Diario El Heraldo

“No se los puedo vender”

- Miguel A. Cálix Martínez

“¡Lo siento, no se los puedo vender!”, le respondió el vendedor a mi amigo Antonio. Este, incrédulo, le insistió con su oferta, pero obtuvo de nuevo una negativa de parte del vendedor ambulante. Entre sorbo y sorbo de café, mi amigo me decía que no hubo manera de ponerse de acuerdo con el comerciant­e, por más que le reiteró su deseo de comprarle toda su mercancía. “¡Por eso estamos como estamos, chele!”, me dijo, mientras apuraba el líquido en el pocillo.

La historia ocurrió hace más de un par de décadas en el centro de Tegucigalp­a, en aquellos tiempos en que todavía se utilizaban casetes para grabar música. La avenida Paz Baraona (hoy Liquidámba­r), pero más conocida como “la Peatonal”, estaba invadida por achineros que la habían convertido en un verdadero mercado persa, así que era elección personal entrar a una tienda o lidiar con la “economía informal”. Antonio necesitaba casetes y salió a buscarlos a una tienda de electrónic­os, por ello, cuando se encontró al joven vendedor con una caja de casetes cromados en mano, ofreciéndo­los a precio de ganga, no dudo en acercársel­e. Más baratos que en la tienda a la que solía ir, hizo cálculos mentales y le ofreció comprarle los ocho que tenía consigo.

“¡Lo siento, no se los puedo vender!”, le dijo, agregando “¡le puedo vender uno, dos o hasta tres, pero no los ocho, señor!”. Llegado este momento, Antonio creyó que lo que se iniciaba era un regateo: descubiert­o su interés en el producto, estaba a merced del comerciant­e. “Te los estoy comprando todos… ¡ya hiciste el día, muchacho!”, agregó, zalamero. “¡Es que no se los puedo vender todos, señor!”, reiteró al comprador, quien contrariad­o le preguntó el porqué de su negativa. “¡Es que si se los vendo todos, señor, ¿qué voy a vender?”. (En este momento, Antonio ya se había tomado todo su café y se aprestaba a pedir otro y me confesó que esa respuesta lo había dejado desconcert­ado). Le insistió en la compra, pero la negativa del joven vendedor de casetes era firme. “¡Joven, vaya a buscar otros pues y así vende más!”, le dijo en tono de sugerencia. Pero el vendedor seguía negándose. “Le vendo tres, si quiere”, agregó condescend­iente como si le estuviera haciendo un favor.

“Entonces le dije gracias y me retiré, sin comprarle un solo casete”, concluyó mi amigo, resignado. Al no haber más que hacer ni decir, con “la negociació­n empantanad­a”, no le quedó más remedio que retirarse sin el producto deseado y con una sensación de tristeza, como me confesó. Dos tazas de café habían llegado a la mesa y enmarcaron la parte final de nuestra conversaci­ón.

Años después me he acordado de esta anécdota y me pregunto también porqué aquel vendedor se negó a vender y pienso que todo era cuestión de actitud. No se me ocurre otra respuesta lógica. Sí, Toño tenía razón, “¡Por eso estamos como estamos!”

¡Lo siento, no se los puedo vender! (...) ¡Es que si se los vendo todos, señor, ¿qué voy a vender?”.

“¡Joven, vaya a buscar otros pues y así vende más!”.

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@Miguelcali­x

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