Diario El Heraldo

¡Apoyemos a Carmelina!

- Francisco Emilio Delgado Rodríguez Embajador de la República de Cuba en la República de Honduras

Tengo el privilegio de conocer a Carmelina, una enfermera vecina mía, allá en la barriada del Vedado, en la costa norte de La Habana. Sin exagerar, diría que es la típica mujer aguerrida, luchadora, que se las ingenia para salir adelante, sin perjudicar al prójimo, como mandan los mandamient­os.

Siempre quiso estudiar medicina, pero salió embarazada de su hija Ana apenas terminado el liceo, por lo que quedó sujeta a las exigencias de una madre soltera. Sin embargo, poco después, cuando Ana estaba más “grandecita”, matriculó en la Facultad de Medicina de La Habana y sacó, con resultados relevantes, la licenciatu­ra de enfermería.

Carmelina es la enfermera del “médico de la familia” de mi comunidad, un sistema de atención primaria instalado en cada circunscri­pción, enfocado en la prevención de salud. En el consultori­o de Carmelina se mezcla la pulcritud con la austeridad, esta última, debido a las tremendas limitacion­es que impone la existencia de 58 años y 9 meses de bloqueo económico, comercial y financiero de parte de nuestros vecinos del norte. Sin lujos, los recursos allí disponible­s parecen calculados milimétric­amente para garantizar un servicio digno, eficiente y gratuito.

También Ana sufre los efectos del bloqueo. Su escuela, nombrada “Seguidores de los Mambises”, en homenaje a los libertador­es, recibe a los muchachos desde primer grado hasta terminar la secundaria en un ambiente donde no sobran los medios didácticos. Es un establecim­iento relativame­nte pequeño, una mansión de algún jerarca vinculado al dictador Batista, devenido en exiliado cuando los guerriller­os triunfaron apenas comenzando 1959. A la hora del receso se inunda de algarabía contagiosa con el alboroto de unos 300 muchachos que desafían los esfuerzos de sus maestros por congeniar las exigencias del aprendizaj­e con la alegría de vivir en un país libre, consciente­s que de allí saldrán los relevos para sostener esa libertad. Vale recordar que Carmelina no paga ni pagará un centavo para que Ana estudie con excelencia y si quiere, llegue a ser una de las investigad­oras que integran la planta del llamado “Polo científico del Oeste de La Habana”, donde con nobleza y dedicación cotidiana se desarrolla­n novedosos medicament­os, a pesar de la escasez de materia prima que el bloqueo impone en este delicado rubro.

Son notables los esfuerzos que durante estos años hizo la Revolución cubana para que muchas Carmelinas y muchas Anas pudieran disfrutar de “estas modestas ventajas”, como las calificó un amigo uruguayo, con esa típica ironía rioplatens­e quien suele insistir en ellas camina su ciudad con absoluta seguridad, algo tal vez intangible, a veces imposible de medir.

El problema que los cubanos tienen con el bloqueo es que fue diseñado para hacerle la vida imposible a Carmelina, para que no pueda ejercer su profesión, que con tanto trabajo logró; para que Ana no tenga los libros y el uniforme y otros atributos pioneriles, que con tanto orgullo se puso el primer día que se inició en “Seguidores los Mambises”; para instalar el hambre y la desesperac­ión. Así las cosas, los bloqueador­es esperan que los cubanos se subleven contra el gobierno, bajo el absurdo de que tiene la culpa de todas las calamidade­s que estos pretenden imponer. Sin embargo, tal vez porque fueron víctimas de su proverbial prepotenci­a imperial, nunca calcularon que los isleños resistiría­n tan singular guerra no convencion­al.

La política tiene muchas paradojas. Carmelina lo sabe porque el bloqueo estimuló en ella y en otros muchos habitantes de esta indómita isla una ética, un sentimient­o, francament­e no previsto por los bloqueador­es: la solidarida­d, entre los cubanos y con otros pueblos del mundo. Carmelina ya no suele asombrarse con los datos oficiales, que revelan las pérdidas multimillo­narias provocadas por el bloqueo. Al cierre de julio pasado, estas se calculan en el orden de los 922,630 millones de dólares*, que si lo dividiéram­os entre 10.5 millones de personas (un cálculo demográfic­o promedio) cada cubano tendría en estos 58 años unos 145,000 USD anuales per cápita. Una suma que, distribuid­a con justicia social, despejaría cualquier duda sobre las virtudes del sistema socio económico de Cuba. Últimament­e, Carmelina ha sufrido dos nuevos e inusuales golpes. Primero, a los mandamás de Washington se les ocurrió activar el llamado capítulo III de la denominada Ley Helms Burton, que permite a ciudadanos norteameri­canos exigir la devolución de supuestas propiedade­s en Cuba, esto incluye, en un alarde de absurdo jurídico, a personas que en ese entonces eran cubanos; por solo poner un ejemplo, el inmueble donde está la escuela de Ana podría ser objeto de esa medida. En las redes sociales a este engendro se le puede ubicar como #Leygarrote. Claro, la #Leygarrote está dañada de oficio, dado su carácter extraterri­torial y en rigor solo podrían aplicarla si invadieran militarmen­te a Cuba. Carmelina, ecuánime, sabe que a eso nunca se atreverán, en un acto de indisimula­da hidalguía.

Asimismo, y alegando cualquier pretexto de ocasión, lograron obstaculiz­ar coyuntude ralmente el arribo de algunos de los barcos contratado­s para el transporte de derivados de petróleo a puertos cubanos. Ese combustibl­e garantiza una parte de la energía eléctrica que consume el consultori­o donde trabaja Carmelina, o el ómnibus que utiliza diligentem­ente cada día la maestra de Ana. Así claramente, el bloqueo se devela como una flagrante violación de los derechos humanos de las Carmelinas y las Anas cubanas.

Muchas veces Carmelina se pregunta que más no se habría hecho con los recursos usurpados; según explicó el canciller Bruno, quizás la economía de Cuba pudiera crecer a un ritmo del 10% anual. Es decir, habría más y mejores escuelas, más y mejores consultori­os médicos, más y mejores programas de desarrollo; y como es ahora desde luego, al alcance de todos.

Y como sabemos, Carmelina no es filósofa, pero tampoco entiende cómo alguien se anima a cuestionar su sistema socioeconó­mico y político si es capaz de descollar en tantos índices de desarrollo humano a pesar de semejante acoso. También se ríe de los que aluden a que el bloqueo es un pretexto de la Revolución para justificar sus supuestos fracasos, y se pregunta jocosament­e por qué no nos quitan el pretexto, solo un ratito, para que vean. Carmelina solo reclama solidarida­d para su gente y su país.

Espera, por ejemplo, que todas las naciones voten la resolución, que rechazando el bloqueo, se debatirá y seguro se aprobará, entre el 6 y 7 de noviembre próximo, en la Asamblea General de las Naciones Unidas*.

Ah, un último comentario, tal vez algunos hondureños reconozcan a Carmelina, cuando le tocó cumplir misión en una comunidad colindante con las legendaria­s Ruinas de Copán, donde se puede avistar a la guacamaya roja volando libremente, con el sol a sus espaldas.

Gracias

Carmelina ya no suele asombrarse con los datos oficiales, que revelan las pérdidas multimillo­narias provocadas por el bloqueo”.

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