Diario El Heraldo

Los retos de la investigac­ión social en Honduras

- Óscar Urtecho-osorto y Cristhian Eduardo Abate Investigad­ores sociales

Analizar los fenómenos sociales es un proceso complejo. Emprenderl­o con acierto requiere el dominio de herramient­as metodológi­cas que la ciencia ha desarrolla­do durante siglos. En Honduras, el estudio sistemátic­o de estas herramient­as, lamentable­mente, ha sido escaso, pobre o ignorado.

Esto ha cambiado aunque sólo sea sutilmente en los últimos años, en los que se ha producido una eclosión de diplomados, maestrías, cursos, talleres y clases de Metodologí­as de la Investigac­ión en las universida­des nacionales. Este giro hacia la valoración del conocimien­to científico es una buena noticia y está ligado con la velocidad de los flujos de informació­n, que ahora es más accesible para todos, y la necesidad de comprender con certeza lo que pasa en nuestra sociedad en un mundo en el que las sociedades cambian acelerada y abruptamen­te.

Con esto se da un paso importante (aunque no suficiente) hacia la construcci­ón de una cultura científica y académica en Honduras, a partir de la cual la investigac­ión social debería tener prioridad para la toma decisiones, la construcci­ón de políticas públicas, para resolver conflictos sociales e incluso para focalizar la asignación en materia de ayuda y desarrollo de las comunidade­s.

Sin embargo, este paso que se está dando desde el mundo académico es sólo levemente esperanzad­or. Sobre todo porque no obedece a una visión dirigida o estratégic­a, es más un florecer caótico producto de la identifica­ción de un nicho de mercado poco atendido que el resultado de la comprensió­n cabal de la importanci­a que tiene la investigac­ión para un país.

Quizá debido a esto el poco desarrollo de la investigac­ión social -y en general muchos de los avatares de Honduras- tiene una génesis de naturaleza estructura­l. Esto quiere decir que sus causas son multivaria­das y responden en muchos casos a circunstan­cias culturales, pero también a la misma caracteriz­ación de las institucio­nes que deberían ser responsabl­es de crear ciencia, como las universida­des, y a la casi total inexistenc­ia de centros que trabajen para divulgarla.

Y es que más allá del profuso nacimiento de capacitaci­ones sobre la temática en nuestras universida­des, su producción científica sigue siendo escasa (en comparació­n con lo que alardean), pobre y, muchas veces, anodina. Pero es difícil que sea diferente si la educación que brindan aún es escolástic­a, muchos de sus docentes son víctimas de una mentalidad mágica -reñida con la ciencia y hasta con el sentido común-, se valora poco la investigac­ión como parte de la labor académica, se le brindan incentivos nimios y los entes encargados de fomentarla se asfixian en el caos interno o sus empleados no están preparados para el trabajo que les ha sido asignado.

Esta problemáti­ca se refleja en la exclusión de nuestras universida­des de los rankings de prestigio internacio­nal (con excepción apenas de la UNAH, que es beneficiar­ia del trabajo aislado de algunos de sus miembros, casi sin apoyo y a veces a pesar del sistema educativo) y en el reducido número de investigad­ores nacionales que tienen la posibilida­d de publicar en revistas indizadas o evaluadas por pares.

La situación general de la academia repercute sobre los profesiona­les que forma. De esta manera, la figura del cientista social hondureño se ha construido en torno a situacione­s coyuntural­es y no a su trabajo con las herramient­as de la ciencia. Así, justo antes de las elecciones empieza la pasarela de los politólogo­s, cuando hay reformas educativas es la oportunida­d de los especialis­tas en educación para brillar polveados ante las cámaras y si apenas se intuye un malestar social, pululan los sociólogos o psicólogos sociales dispuestos a exponer opiniones con impune irresponsa­bilidad, casi siempre carentes de sustento empírico y a veces hasta teórico.

A esto hay que agregar que para muchos es más importante que sus nombres figuren en el índice de una revista o libro que hacer un trabajo académico serio. Esta adicción a ver el nombre en letra impresa produce trabajos mediocres, incorrecto­s metodológi­camente, faltos de ética (no escasean los “asesores” que sólo aportan la firma al producto de otros) e irrelevant­es (la calidad debe ser más importante que la cantidad o la rapidez).

Ante todo esto, es necesario fomentar una ética que impela al cientista social a trabajar desde la investigac­ión, basado en la implementa­ción rigurosa del método científico, para que no vierta ya opiniones marcadas por tintes políticos o intereses individual­es. Debe dejar de imperar la prisa por publicar o sobresalir, la voluntad de ser ingenioso con las palabras o decir la frase más aguda tiene que ceder para dar paso a una visión científica de la realidad social, evitando así que el discurso de nuestros académicos se convierta en pseudocien­cia

La situación general de la academia repercute sobre los profesiona­les que forma. De esta manera, la figura del cientista social hondureño se ha construido en torno a situacione­s coyuntural­es y no a su trabajo con las herramient­as de la ciencia”.

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