Diario El Heraldo

La sonrisa del Niño Jesús

- Juan Carlos Oyuela @jcoyuela

El centro comercial está lleno de luces y villancico­s. Las canciones recuerdan la necesidad de fomentar la paz y la concordia entre nosotros. Unos y otras se mueven con prisa pues se acerca la fiesta de Nochebuena y queda poco tiempo para terminar los preparativ­os de la celebració­n. Unas trabajador­as de limpieza en la alcaldía tienen una alcancía y piden a los transeúnte­s un donativo para las “Pascuas”.

Mientras, pienso en el texto leído por la mañana: “Cantamos con júbilo en estos días de Navidad porque el amor está entre nosotros hasta el fin de los tiempos. La presencia del Niño es el amor en medio de los hombres; y el mundo no es ya un lugar oscuro: quienes buscan amor saben donde encontrarl­o. Y es de amor de lo que esencialme­nte anda necesitado cada hombre; también aquellos que pretenden estar satisfecho­s de todo”.

El espíritu navideño entre los cristianos no está desapareci­endo, no es verdad. En ninguna otra época del año se presentan con más fuerza los valores permanente­s que el Niño Dios nos recuerda con su nacimiento en Belén.

En nuestra cultura occidental de profundas raíces cristianas, se ve este tiempo como ocasión de hacernos regalos. Es verdad que algunos se quedan en la superficia­lidad de los presentes materiales: la ropa nueva, la fiesta, la comida, las luces y el jolgorio. Sin embargo, la luz de la Navidad es tan deslumbran­te y sorprenden­te que resulta difícil no plantearse el dar y acoger otros regalos de mayor trascenden­cia.

El papa Francisco nos recordaba recienteme­nte: “El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración. La representa­ción del acontecimi­ento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnació­n del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplac­ión de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritual­mente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimo­s que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”.

Dios nos ama. Hasta el extremo que Cristo nació por nosotros y por nuestra salvación. Cuando todo parecía perdido y extraviado, la esperanza nace una vez más y nos recuerda que en el eterno presente de Dios, Jesús niño está con nosotros. La felicidad de estos días consiste en ser amados incondicio­nalmente por un Dios que nunca nos abandona.

Sigo caminando por las tiendas abarrotada­s de gente y me viene el pensamient­o de que imitar a Jesús es ser felices buscando la felicidad de los demás. “El amor se piensa”. Esto significa que hemos de buscar, meditar o reflexiona­r, el modo particular de compartir nuestra alegría con cada uno. En muchos casos será dar una limosna o un regalo material con quienes lo necesitan. Con otros bastará una llamada o un mensaje que hace patente la comprensió­n y el perdón. Tal vez con aquel pariente al cual no visitamos con frecuencia será dedicarle algo de tiempo, o con aquel otro amigo con alguna dificultad especial será escucharle con atención. Si pensamos con interés serán muchos los regalos para dar en estos días. Es posible que no nos demos cuenta, pero con seguridad el Niño Jesús sonría con nuestras ocurrencia­s. De esta forma ayudaremos a hacer presente entre los nuestros del espíritu permanente de la Navidad

El espíritu navideño entre los cristianos no está desapareci­endo, no es verdad. En ninguna otra época del año se presentan con más fuerza los valores permanente­s que el Niño Dios nos recuerda con su nacimiento en Belén”.

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