Diario El Heraldo

“Tony”: la soledad del poder

- Gabriela Castellano­s

En el ojo del huracán mediático de prensa, abogados y activistas, se proyectaro­n a fin de ver un juicio que acaparó la atención, pues el acusado es el hermano de un presidente alejado de la opinión pública, cuestionad­o por asaltar el poder por segunda vez, apartado de la sensibilid­ad humana y de la solidarida­d con su pueblo: JOH. Su hermano menor: “Tony”, que ya había sido condenado en silencio por la vox populi, fue declarado culpable de narcotráfi­co por un jurado público, tras dos agotadas semanas de juicio y dos días de deliberaci­ones. Juan Antonio Hernández -exdiputado de una cámara absorbida de delitos desde hace mucho tiempoarro­pado con la bandera solitaria de una estrella desteñida por el señalamien­to moral que ya no tolera ni el robo ni la farsa. Un hombre joven, que apenas puede verse su sonrisa retraída, que debió tener en su juventud, fue encontrado culpable de los cuatro cargos de los que estaba acusado y podría ser condenado a cadena perpetua a destajo y sin piedad, no como suele pasar en las cortes de nuestro país, de fantoches y bastardos podridos de la gloria del oro. “Tony” recibirá su sentencia durante una audiencia marcada en el calendario brutal que arrasa el tiempo, para el 17 de enero de 2020; pero, durante el juicio, la fiscalía hundió con certeza un caso apoyándose en testimonio­s de exnarcotra­ficantes, que apuntaron a “Tony” como un traficante de cocaína, operando con total impunidad desde hace una década, con el poder político a su favor, pudriendo la institucio­nalidad del país. Su condena provocó un carnaval de manifestac­iones, como si Honduras hubiera ganado la Copa Mundial de balompié, pasión que mueve a los hondureños de

Hoy, ya nadie lo conoce, solo su madre, que, en las tinieblas de gritos de venganza, lo llora”.

cualquier clase. Una gran mayoría se sintió vengada por este caso, quizá no tanto por “Tony”, sino por el hermano, un hombre de poder omnímodo, donde en Honduras jamás habría sido tocado un familiar de él, menos al hermano menor, el protegido, el indefenso y taciturno. El hombre saltó al frente de las cadenas de televisión y en vivo deploró la condena de su hermano y cuestionó el fallo, al cual consideró “basado en testimonio­s de asesinos confesos”. Sin embargo, esos argumentos no pesan sobre ninguna corte de justicia de EE UU que presentó su veredicto sin presión de la espada política; como la que el hombre ha puesto en la garganta a los magistrado­s títeres, sin voz ni voto en esta rudimentar­ia Corte Suprema de Justicia, que se disuelve en la historia del derecho por la semántica del poder. No obstante, Honduras ha sido también condenada de narcoestad­o, porque un muchacho atrevido y pendencier­o se puso a jugar a los bandidos y arrastró todo un país y a la clase política, en complicida­d con ellos para crear un cartel de asesinos y capos, con bancos, ejércitos y policías a su servicio. Hoy, ya nadie lo conoce, solo su madre, que, en las tinieblas de gritos de venganza, lo llora; lo demás es una vorágine de poder abandonado a la suerte, con las espinas de la soledad del dominio, que una vez tuvo él y su familia, y que es un espectro en las sombras de las nieblas que arrastra la historia de un dolor, que no alegra a nadie; aunque, nos duele a todos los que hemos erigido este país que lo hicieron “polvo”, pero estoy segura que podemos lograr reconstrui­r esta nación que se cae a pedazos

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