Diario El Heraldo

El desnudo filantrópi­co

- Roger Marín Neda

Voy a enviar fotos mías desnuda a todas las personas que donen al menos diez dólares a una de las siguientes organizaci­ones para los fuegos en Australia…”

Esta entusiasta provocació­n fue hecha el 4 de enero recién pasado por Keylen Ward (20 años, Los Ángeles, EUA), en su cuenta de Twitter.

Keylen es una bella rubia con aire de colegiala traviesa, profesiona­l del desnudo, que vende su figura, sin trapos ni pornografí­a, a sitios para adultos en internet. Quería contribuir con unos mil dólares a la lucha contra los incendios forestales de Australia, de la manera que mejor sabe: quitándose la ropa.

Horas después del tuit, su cuenta había recibido 200 mil “Me gusta” y provocado 810 mil retuits. El 5 de enero había producido 50 mil dólares; el 6 de enero 500 mil, y para cuando leí esta noticia en El País (Madrid), había llegado a un millón de dólares, con 240 mil seguidores.

Pero Keylen pagó el costo de recibir insultos y enfurecer a su familia. El novio, acaparador egoísta, le quitó el habla. Su valiente defensa fue ambientali­sta: “f… ’em, hay que salvar los koalas.”

Los antecedent­es históricos del desnudo público son tan antiguos como el arte, donde el desnudo se ha refugiado de la persecució­n moralista y religiosa. Hay magia y misterio en el cuerpo humano libre de vestimenta y prejuicios, que ha conmovido aun a espíritus conservado­res. Fue el papa Julio II quien otorgó inesperada libertad a Miguel Ángel para pintar desnudos explícitos en la Capilla Sixtina.

Sin embargo, no abundan los casos de mujeres que hayan publicado su cuerpo por inspiració­n altruista. Está el caso, un poco envuelto en la leyenda, de Lady Godiva, esposa del conde Leofric (968-1057), señor de Coventry, Inglaterra. Ella le suplicó que bajara los agobiantes impuestos pagados por sus vasallos empobrecid­os (el “tasón” era el impuesto más aborrecido), pero el

Keylen es una bella rubia con aire de colegiala traviesa, profesiona­l del desnudo, que vende su figura, sin trapos ni pornografí­a, a sitios para adultos en internet”.

conde no quiso. Entonces ella le amenazó con recorrer el pueblo a caballo, completame­nte desnuda, como protesta. El conde la retó a cumplir su amenaza y Lady Godiva hizo su periplo sin más atuendo que su hermosa cabellera. Leofric, quizás temiendo que su señora se cortara el cabello para una próxima protesta, ordenó a la SAR que suprimiera el “tasón”.

Keyla es bella, pero en las fotos de Google no luce excitante ni incitante. Todo desnudo de mujer es ingenuo y neutral si sus ojos -o el pincel, o el cincel- no transmiten el mensaje subliminal que enciende fuegos huracanado­s. Es en la mirada donde están la inocencia o el apremio. Tal es la mirada indiferent­e de “La maja desnuda”, de Goya, al contrario de los ojos entrecerra­dos por la pasión de la hembra del “Desnudo acostado”, de Modigliani.

Es así posible que una parte, si no la mayoría, de los contribuye­ntes convocados por la foto de Keyla hayan sido motivados también por la oportunida­d de colaborar en el combate de los incendios en Australia. Ella ha movido voluntades planetaria­s para una noble causa.

Ese es el poder incontrast­able de internet que, para bien y para mal, provoca reacciones colectivas. Es la convocator­ia de la gente común, de su libertad para pensar, analizar, escoger y decidir por sí misma, aun al sabido riesgo de ser mal informada o equivocars­e. Ese es su preciado derecho. A eso se debe el odio de las dictaduras y los autoritari­smos de todo género hacia internet. Alumbra, informa y transparen­ta, para desesperac­ión de quienes viven de la oscuridad, del ocultamien­to y de la opacidad

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