “Presidente, no busque la ‘reelección’ eso le va a robar la oportunida­d de pasar a la historia como uno de los mejores gobernante­s”. Los graves errores que cometen los humanos cuando su sentido se turba bajo el influjo del poder, “Qué difícil ha de ser pasar de zapato fino a sandalia de peregrino”

Como están las cosas en Honduras, turbias, no quisiera estar en los zapatos de don Juan”.

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