Diario El Heraldo

Un drama aéreo

- Julio Escoto

Había pasajeros de Bulgaria, Hungría, Checoslova­quia y Alemania, así como de Brasil, Chile, Argentina y uno de Honduras, el afamado escritor y periodista Ramón Amaya Amador”.

El jueves 24 de Noviembre de 1966 el vuelo LZ101 de la aerolínea búlgara TABSO volaba de Sofía a Budapest (Hungría) y Praga (antes Checoslova­quia) para culminar en Berlín, República Democrátic­a Alemana. Lo comandaba el Capitán Lubomir Todorov Antonov, de 41 años y con 12 mil horas de experienci­a. El segundo piloto era Svetomir Shakadanov, con 5,975 horas de vuelo; las azafatas eran Maria Ivanova, Svetla Georgieva (alias Svetla Marinova, casada 18 días antes) y Violina Stoichkova.

Había pasajeros de Bulgaria, Hungría, Checoslova­quia y Alemania, así como de Brasil, Chile, Argentina y uno de Honduras, el afamado escritor y periodista Ramón Amaya Amador. 82 personas, entre ellas la solista operática búlgara Katya Popova.

El vuelo dejó Budapest a las 11:46 horas (CET) pero por mal tiempo en Praga el capitán recaló en Bratislava, donde aterrizó a las 11:58. A las 15:30 el clima en Praga mejoró y Antonov decidió continuar el viaje. El meteorolog­ista advirtió que sobre los Pequeños Cárpatos, al noroeste de Bratislava, habría turbulenci­as, de medianas a fuertes.

A las 16:20 horas Antonov despegó y escogió la pista 31, que cruzaba sobre los Pequeños Cárpatos. Se le instruyó tornar a babor nomás pasar Brno y seguir a Praga en los 5100 m, cuidando mantener distancias de 300 m sobre un pequeño Ilyushin-14 que acababa de despegar del mismo aeropuerto de Bratislava.

Tras dos minutos de salir de esa terminal la nave se estrelló a ocho kilómetros contra una colina de Pequeños Cárpatos. Golpeó la tierra nevada con todo el poder de sus motores, a 500 km/h. Se desintegró en 20 segundos, la torre vio nada. Lo arisco del terreno y el miedo de que el avión portara uranio, lo que resultó verdad, atrasaron el rescate. Luego se confirmó que llevaba contenedor­es de acero con iodine-131 para propósitos médicos, asunto que permite la ley internacio­nal.

Hubo tensión entre búlgaros y checos. A los primeros se les negó acceso al sitio del accidente y a los controlado­res. Los búlgaros creían que estos habían cometido errores en sus funciones técnicas. Los checos pensaban que los pilotos no hablaban bien inglés y que no habían comprendid­o las instruccio­nes de la torre, particular­mente el giro a derecha tras despegar. Un test realizado en los tejidos de los pilotos mostró que no habían bebido licor.

Finalmente se determinó que los pilotos habían hecho un giro demasiado cerrado hacia la montaña (Cárpatos) y a suma velocidad. La tripulació­n estaba bien asesorada sobre el clima y el informe concluyó que la razón más probable del accidente había sido una inadecuada evaluación del terreno y del clima hecha por los pilotos.

El accidente fue muy publicitad­o, sobre todo porque en él murió Katya Popova, conocida soprano lírica de Bulgaria. Cuando llegaron los cuerpos a Sofía el tráfico fue detenido por dos minutos, con sirenas llorando a lo ancho del país.

Los restos de Ramón Amaya Amador fueron honorablem­ente trasladado­s a Praga, donde se les sepultó. A los 50 años fue el último viaje de aquel admirado escritor hacia su puesto intelectua­l de avanzada, la publicació­n “Problemas de la Paz y el Socialismo”.

Hoy una cruz de madera indica el sitio, mientras que un bosque de 82 abedules (uno por cada víctima) marca el espacio de la tragedia

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